Yo quiero resucitar ¿Tú quieres resucitar? ¿Quieres vivir para siempre? ¿Sientes pasión por la vida? ¿Puedes afirmar que eres una persona “biófíla”? ¿Sientes rebeldía frente a la muerte individual e indignación ética frente a la cultura de la muerte?
Estas preguntas y sus correspondientes respuestas positivas son imprescindibles para poder sintonizar con la música de la resurrección de Jesús. Para quienes no quieren vivir, la resurrección se convierte en una pesadilla. Para quienes ya se han resignado a ser muertos en vida, la continuación de la misma sería, en realidad, continuidad de la muerte. Uno de los peligros de la sociedad actual es perder “el gusto por la vida”. Queda encerrada en la inmanencia, dispersa en las experiencias de bienestar, entretenida en los quehaceres. Se vuelve descafeinada y desapasionada. Se pierde la reciedumbre del deseo profundo de vivir que no se contenta si no es con la vida eterna. Sin pasión por la vida no se conecta con la esperanza de la resurrección.
¿Tienes algo que eternizar?
Nana Mouskouri canta preciosamente: “no me da miedo morir junto a ti. Porque este gran amor siempre podrá existir, no me da miedo a morir junto a ti… ya no podré dejarte más, yo soy el agua y tu la sal”. El amor supera el miedo a la muerte. El amor pide eternidad. Sentirse amado es estar vivo. Amar al esposo o a la esposa es sentirse nuevo. Todos los humanos hemos experimentado alguna anticipación de la resurrección. Está incluida en la experiencia del amor, de que “alguien nos deletrea”. Amar a alguien es la afirmación de su vida contra todas las formas de muerte: quiero que tú vivas; necesito que no te mueras; es una dicha que hayas nacido. Tu vida me da motivos para seguir viviendo. Especialmente el amor conyugal da felicidad y pide eternidad. En cambio, quien no ama, no tiene nada que eternizar. El amor pide eternidad. No hay más eternidad que la del amor. Construyendo su amor conyugal, los matrimonios construyen su eternidad. El amor no tiene fecha de caducidad. Es anticipo de resurrección ya en este mundo.
Amenazados de resurrección
En esta línea, la resurrección de Jesús crucificado es un inagotable grito a favor de la vida, en presencia de la misma muerte. Es la revelación de que en El todos estamos “amenazados” de resurrección, con más certidumbre que estamos amenazados de muerte, pues somos mortales cada día. Se trata de una dichosa amenaza; se trata de una promesa que garantiza: el amor termina triunfando sobre la muerte, los verdugos no terminarán teniendo la última palabra sobre las víctimas. Estamos convocados a la resurrección. Es nuestra vocación más genuina. Hemos resucitado con él (Col 3,1). Somos seres para la vida plena, en cual ya no habrá ni dolor ni llanto. Esa es nuestra vocación última. “Nuestra vida está con Cristo escondida en Dios”.
Creo en tu amor
Por eso, celebrar y meditar la resurrección de Jesús implica despertar las más hondas vibraciones de nuestro corazón: el deseo de vivir, de vivir para siempre, de amar y ser amados. La Pascua es un gran nutriente del amor conyugal. Recuerda y promete que la energía empleada en construir la relación de amor conyugal, tiene futuro. Nada se pierde en el camino del amor. Llevaremos a la eternidad lo que hayamos amado verdaderamente, es cierto que pasado por el filtro de la muerte y la separación. Tenemos que vivir la experiencia de que nuestro amor, por más fuerte que sea, no puede impedir la muerte del cónyuge. Pero contemplar al Resucitado es sentir ganas de resucitar con El. Jesús radicaliza la convicción de que “la vida no termina, se transforma”. Nos ama lo suficiente como para hacernos resucitar. Cristo ha resucitado. Yo quiero resucitar. En compañía de los que amo. Creo en la resurrección.
El amor conyugal es aperitivo y fuerza de resurrección ya en este mundo.