(Isa 40, 25-31; Sal 102; Mt 28-29)
“Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré”.
De nuevo aparecen las palabras más atractivas, como vasos de agua en la travesía del desierto: “Perdón”, “gracia”, “ternura”, “Compasión”, “misericordia”, “fuerzas”, “alivio”, “descanso”.
Los sentidos están llamados a reparar en lo alto y en el interior: “Alzad los ojos a lo alto”. “Bendice, alma mía, al Señor”.
El Señor acoge los sentimientos de cansancio, agobio o culpa: “El perdona todos tus pecados, cura todas tus enfermedades, te colma de gracia y de ternura. El Señor es compasivo y misericordioso, no nos trata como merecen nuestros pecados, ni nos paga según nuestras culpas”.
No se debe retrasar la respuesta y sufrir injustamente, la orfandad, el desaliento y la soledad, por permanecer con la conciencia sobrecargada.
“Venid todos los estáis cansados”. “Los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, echan alas como las águilas, corren sin cansarse, marchan sin fatigarse”.
El lenguaje suscita gratitud, bendición, confianza, ánimo.
¿Sientes el atractivo de la Palabra?
¿Acaso no gustas en tu interior la fascinación de la paz?
¿Te vas a resistir a dejarte ayudar?
¿Qué ganas con tu amor propio, orgullo, apariencia de invulnerabilidad?
No estás solo, ni se te ignora. No eres un vagabundo de la existencia, sino peregrino hacia la Tierra de la Promesa. “¿Por qué andas diciendo: «Mi suerte está oculta al Señor, mi Dios ignora mi causa?»”
“¡Bendice, alma mía, al Señor!”