Mi experiencia sacerdotal

¿Mi sacerdocio? Lo he vivido como una liturgia (λειτουργ?α: una función pública, aunque nacida de una unción personal. Me enteré muy tarde de que era sacerdote. No porque no lo supiera, sino porque no tenía experiencia de ‘serlo’ ni entendía sus raíces profundas ni su origen. Si Dios me había pensado como sacerdote desde su eternidad, yo ya era en él sacerdote, antes de enterarme. ¡Eso se me escapa-y se me escapa-, claro! Pero, tenerlo en cuenta ahora- a lo que llamo enterarme- no es retórica sino recuperar mi verdadero puesto en el corazón de Dios. Hasta que un día se hizo historia, la mía en este caso. Siendo muy niño, ocho años, ya quería ser ‘fraile’, que así llamábamos en el pueblo a todos los que se iban al seminario. Y lo repetía como estribillo, un día y otro…

(JPG) Recuerdo que llovía y anochecía a la vez, un quince de septiembre de 1947, cuando mi padre me llevaba al seminario. Y, sentados dentro del vagón de un tren lento ‘de carbón’-decíamos-, terminó de oscurecer. Al llegar al ‘convento’ de ‘Misioneros Hijos del Inmaculado corazón de María’ (Claretianos) en Alagón (Zaragoza) seguía lloviendo con una mansedumbre que no olvido aun ahora. Desde entonces, el quince de septiembre de cada año acudo puntualmente a la puerta que se abrió delante de mis ojos de niño y pasada la cual, muy inconscientemente comenzaba a caminar hacia el sacerdocio y hacia el conocimiento del Corazón de María, del que me he ido enamorando-creo- como sin querer… Cuando llegué al sacerdocio lo entendía más o menos como parece entenderlo todo el mundo: ser un ‘mediador’ entre Dios y los hombres. Veía que mi crecimiento personal sacerdotal significaba, por eso mismo, crecer en la relación de amistad con Dios y en vincularme lo más posible a un proyecto, ‘oscuro entonces’, de entender lo humano. Y en esa ‘oscuridad’ en la que no sabía nada bien, comencé, y de forma intuitiva, a querer algo concreto que parecía sintonizar con mi anhelo. Quise estudiar periodismo. Me encantaba-me encanta- la profesión. Me gustaba el componer noticias, crónicas, columnas de opinión; mejor, soñaba con esos sueños. No me dejaron mis superiores. Quise estudiar psicología clínica, la que consideraba más aproximada a los hombres y mujeres afectados por la ansiedad, ese estorbo fundamental para ‘informarse con serenidad de la imagen de Dios’, dice Juan de la Cruz. Estudié psicología clínica. Pero, una suerte de unción interior iba descomponiendo mis planes o reconduciéndolos. Me interesaban las personas, de las que yo era una suerte de intermediario; intermediario entre un Dios, que se basta y unas personas que no acaban-no acabamos-de ‘saber vivir nuestra insuficiencia’ ni nuestra necesidad de Dios. Estudiar periodismo, no me dejaron; la psicología no me llenaba. Y comencé a saber con claridad lo que ‘no quería’. ‘Eso, no; eso, no’, que dicen en el mundo oriental. Y eso era todo, entonces. Hasta que, por circunstancias-de Dios- en esa pequeña revelación que es la vida de cada, uno al irse haciendo, comencé a darme cuenta-al leer y pensar- de algunas aportaciones de una cierta originalidad para mí; también fui descubriendo en esas aportaciones una posibilidad para entender mi postura estar entre Dios y los hombres. Las leí y las absorbí. Algunas: – ‘A los doscientos años de revolución industrial, hombres y mujeres han perdido el alma y el sentido de lo sagrado’. – ‘Occidente está desconcertado porque no sabe tener contacto consigo mismo’. – ‘… la educación es básicamente errónea porque sólo enseña la mitad del proceso: cómo usar la mente, pero no enseña a detenerla para descansar y para ahondar’.

Por otra parte, mi sacerdocio me enseñaba que no bastaba ‘tener conocimientos sobre Dios (cosa de ciencia), ni sólo ‘estar en las cosas’ de Dios (cosa de ocupación). Era necesario tener alguna experiencia que, por ambigua que fuese, pudiera representar un contacto con Él; esto significaba y requería una cierta ‘desocupación (cosa de ‘detenerse’, de hacer pausas para ‘estar’). Esa desocupación, aparentemente vacía, me permitía encarnar uno de los grandes gestos de Jesús (Mc 1,35)’. Además de poder consagrar y perdonar, pude formular mi anhelo sacerdotal como ‘orar y enseñar a orar’. Consciente de las dificultades de tal empeño, sabía que tenía que redefinir la oración, más que como una actividad, como una pasividad; y redefinir la aportación de la persona, sabiendo que a la de entonces y a la de hoy, no le gusta la quietud mental; que vive el rechazo a ‘permanecer y a estar’; que no consiente fácilmente en encontrarse como ‘lugar?silencio’ y prefiere ignorar que la relación con Dios y su ‘realización’ es parte de la propia definición y de la propia realización como personas. Al leer en Pascal que: ‘Los males del mundo provienen de la incapacidad del hombre para permanecer sentado en silencio’, lo acepté sólo como hipótesis inicial. Ahora lo formulo: ‘Los males del mundo provienen de la no necesidad que el mundo siente para permanecer en el silencio de Dios’.

En ese momento de mi progresiva comprensión, ya me resultaba más natural el vincular el periodismo-mi vocación ‘frustrada’-, la psicología de la llamada ‘profundidad’ y la demanda honda y humilde de quien necesita orar. Mi periodismo iba a ser dar la ‘Buena Noticia’ (‘evangelizar’ siempre primicia); la psicología clínica, se me configuró como una visión humana del hombre interior, el realmente consistente’. Desde mi fe tenía la aportación ‘teologal’ de la persona que, en el ‘dialogo’ con Dios, tiene que buscar y encontrar la mayor fuente de dignificación personal. Mi empeño, como mi vocación, y la forma de mi sacerdocio, ha sido el favorecer en los que he podido, el ‘despertar en el ‘Acontecimiento?Dios’. Me lo requiere la urgencia con la que san Pablo afirma: ‘Ya es hora de que despertéis’ (Rm 13,11).

Y así, hasta ahora…, y a mi manera… Espero que mi sacerdocio y el estilo con el que lo he vivido le guste a Dios porque espero-creo- que me lo ha dado todo Él.