Martes tercero de cuaresma

La semana pasada, cada día resaltábamos una frase como apotegma o aforismo, para que al retenerla en la memoria, nos posibilitara recitarla con los labios, recordarla en la mente y llevarla en el corazón durante toda la jornada.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Esta semana, según pasen las fechas, encontraremos unas llamadas constantes a cumplir los mandatos del Señor, al mismo tiempo que los textos denuncian la torpeza del pueblo. En esa coyuntura, la única posibilidad de avanzar es si reaccionamos con humildad y solicitamos el perdón.

En el libro de Daniel, que hoy se nos ofrece a consideración, se narra la experiencia penosa del exilio de Israel en Babilonia, por culpa de su engreimiento e idolatría. En un estado de desolación, descrito con una expresividad impactante, el autor señala diez circunstancias adversas: “Ahora somos el más pequeño de de todos los pueblos, estamos humillados, no tenemos príncipes, ni profetas, ni jefes, ni holocausto, ni sacrificios, ni ofrendas, ni incienso, ni un sitio donde ofrecerte primicias”. En estas circunstancias, la única salida es el reconocimiento de la propia pobreza, al tiempo de abrirnos a la misericordia divina.

Si ayer se nos ofrecían las mediaciones más humildes, a través de las que Dios actúa – la esclava, los siervos, el agua del Jordán-, hoy, la Palabra sigue llamándonos con la misma referencia: “El Señor es bueno y es recto, hace caminar a los humildes con rectitud, enseña su camino a los humildes” (Sal 24).

En este contexto, el Evangelio desvela la actitud que deberemos tener con aquellos que nos ofenden. Si Dios tiene tanta misericordia con nosotros, ¡cómo vamos a ser tacaños a la hora de perdonar! La sentencia “setenta veces siete”, con la que Jesús responde a Pedro, es suficientemente deiva. Si Dios nos perdona siempre, nosotros deberemos perdonar siempre.

El texto evangélico es para mí una referencia constante, cuando por reacciones emotivas me asalta la tentación del endurecimiento, al recordar la generosa y permanente misericordia de Dios para conmigo, no querría protagonizar la respuesta del que no tuvo compasión de su compañero.

La oración de Azarías nos proporciona la mejor respuesta:

“Acepta nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde…
Señor, trátanos según tu piedad, según tu gran misericordia.
Líbranos con tu poder maravilloso y da gloria a tu nombre, Señor.”
(Dan 3, 43)