Si ayer la Palabra nos llamaba al gozo y a la alegría en el marco de una fiesta, porque había comenzado ya lo nuevo, hoy nos sorprende con una verdadera inundación. Doce veces aparece la palabra “agua” – “aguas”, en el texto del profeta Ezequiel (Ez 47, 1-9.12). No son indiferentes ni el número doce, ni el término agua.
La escena del Evangelio, en la que se describe la curación del paralítico, que llevaba treinta y ocho años esperando que alguien lo introdujera en la piscina, se sitúa junto al templo de Jerusalén, donde lavaban las ovejas para el sacrificio, y en sábado, día festivo. Las coordenadas de tiempo y lugar vuelven a introducirnos en la escena, al igual que el anonimato del que permanece postrado. Cada uno nos podemos ver en el tullido, y cada uno nos podemos abrir a la esperanza del paso de Jesús.
El agua que nace en el santuario, que baja por el lado derecho, que discurre hasta el Mar Muerto y a su paso llena de vida las dos márgenes del torrente, puede interpretarse en clave simbólica y ver en las imágenes de la acequia, del torrente, del río y de la piscina una evocación bautismal. Y para quienes ya estamos bautizados, una referencia al perdón.
Los árboles que permanecen junto a la corriente del manantial del santuario se mantienen con fruto y no se marchitan sus hojas; quienes se acercan al Señor y beben del agua que Él nos ofrece, sacian enteramente su sed.
Otros años, el tercer domingo de Cuaresma se proclamaba el pasaje de la samaritana, y daba a esta semana, ecuador del tiempo penitencial, un significado pascual, de manera especial a los catecúmenos, que vienen preparándose para recibir el bautismo.
La curación del paralítico, por la fuerza de la palabra de Jesús, sin necesidad de sumergirse en la piscina de Betesda, revela quién, en verdad, es el que concede, como la corriente de agua, la vida. Del costado del Crucificado manará el torrente de agua viva que salta hasta la vida eterna.
El don de la gracia, el torrente de vida, requiere una respuesta, una obediencia desde la fe. Al paralítico se le mandó: “Levántate y anda”. Y recuperada la salud, Jesús le dijo: “Mira, has quedado sano, no peques mas”.
“Venid a ver las obras del Señor, las maravillas que hace con los hombres” (Sal 45)