Martes de la tercera semana de Adviento

Al leer la profecía de Sofonías, que hoy nos ofrece la primera lectura, en la clave de la llamada al gozo y al regocijo, que nos hacía la Liturgia del III Domingo, cabe interpretarla desde otros textos de la Escritura, y al leer el texto en el que encontramos las expresiones “labios puros”, “arrancaré las soberbias bravatas”, “no cometerá maldades, ni dirá mentiras”, se pueden recordar las Bienaventuranzas y el canto del Magníficat: “Felices los limpios de corazón”, “Dichosos los mansos”, “Dios dispersa a los soberbios y enaltece a los humildes”.

(JPG) La alegría del Evangelio sigue ofreciéndose de manera paradójica. Nosotros difícilmente nos atreveríamos a proclamar que los publicanos y las prostitutas llevan la delantera en el reino de los cielos.

La auténtica alegría no se obtiene con fórmulas externas, sino con las actitudes del corazón. Cabe decir “no quiero” y hacer la voluntad divina, y hacer manifestaciones muy solemnes y después seguir el propio capricho. El hijo que dijo que no quería ir a la viña y al final fue, es el que cumplió la voluntad de su padre, mientras que el educado, que complació y aduló con sus labios y no fue, realmente desobedeció.

Dios no bendice por la buena o mala fama. Dios ve el corazón en lo profundo y a los de corazón sincero los bendice con la alegría interior. El pueblo pobre y sencillo confiará en el Señor. Él escucha a los humildes, libra de la angustia a los que suplican, está cerca de los atribulados, salva a los abatidos, redime a sus siervos. “Bienaventurados los pobres”.

¿Tienes paz?
¿Sientes gozo interior?
¿Te justificas a ti mismo con lo externo?
¿Haces lo que sabes que es bueno?
¿Te sientes juzgado o bendecido por la Palabra?

“El Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos. El Señor redime a sus siervos, no será castigado quien se acoge a Él”.