Maternidad virginal

12 de septiembre de 2014

La siempre virgen

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Hoy nos detenemos en el aspecto de la virginidad. Quedó apuntado en el otro número que el apelativo “la Vir­gen” está muy difundido. Y lo ha esta­do siempre. Sea o no verdad que en Oriente se designe hoy a María más con el título de Theotókos que con el de “la Virgen”, lo cierto es que en los escritos patrísticos figura tres veces más la pala­bra “Virgen” que la locución “Madre de Dios”.

Importa también atender al rango de esta doctrina. De san Agustín es la má­xima que reza: «En lo necesario, unidad; en lo dudoso, libertad; en todo, cari­dad». Sobre la virginidad de María de­clara el mismo santo en un bello y sig­nificativo texto: «Nunca vimos el rostro de la virgen María […]. Salva, pues, la integridad de nuestra fe, podemos de­cir: “Quizá tuviera estas o aquellas fac­ciones”; pero nadie, sin naufragar en sus creencias cristianas, puede decir: “Quizá Cristo haya nacido de una vir­gen”» (De Trinitate, 8, 7). De hecho, es­ta nota mariana figura ya en antiguos credos cristianos.

La tradición ha afirmado una triple virginidad de María. La primera se refie­re a la concepción virginal de Jesús (es decir, sin concurso de varón); la segun­da, al modo singular de su nacimiento; la tercera, a la virginidad perpetua de María, que, al igual que no tuvo reladones íntimas con José antes de conce­bir a su Hijo, tampoco las tuvo después de alumbrarlo. En cada caso reviste una significación teológico-espiritual distin­ta. Esta creencia en la triple virginidad de María se ha plasmado en iconos que representan el velo de María con tres estrellas: una sobre la frente, otra sobre el hombro izquierdo y otra sobre el de­recho.

¿Por qué afirma la Iglesia esta doctri­na? ¿Por considerar que el matrimonio y la unión íntima de los esposos son in­morales? No; de hecho, la Iglesia anti­gua tuvo que defender con mucha energía en varias ocasiones la dignidad del matrimonio y de la vida conyugal; y todos sabían, además, que María estuvo desposada y contrajo matrimonio con José. ¿Sostiene la Iglesia esta doctrina por pensar que la vida en virginidad es superior a la conyugal? Que se da una jerarquía entre los dos estados de vida ha sido durante siglos el sentir común, pero no es ese el fundamento de la cre­encia en la virginidad de María. Esta creencia obedece a la voluntad de pre­servar el testimonio de la tradición eclesial. Aquí consideramos sobre todo la virginidad antes del parto, por su espe­cial relación con la maternidad divina.

La concepción virginal de Jesús

La tradición se remonta a los relatos de Mateo (Mt 1,17-25) y Lucas (Le 1,26-38) y a sus fuentes orales. Nos centramos en Ma­teo, cuyo evangelio arranca con la genea­logía de Jesús, descendiente de David. Ex­trañamente, cuando el evangelista llega a José en la nómina del linaje davídico, no cierra su monótona letanía con un “José engendró a Jesús, llamado Cristo”. La ca­dena se rompe j Listo en ese último esla­bón, donde aparece una inesperada tor­sión narrativa: Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo» (Mt 11,17). Y luego refiere el evangelista que, antes de que los espo­sos vivieran juntos, «resultó que María es­peraba un hijo por obra del Espíritu Santo» (Mt 11,18). Se han propuesto dos teorías sobre el pensamiento y decisión de José ante este hecho: la teoría de la sospecha (María ha sido infiel) y la de la reverencia (José, sabedor de la intervención extraor­dinaria de Dios, se retira para no interferir en sus designios). Él asumirá la función de padre legal y no conocerá a su mujer (Mt 1,24-25).

Las tradiciones de Mateo y de Lucas so­bre la infancia de Jesús son independien­tes entre sí, pero coinciden en este punto de la concepción virginal. Y no hay razo­nes de tipo cultural que los movieran a in­ventarla. No hay razones internas al judaísmo: este apreciaba grandemente el matrimonio y sentía más bien aversión a la virginidad; tampoco hay influencias exter­nas, pues el evangelio de Mateo se escribe en un medio judeocristiano, refractario a influjos del paganismo y alérgico a sus mi­tos. Añadamos que el texto de Isaías 7,14 («he aquí que la virgen concebirá…»), cita­do por Mateo como profecía del naci­miento virginal del Dios-con-nosotros, no se refería en su original hebreo a una ma­dre virgen, sino a una esposa joven; no es Mateo quien ajusta su relato a Isaías, sino, a la inversa, adapta el pasaje de Isaías al acontecimiento que narra.

Algunos señalan también, como base bíblica, un texto del Prólogo de Juan, que dice: los que recibieron la Palabra «no na­cieron de la sangre, ni por deseo de la car­ne ni por deseo de varón, sino que nacie­ron de Dios» (Jn 1,12-13). Pero varios ma­nuscritos, y testimonios patrísticos muy an­tiguos y de diversas áreas del cristianismo primitivo, leen este texto en singular, refe­rido a Jesús mismo («no nació»); grupos eli­tistas habrían desfigurado el texto o su sen­tido, refiriéndolos a su propia regenera­ción espiritual.

Asentado el hecho, la teología indaga su porqué, pues comprender el porqué ayu­da a acoger más a fondo el anuncio del hecho. Dicho brevemente, la concepción virginal viene a significar: este niño no es fruto de la historia humana, trasciende por completo sus posibilidades; es don único de Dios que desborda el don y mandato de procrear, es nueva “creación” por el po­der del Espíritu, es comienzo de la huma­nidad nueva, del pueblo de la Nueva Alianza.

Virginidad en el parto y virginidad perpetua       

De la virginidad en el parto dice el Vaticano II con lenguaje recatado: el na­cimiento de su primogénito, lejos de menoscabar la integridad de María, la consagró (LG 57); y la liturgia afirma: «permaneciendo [María! en la gloria de su virginidad, derramó la luz eterna». La virginidad perpetua significa la entrega total, en cuerpo y alma, de María a Je­sús y a su misión y prefigura su mater­nidad espiritual universal. Los “herma­nos de Jesús” de que hablan los evan­gelios serían probablemente parientes suyos.

 


Artículo extraído de la revista "Iris de Paz"