Mensaje de Benedicto XVI para la XLIV jornada de oración por las vocaciones

26 de abril de 2007

29 ABRIL 2006 –IV DOMINGO DE PASCUA

Tema: «Lavocación al servicio de la Iglesia comunión»

Venerados Hermanos en el Episcopado,
queridos hermanos y hermanas:

La Jornada Mundial de Oraciónpor las vocaciones de cada año ofrece una buena oportunidadpara subrayar la importancia de las vocaciones en la vida y en lamisión de la Iglesia, e intensificar la oraciónpara que aumenten en número y en calidad. Para lapróxima Jornada propongo a la atención de todo elpueblo de Dios este tema, nunca más actual: lavocación al servicio de la Iglesia comunión.

El año pasado, al comenzar un nuevo ciclo de catequesis enlas Audiencias generales de los miércoles, dedicado a larelación entre Cristo y la Iglesia,señalé que la primera comunidad cristiana seconstituyó, en su núcleo originario, cuandoalgunos pescadores de Galilea, habiendo encontrado a Jesús,se dejaron cautivar por su mirada, por su voz, y acogieron suapremiante invitación: «Seguidme, osharé pescadores de hombres» (Mc1, 17; cf Mt 4, 19). En realidad, Dios siempre haescogido a algunas personas para colaborar de manera másdirecta con Él en la realización de su plan desalvación. En el Antiguo Testamento al comienzollamó a Abrahán para formar «un granpueblo» (Gn 12, 2), y luego aMoisés para liberar a Israel de la esclavitud de Egipto (cf Ex3, 10). Designó después a otros personajes,especialmente los profetas, para defender y mantener viva la alianzacon su pueblo. En el Nuevo Testamento, Jesús, elMesías prometido, invitó personalmente a losApóstoles a estar con él (cf Mc3, 14) y compartir su misión. En la Última Cena,confiándoles el encargo de perpetuar el memorial de sumuerte y resurrección hasta su glorioso retorno al final delos tiempos, dirigió por ellos al Padre esta ardienteinvocación: «Les he dado a conocerquién eres, y continuaré dándote aconocer, para que el amor con que me amaste pueda estartambién en ellos, y yo mismo esté conellos» (Jn 17, 26). La misiónde la Iglesia se funda por tanto en una íntima y fielcomunión con Dios.

La Constitución Lumengentium del Concilio Vaticano II describe laIglesia como «un pueblo reunido por la unidad del Padre y delHijo y del Espíritu Santo» (n. 4), en el cual serefleja el misterio mismo de Dios. Esto comporta que en élse refleja el amor trinitario y, gracias a la obra delEspíritu Santo, todos sus miembros forman «un solocuerpo y un solo espíritu» en Cristo. Sobre todocuando se congrega para la Eucaristía ese pueblo,orgánicamente estructurado bajo la guía de susPastores, vive el misterio de la comunión con Dios y con loshermanos. La Eucaristía es el manantial de aquella unidadeclesial por la que Jesús oró en la vigilia de supasión: «Padre… que tambiénellos estén unidos a nosotros; de este modo, el mundopodrá creer que tú me has enviado» (Jn17, 21). Esa intensa comunión favorece el florecimiento degenerosasvocaciones para el servicio de la Iglesia: el corazón delcreyente,lleno de amor divino, se ve empujado a dedicarse totalmente a la causadel Reino. Para promover vocaciones es por tanto importante unapastoral atenta al misterio de la Iglesia-comunión, porquequien viveen una comunidad eclesial concorde, corresponsable, atenta, aprendeciertamente con más facilidad a discernir la llamada delSeñor. Elcuidado de las vocaciones, exige por tanto una constante«educación»para escuchar la voz de Dios, como hizo Elí queayudó a Samuel a captarlo que Dios le pedía y a realizarlo con prontitud (cf 1Sam 3, 9). La escucha dócil y fiel sólopuede darse en un clima de íntima comunión conDios. Que se realiza ante todo en la oración.Según el explícito mandato del Señor,hemos de implorar el don de la vocación en primer lugarrezando incansablemente y juntos al «dueño de lamies». La invitación está en plural:«Rogad por tanto al dueño de la mies queenvíe obreros a su mies» (Mt 9,38). Esta invitación del Señor se correspondeplenamente con el estilo del «Padrenuestro» (Mt9, 38), oración que Él nosenseñó y que constituye una«síntesis del todo el Evangelio»,según la conocida expresión de Tertuliano (cfDe Oratione, 1, 6: CCL 1, 258).En esta perspectiva es iluminadora también otraexpresión de Jesús: «Si dos de vosotrosse ponen de acuerdo en la tierra para pedir cualquier cosa, laobtendrán de mi Padre celestial» (Mt 18, 19). Elbuen Pastor nos invita pues a rezar al Padre celestial, a rezar unidosy con insistencia, para que Él envíe vocacionesal servició de la Iglesia-comunión.

Recogiendo la experiencia pastoral de siglos pasados, el ConcilioVaticano II puso de manifiesto la importancia de educar a los futurospresbíteros en una auténtica comunióneclesial. Leemos a este propósito en Presbyterorumordinis: «Los presbíteros,ejerciendo según su parte de autoridad el oficio de CristoCabeza y Pastor, reúnen, en nombre del obispo, a la familiade Dios, como una fraternidad unánime, y la conducen a DiosPadre por medio de Cristo en el Espíritu Santo»(n. 6). Se hace eco de la afirmación del Concilio, laExhortación apostólica post-sinodal Pastoresdabo vobis, subrayando que el sacerdote«es servidor de la Iglesia comunión porque—unido al Obispo y en estrecha relación con elpresbiterio— construye la unidad de la comunidad eclesial enla armonía de las diversas vocaciones, carismas yservicios» (n. 16). Es indispensable que en el pueblocristiano todo ministerio y carisma esté orientado hacia laplena comunión, y el obispo y los presbíteros hande favorecerla en armonía con toda otra vocacióny servicio eclesial. Incluso la vida consagrada, por ejemplo, en su propriumestá al servicio de esta comunión, comoseñala la Exhortación apostólicapost-sinodal Vitaconsecrata de mi venerado Predecesor Juan Pablo II:«La vida consagrada posee ciertamente el mérito dehaber contribuido eficazmente a mantener viva en la Iglesia laexigencia de la fraternidad como confesión de la Trinidad.Con la constante promoción del amor fraterno en la forma devida común, la vida consagrada pone de manifiesto que laparticipación en la comunión trinitaria puedetransformar las relaciones humanas, creando un nuevo tipo desolidaridad» (n. 41).

En el centro de toda comunidad cristianaestá la Eucaristía, fuente y culmen de la vida dela Iglesia. Quien se pone al servicio del Evangelio, si vive de laEucaristía, avanza en el amor a Dios y al prójimoy contribuye así a construir la Iglesia comocomunión. Cabe afirmar que «el amoreucarístico» motiva y fundamenta la actividadvocacional de toda la Iglesia, porque como he escrito en laEncíclica Deuscaritas est, las vocaciones al sacerdocio y a losotros ministerios y servicios florecen dentro del pueblo de Diosallí donde hay hombres en los cuales Cristo se vislumbra através de su Palabra, en los sacramentos y especialmente enla Eucaristía. Y eso porque «en la liturgia de laIglesia, en su oración, en la comunidad viva de loscreyentes, experimentamos el amor de Dios, percibimos su presencia y,de este modo, aprendemos también a reconocerla en nuestravida cotidiana. Él nos ha amado primero y sigueamándonos primero; por eso, nosotros podemos correspondertambién con el amor» (n. 17).

Nos dirigimos, finalmente, a María, que animó laprimera comunidad en la que «todos perseverabanunánimes en la oración» (cf Hch1, 14), para que ayude a la Iglesia a ser en el mundo de hoy icono dela Trinidad, signo elocuente del amor divino a todos los hombres. LaVirgen, que respondió con prontitud a la llamada del Padrediciendo: «Aquí está la esclava delSeñor» (Lc 1, 38), intercedapara que no falten en el pueblo cristiano servidores de laalegría divina: sacerdotes que, en comunión consus Obispos, anuncien fielmente el Evangelio y celebren lossacramentos, cuidando al pueblo de Dios, y estén dispuestosa evangelizar a toda la humanidad. Que ella consiga quetambién en nuestro tiempo aumente el número delas personas consagradas, que vayan contracorriente, viviendo losconsejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia, yden testimonio profético de Cristo y de su mensaje liberadorde salvación. Queridos hermanos y hermanas a los que elSeñor llama a vocaciones particulares en la Iglesia, quieroencomendaros de manera especial a María, para que ella quecomprendió mejor que nadie el sentido de las palabras deJesús: «Mi madre y mis hermanos son los queescuchan la palabra de Dios y la ponen enpráctica» (Lc 8, 21), osenseñe a escuchar a su divino Hijo. Que os ayude a decir conla vida: «Aquí estoy, oh Dios, para hacer tuvoluntad» (Heb 10, 7). Con estos deseospara cada uno, mi recuerdo especial en la oración y mibendición de corazón para todos.

Vaticano, 10 de febrero de 2007

© Copyright 2007 – Libreria Editrice Vaticana