Tres mujeres: Ana, Isabel y María; tres maternidades por el favor de Dios; tres cánticos de alabanza. Tres experiencias de gracia del Señor.
Ana, la madre de Samuel, gozosa por el favor de la fecundidad que ha recibido, sube al templo a entregar al fruto de sus entrañas y a reconocer a quien es el dador de la vida.
Isabel se sobrecoge ante la visita de la madre de su Señor.
María, la madre de Jesús, sube a la montaña de Judea, y entona el Magnificat porque el Señor ha estado grande con ella, ha hecho proezas con su brazo.
Hay textos del Antiguo Testamento que se iluminan a la luz de Cristo, y se convierten en verdaderas profecías, que tendrán su mejor cumplimiento con el nacimiento del Salvador, a la vez que los acontecimientos mesiánicos se contemplan como realización consumada del plan divino, anunciado desde antiguo.
Hoy, las lecturas nos llevan a tomar conciencia de los dones recibidos, al reconocimiento de Dios como el que genera todo bien. Se nos desvela la fuente del gozo, que cabe experimentar cuando se deja a Dios ser el Dios de la vida, y hasta dónde puede llevarnos la insensatez de nuestro orgullo.
Los segundones, los últimos, los sencillos, humildes, humillados, pobres, extranjeros, proscritos, publicanos, viudas, estériles, desheredados, hambrientos… son ensalzados, enriquecidos, bendecidos, elegidos.
A los primogénitos, guerreros, nobles, caballeros, poderosos, a los que se fían de sus propias fuerzas y confían en sus carros y caballerías, a los satisfechos y sabios, se les rebaja, doblega y destierra.
Es muy luminosa la imagen que canta: “Se rompen los arcos de los valientes, mientras los cobardes se ciñen de valor”. “La estéril da a luz siete hijos, mientras que la made de muchos queda baldía”. El humilde, el desvalido, el pobre se sienta entre príncipes, el poderoso es destronado.
Sin juzgar a nadie, ni proyectar las imágenes sobre personas concretas, cada uno deberemos descubrir si estamos en condiciones para recibir el mensaje de salvación.
Los labios de María proclaman la grandeza del Señor, que durante generaciones ha mantenido siempre una constante reveladora. En el cántico de María se nos enseñan las categorías del Evangelio, las que van a ser solemnemente anunciadas por Jesús, las Bienaventuranzas.