Cuando alguien nos da esta noticia solemos felicitarle y darle la enhorabuena. Es una buena noticia. Es una importante decisión en la vida. Marca la biografía personal. Más o menos explícitamente era ya una noticia esperada. Era previsible. Con frecuencia se recibe la noticia con sentido del humor ¿contra quién te casas? Existe una larga serie de comentarios y refranes para la ocasión. Revelan, en conjunto, una imagen un tanto resignada del matrimonio.
Pero si miramos un poco más a fondo la expresión “me caso” ciertamente da que pensar. Hablando con jóvenes en edad núbil, te comentan que no se ve que haya una decisión ponderada de casarse; que muchos jóvenes llegan al matrimonio “porque toca”; que ya ha pasado un tiempo largo de noviazgo. Los amigos se han ido casando, la convivencia ya está muy contrastada; han experimentado ampliamente la sexualidad. Han vivido muchas aventuras juntos. Ya es aburrido prolongar esa etapa de noviazgo desdibujado. Socialmente ya no se sabe bien hay que tratarles como matrimonio o no.
¿Quién os casa?
Esta expresión tiene una aplicación eclesial. Se dice erróneamente que es el cura el que casa. Los ministros del sacramento del matrimonio son los mismos contrayentes. Son ellos los que se quieren, se prometen y comprometen. Son ellos los que tienen un proyecto de vida y sellan su alianza ante la comunidad cristiana. La comunidad cristiana se reconoce en ellos. Les dice que ellos encarnan, significan y transmiten algo del amor con que Cristo ama a su Iglesia. Un amor íntimo, entrañable, personal. El sacerdote no es más que un representante de la comunidad cristiana. Atestigua y expresa el sentido de lo que ve, del amor con que un hombre y una mujer se entregan y se consagran en alianza mutua de amor indisoluble. Atestigua que lo hacen libremente, que son conscientes de lo que hace.
Son los novios los que se casan. Son ellos los protagonistas. La boda es el comienzo de la vida matrimonial sacramental. Pero el sacramento lo constituye propiamente el amor conyugal entre un hombre y una mujer. Sin ellos no hay sacramento. Sin amor no hay materia del signo.
Nos casamos
En nuestra cultura occidental nos sentimos muy orgullosos de que el matrimonio es por amor y por elección. Las parejas surgen por amor, no por interés. No surgen por la presión familiar o social. Y, sin embargo, el influjo del contexto circundante es muy grande. Uno se puede preguntar hasta qué punto un concreto matrimonio es un ejercicio de libertad, de elección libre y responsable. A juzgar por la falta de interés en la preparación personal al matrimonio uno puede pensar que la decisión es superficial. Ciertamente da miedo. Ciertamente las personas se lo piensan. ¿Buscan un tiempo de reflexión y preparación para madurar esa decisión? A juzgar por la facilidad de las separaciones no parece que la decisión de casarse sea muy comprometida. A juzgar por la complejidad de las motivaciones psicológicas de cada persona es difícil tomar una decisión madura, libre. El “me entrego a ti” tiene muchos niveles.
La verdad es que también en el la vida eclesial se echa en falta un rigor mayor, una formación más esmerada. Hay quien pide un verdadero catecumenado de preparación para este el sacramento del matrimonio. La situación actual refleja un fuerte contraste: todos son facilidades para entrar en el matrimonio canónico. Todas sus dificultades para salir de él.
Nos casan
Hay que reconocer que la fuerza de los modelos sociales es tal que condiciona grandemente la libertad. A ciertas edades se mete prisa para que se casen ya. La sociedad presiona fuertemente en esta dirección. Hay que reconocer la libertad de decisión es limitada por diferentes capítulos. Y en ese sentido habrá que admitir que “nos casan”; nos casan las familias, los amigos, las costumbres, el prestigio y la visibilidad social. Hay muchos factores que limitan incluso las decisiones más personales y transcendentes de nuestras vidas. La libertad personal nos lleva a preguntarnos con seriedad: ¿Quién decide mi vida por mí? ¿Elijo la vida que quiero vivir?
La decisión libre del amor conyugal es una gran buena noticia.