En nuestro lenguaje castizo, hay una ‘frase hecha’, una expresión corriente, que habla de "andarse" o de "irse por las ramas". Con ella, se quiere decir que alguien se desvía notoriamente del tema que se está tratando, del centro de una cuestión, del núcleo esencial o de la raíz viva de un problema. La frase puede equivaler a dar rodeos, a quedarse en la pura superficie o simplemente a vivir despistado. También podría equivaler a la expresión evangélica "edificar sobre arena" (cf Mt 7, 26-27), que es una gravísima imprudencia y hasta una verdadera temeridad y que, por eso, es también una insensatez.
Hace ya algunos lustros, Juan Bautista Metz hacía una llamada apremiante a todos los cristianos, y especialmente a los religiosos, a "ser más radicales", yendo más decididamente "a la raíz de las cosas". Y afirmaba que había sonado "la hora del seguimiento"1.
Se trata, lógicamente, de seguir a Jesucristo; y sólo a Jesucristo. Porque los demás -todos los demás, incluidos los mismos Fundadores- no son propiamente término de nuestro seguimiento y de nuestra imitación, sino compañeros de viaje en nuestro caminar hacia Cristo; y, a lo más, primeros condiscípulos en la única Escuela del Unico Maestro de todos, que es Cristo2. Por eso, no se puede nunca absolutizar su ejemplaridad -aunque sea una ejemplaridad verdadera-, sino que hay que relativizarla siempre y subordinarla a la suprema ejemplaridad de Jesús. Más aún, sólo en pura referencia a Cristo, llega a ser ‘ejemplaridad’ para nosotros.
San Juan de la Cruz daba este saludable aviso: "Nunca tomes por ejemplo al hombre en lo que hubieres de hacer, por santo que sea, porque te pondrá el demonio delante sus imperfecciones; sino imita a Cristo, que es sumamente perfecto y sumamente santo, y nunca errarás"3.
San Agustín ya se lamentaba, en su tiempo, de que casi todos los que seguían a Cristo, le seguían no por razón de él mismo, sino por alguna otra razón. Y formulaba esta lamentación de una manera negativa, con una expresión gráfica, que podría traducirse así: "casi nadie sigue a Cristo por Cristo".
Ahora bien, esto es verdaderamente doloroso por sus funestas consecuencias: Se mata la raíz viva del árbol, y el árbol se seca irremediablemente; se fundamenta la propia casa sobre arena movediza, y la casa se derrumba ante cualquier vendaval ideológico o moral; la Persona viva y vivificante de Jesús deja de ser el primer dato de conciencia, y la conciencia humana se pierde en lo neutro e impersonal, que no puede llenar ni convencer definitivamente a nadie, y se cae en la mediocridad y en el desencanto.
¿No será esta triste historia la historia triste de muchos religiosos y religiosas, que iniciaron su vida consagrada con verdadera ‘ilusión’, tal vez, en el doble sentido de la palabra? Deberíamos aprender, al menos, escarmentando. Porque ‘escarmentar’ es una forma elemental -y auténtica- de aprender.
Jesús no defrauda nunca. Muy al contrario, cuanto más se le conoce y se le trata, cuanto más se cree en su Amor y se le ama, más crece el entusiasmo y la convicción -por sabrosa experiencia- de que él merece nuestra vida y nuestra muerte, y de que "seguirle" -desde su personal llamada, que nos capacita para responder y nos urge a responder-, es ya bastante privilegio, como para necesitar otra recompensa.
Si, como sabemos, una planta no crece tirando de las ramas, sino cuidando las raíces, volvamos a la raíz viva y al origen vivo de nuestra existencia cristiana religiosa. Volvamos decididamente a Jesucristo. San Agustín repetía: "Origo mea, Christus est. Radix mea Christus est: Mi Origen es Cristo. Mi Raíz es Cristo"4.
Nadie mejor que María -pura capacidad de Jesús, llena de Jesús-, la perfecta creyente y, por eso, la perfecta cristiana, la perfecta discípula, "prototipo del hombre frente a la gracia libre de Dios"5, para enraizarnos vitalmente en nuestra más viva Raíz, que es Cristo. Por eso mismo, nadie mejor que Ella para hacernos vivir de verdad, que para nosotros- es seguir radicalmente a Jesucristo.
Nuestra más decidida preocupación y ocupación ha de ser la de centrar teológicamente o, mejor, cristológicamente, toda nuestra vida. Sólo de este modo lograremos recuperar, mantener y acrecentar nuestra más genuina identidad y cumplir, en la Iglesia y en el mundo, nuestra verdadera misión.
- J.B.Metz, Las órdenes religiosas. Su misión en un futuro próximo, como testimonio vivo del seguimiento de Cristo, Barcelona, 1978, p. 42.
- Cf San Agustín, In Ioannis Evangelium, trat. 16, 3: ML 35, 2523: "Magistrum enim unum omnes habemus, et in una schola condiscipuli sumus: Todos tenemos un único Maestro y somos condiscípulos en una única escuela".
- San Juan de la Cruz, Dichos de luz y amor, n. 156, en "Obras Completas", BAC, Madrid, 1982, 11ª ed., p. 54.
- San Agustín, Contra litteras Peliani Donatistae, lib. 1, cap. 7, 8: ML 43, 249.
- W. Pannenberg, Fundamentos de cristología, Sígueme, Salamanca, 1974, p. 180.