Los cristianos de hoy en día afrontamos el reto de ser capaces de introducir un poquito a Dios en los espacios cotidianos de la vida diaria. No es fácil, no siempre uno encuentra el momento. A veces pensamos que nuestras ideas no van a ser bien recibidas, o que no viene a cuento hablar de eso.
El respeto a las creencias de cada uno no tiene que conllevar un absoluto hermetismo por nuestra parte en temas de fe. Sólo somos capaces de hablar de ello al calor del horno de la Eucaristía comunitaria , aunque a veces también se cuela Dios entre nuestros humeantes cafés de sobremesa en la universidad.
A mi izquierda, Joaquín, como buen físico, defiende que el universo es solamente fruto de una serie de casualidades que se conocen con el nombre de evolución. Resulta curioso cómo mucha gente asume como algo lógico que esa inmensidad inabarcable de planetas, quásares, estrellas y agujeros negros, que funciona con milimétrica precisión, sea algo aleatoriamente creado. Y junto con ellos, ese animal al que llamamos ser humano, que aun con todas sus imperfecciones es una máquina más perfecta de lo que ningún ordenador llegará nunca a ser…
Todo esto se considera de una evidencia tal que no admite dudas. “Pero… ¿y por qué no puede haber creado Dios todo esto?” me atrevo a decir. ¿Acaso es más razonable creer en una casualidad tan inmensa que confiar que el mundo sea más que una mera casualidad?
Enfrente de mí, Mari Carmen, agnóstica y alcalaína, adopta la postura de la duda, la del respeto a todo lo que decimos, pero sin mojarse. Mientras Joaquín sigue defendiendo su postura empirista y me doy cuenta de que, efectivamente, no se puede demostrar científicamente la existencia de Dios, afortunadamente. Imaginaos qué catástrofe sería si el ser humano, que ya de por sí se cree un Dios, fuese capaz de demostrar que Dios existe, de desentrañar el mayor misterio de la historia de la Humanidad. El hombre entonces se daría cuenta de que no necesita para nada a ese Dios del que acaba de descubrir su existencia.”Si hemos llegado tan lejos sin pedirle ayuda, ¿para qué vamos a hacerlo ahora?”, se dirían unos a otros.
Y es que mucha gente piensa que creer en Dios es una debilidad; es considerar que el ser humano no es lo suficientemente bueno como para valerse por sí mismo. Pero lo que yo creo es que la debilidad es precisamente creerse
invulnerable. Sólo aquellos pocos capaces de reconocerse débiles, de aceptar la ayuda de los demás, son los que sobreviven en la carrera de la felicidad. Otros caen por el camino porque, al ver que la vida les va arrebatando esa invulnerabilidad de la que presumían, sienten que ya no son nada.
Pero los que toman la decisión de vivir con Cristo, saben que, aunque sus fuerzas vayan mermando, su salud se deteriore o su situación laboral se complique…aunque pierdan todo eso, hay algo en su interior que nadie puede arrancarles, y es Dios mismo.
Y al mismo ritmo que el café, se han ido agotando nuestros argumentos acerca de la existencia. Parece que no ha quedado nada de todo lo que hemos dicho, pero si miras detenidamente en el vaso vacío siempre queda ese posillo de azúcar y café. Acaso sea eso lo que podemos transmitir de nuestra fe, pero con eso y con todo, al final la fe es una decisión, como el amor, pero como dijo Nicolas Cage: “No sé puede obligar a nadie a que se enamore de ti, pero sí se pueden aumentar las probabilidades de que ocurra”.