(Mal 3, 1-4. 23-24; Sal 24; Lc 1, 57-56)
No hay tiempo que perder. “A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo”. Hoy se hace referencia al nacimiento del Precursor, traído simbólicamente para disponer el ánimo para la Navidad, no sólo con la alegría, sino también con la purificación del corazón. “Mirad, yo envío mi mensajero para que prepare el camino ante mí”.
El Señor está cerca. Como al esparcirse en una gran concentración los rumores de la inmediata llegada del personaje esperado, todo anuncia la proximidad. “De pronto entrará en el santuario”. “Miradlo entrar”. “Levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación”.
En circunstancias en las que se ha esperado por largo tiempo un acontecimiento, a medida que se acerca el día de su celebración puede brotar el nerviosismo y que surjan reacciones un tanto descontroladas. Aún estamos a tiempo para que no nos invadan los sentimientos contrapuestos y alcancemos la actitud adecuada.
Si tenemos en cuenta el salmo con el que se abría el tiempo de Adviento, el primer domingo, y el que reza hoy la Liturgia, descubrimos que es el mismo. No es indiferente que el Camino de Adviento haya sido flanqueado por la misma oración con la que prácticamente se concluye: “Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas”. La peregrinación de la vida será acertada si sigue los caminos del Señor.
En este último día, antes de la Nochebuena, la súplica humilde es el mejor recurso para la preparación inmediata, con la seguridad de lo que nos enseña la misma oración: “El Señor es bueno y recto. Las sendas del Señor son misericordia y lealtad”.
Un ejercicio posible es recontar las acciones que Dios ha hecho en nuestra vida y descubrir la misericordia que ha tenido a lo largo de los días, para cantar sus maravillas del Señor.
A las puertas de la Navidad, ¿cómo te encuentras?
¿Dispuesto? ¿Animado? ¿Triste?
¿Te has reconciliado? ¿Sientes alguna moción interior? ¿La deseas cumplir?
¡Abre tu puerta a quien viene como tu Redentor!