Por la mañana
¿Por qué puerta puedo entrar para abrazarte, Dios? Por la que está elevada sobre la tierra y tiene forma de cruz; por la puerta de un costado abierto, rasgado por la lanza. El que así está convertido en puerta absoluta, con su cuerpo desgarrado, nos atrae hacia ti. Buscó la paz para nosotros. Quitó la raíz amarga que nos hacía tanto daño: la muerte. Nos puso en el plato de cada día otra comida: la de los hijos ya reconciliados y reunidos en su fiesta, para escuchar la voz de quien nos convocaba. Dios nos tuvo desde siempre inscritos en el registro de su mismo fuego y quiso siempre hacernos partícipes de la plenitud de su amor. Porque nunca habrá amor más grande que el de dar la vida por aquellos a quienes se ama.
Estoy invitado a hacer lo mismo: invitado a amar como he sido amado; invitado a dar mi vida por los hermanos. Cristo mío, tú no te resistes ni te echas atrás a la hora de cumplir esta misión de amarnos hasta el extremo. Ofreciste tu cuerpo todo a quienes quisieron destrozarlo. No te tapaste el rostro para evitar los ultrajes que te hicieron. El Señor era tu ayuda; sabías con certeza que, con Él a tu favor, no quedarías defraudado. Tu sangre, que corrió abundante acusando, pero a la vez fecundando la tierra, purifica nuestra conciencia de las obras de la muerte y nos prepara para presentarnos al Dios vivo.
Todo esto ya lo sé. Y cada día, a través de esta oración reiterativa, lo recuerdo y lo hago presente y deseo asimilarlo. Pero no tengo que inventar cosas nuevas para hablar contigo o para comunicar a mis hermanos, intentando quizás más que orar de verdad lucirme ante los demás con este ejercicio diario, pero vanidoso, de las entregas que les hago. Lo has dicho todo ya con tu propia vida; sólo tenemos que mirar y querer repetir con la nuestra aquello que Tú fuiste para todos. Debe ser una opción mía, de cada uno, en libertad completa elegir ser imitador de Dios y vivir como El en el amor. Quiero vestirme con tus sentimientos, para que a fuerza de repetir y repetir, de recordar y recordar, lo que Tú eres vaya insensiblemente acabando con lo que yo soy antes de llegar a la fe y conocerte. Y a fuerza de querer que me vivas, llegue el momento de que ya no sea yo quien vive, sino Tú en mí, mi Cristo. Que como Pablo, pueda yo repetir que para mí la vida es Cristo, y una ganancia morir.
Por la noche
Mis manos están extendidas hacia ti, Dios de todos y más si cabe de los humildes, como ofrenda agradecida. Porque cuando repaso la historia de mi vida, descubro que sigues siendo el que acoge a cualquier hora, al no saber nunca rechazar a quien a ti llega. Eres misericordia que no se agota, el Dios que nunca olvida su bondad y mantiene su promesa para siempre. La cólera no te pertenece; es algo exclusivamente nuestro. Entrañas de misericordia es lo que eres. Hoy sigues realizando proezas, portentos, hazañas de amor incalculables. Me atas a ti con lazos de bondad; me eliges como amigo y confidente. Por la sangre de tu Hijo, me haces entrar a una dulce intimidad contigo. Comunicas a mis ojos la luz y la alegría que Tú mismo eres. Mis manos extendidas expresan todo eso: ¿qué dios es grande como nuestro Dios?
Tu poder es el perdón; por eso te sobran todos los ejércitos, policías o tribunales constitucionales. Tu brazo nos rescata con la vida, jamás con la fuerza de la violencia, algo también exclusivamente nuestro. Sólo en ti descanso y tengo paz; sólo de ti viene mi salvación; sólo Tú eres la roca de mi esperanza. Déjame, Señor, estremecerme ante lo que eres. Permíteme, a pesar de los nubarrones que ensombrecen mi vida, permíteme arrodillarme y desahogar en ti mi corazón. Pueda adorarte y acogerte para que me des la vida, y sepa agradecerte con toda el alma el que hayas hecho a Cristo para mí, para nosotros, para todos sabiduría, justicia, santificación y redención. Y que por Él, por su sangre, hayamos recibido el perdón de los pecados. Por Él nos has reconciliado, y has hecho la paz por la sangre de su cruz.