Hay palabras que tienen magia. Palabras que tienen no sólo un gran poder de atracción y de halago, sino también de encantamiento y hasta de seducción. Palabras que, con sólo pronunciarlas o escribirlas, arrastran y cautivan por su especial belleza. Estas palabras resultan, muchas veces, peligrosas. Pues, por culpa de la moda, se convierten en tópico y hasta parecen ‘dispensar’ de todo ulterior esfuerzo por vivir su contenido y por llevar a la práctica sus exigencias. Una de esas palabras ‘mágicas’ -en uso y en abuso, en nuestro vocabulario actual-, que embelesan y embriagan, es, sin duda, la palabra comunión. Incluso hemos aprendido a decirla en griego: koinonía.
Koinonía es principalmente un intercambio, una comunicación recíproca de vida y de amor entre personas. Es decir, una verdadera comunión. Es comulgar, más que compartir. Comulgar con alguien al nivel mismo de su ‘ser’ personal, de su interioridad humana y sobrenatural. La comunión implica siempre reciprocidad. La koinonía verdadera es una verdadera amistad. Por eso, se realiza, ante todo, en ese ámbito de intimidad sagrada y de inviolable identidad de la persona, que la Biblia llama ‘espíritu’ y ‘corazón’, que es la urdimbre de la persona o, más exactamente, la persona misma, toda entera, pero contemplada desde su máxima interioridad.
Con demasiada frecuencia, se toman como sinónimos los verbos compartir y comulgar. Se comparte, hablando con propiedad, lo que ‘se parte’. En cambio, se comulga aquella realidad que no se divide, porque no admite división. La comunión se dirige y se refiere propiamente a bienes indivisibles, que por serlo, no se pierden cuando se comunican, sino que siguen siendo propios -e incluso llegan a acrecentarse- cuando se entregan.
El término-objeto propio e inmediato de la koinonía evangélica es la Persona misma de Cristo, en quien comulgamos, al mismo tiempo, con el Padre y con el Espíritu. "Nuestra comunión (=koinonía), dice Juan, es con el Padre y con su Hijo Jesucristo" (1 Jn 1, 3). Y San Pablo, por su parte, habla de la "comunión -koinonía- del Espíritu"1.
La Escritura, sobre todo el nuevo testamento, revela que Dios ama al hombre con un amor absolutamente libre, gratuito y personal. Y el vocablo koinonía sirve para designar ese nuevo tipo de relación personal entre Dios y el hombre, que es alianza y amistad. Jesucristo es la realización suprema y la máxima expresión de esa koinonía. Compartiendo "la carne y la sangre" del hombre (cf Heb 2, 14), ha hecho al hombre capaz de "compartir la naturaleza divina" (2 Pe 1, 4). Asumiendo nuestra naturaleza, nos hizo partícipes de la suya.
Desde ese nivel profundo y estrictamente personal, la koinonía tiende a expresarse también en otros niveles, en lo jurídico y en lo social e incluso en el ámbito de las cosas materiales. Pero esta forma de comunicación -compartir los bienes materiales o cosas- no se considera como algo valioso en sí mismo, pues no es objeto propio de la verdadera koinonía, sino como expresión y consecuencia práctica de esa otra comunión y comunicación interior y espiritual que constituye y define propiamente la koinonía bíblica.
San Pablo entiende siempre la koinonía en un contexto cristológico, es decir, en referencia inmediata y explícita a Jesucristo. No se trata de compartir ‘algo’, una cosa o un bien material, sino de ‘comulgar’ la misma vida divina, que es esencialmente filiación y que crea entre Dios y el hombre una ‘comunidad biológica’ y familiar. En virtud de ella, ya no somos "extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios" (Ef 2, 19). Somos hijos del Padre; hijos en el único Hijo que el Padre tiene, Jesucristo por una real participación de su filiación sustantiva; e hijos por la acción vivificante del Espíritu Santo, que mora en nosotros.
El Bautismo y la Eucaristía son los momentos centrales de la koinonía cristiana, pues en ellos se recibe la misma vida y filiación de Cristo y se comulga su cuerpo y su sangre2. Estos dos sacramentos, por realizar una viva ‘incorporación’ a Cristo y una verdadera configuración con él, realizan la inserción más profunda y vital en su Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, como misterio de gracia y de salvación. La comunión con Cristo es comunión con el Padre en el Espíritu Santo. Y, en ella y desde ella, se hace también comunión con los hombres.
San Pablo subraya el carácter dinámico de la koinonía, al mismo tiempo que pone de relieve la índole absolutamente gratuita de la salvación sobrenatural3. Todo es realmente gracia; pero ‘gracia’ que transforma por dentro al hombre y le hace capaz de responder y le urge a responder, con una cooperación activa, a la obra salvadora de Dios. La koinonía implica una participación activa del creyente -nunca en solitario, sino en unión de los unos con los otros- en la vida del Señor paciente y resucitado. Subraya la dimensión interior de esta comunidad de salvación, pero lleva consigo también un aspecto material, como lo muestra la colecta en favor de los pobres (cf 2 Cor 8, 1 ss.). Los cristianos poseen y ponen -en Cristo- todos los bienes en común:
"Esta puesta en común, a la vez material y espiritual, es otra manera de expresar el misterio paulino del Cuerpo de Cristo, ya que el medio más eficaz de salvación es el lazo personal de amor que une a los creyentes con el Dios-Trinidad en el único mediador, Jesucristo… Fundamentando la koinonía de manera trascendente en la vida trinitaria, resulta imposible reducirla a una comunidad puramente humana, establecida por un interés personal o por la búsqueda de una meta común"4.
La koinonía de los primeros cristianos de Jerusalén, tal como nos lo describen los Hechos de los Apóstoles, es una realidad compleja y rica, integrada por tres elementos principalmente. Aunque, tal vez, sea mejor hablar de tres dimensiones de la misma realidad:
- la comunidad de fe y de esperanza en Cristo resucitado y presente, aunque de manera invisible; la expresión máxima de esta comunidad de fe y de esperanza es la ‘fracción del pan’ y la ‘oración’…
- la unión de los espíritus o comunión de amor fraterno; vivir ‘unidos’, con ‘un mismo espíritu’ y tener ‘un solo corazón y una sola alma’, son las manifestaciones más significativas de esta ‘comunión’…
- la comunicación de bienes, como traducción concreta de esta unión de fe y de amor; lo ponían todo en común, todo estaba a disposición de todos, nadie llamaba ‘suyos’ a sus bienes y se repartía a cada uno según su necesidad (cf Hech 2, 42-47; 4, 32-37).
San Juan entiende la koinonía como relación personal de intimidad con las Divinas Personas y como una real participación en su vida. Para él, supone la presencia y la permanencia recíproca, la ‘inhabitación’ mutua. Koinonía5 corresponde a los verbos "estar en" y "permanecer en"6 . "Os anunciamos la Palabra de la Vida que existe desde siempre. Nosotros la hemos oído y la hemos visto con nuestros propios ojos; la hemos contemplado y la hemos tocado con nuestras manos. Porque la Vida que estaba junto al Padre se ha hecho visible y la hemos visto y oído y somos testigos de ella. Ahora os la anunciamos para que juntos participemos en la unión con el Padre y con su Hijo Jesucristo" (1 Jn 1, 1-3).
Así traduce la Biblia Interconfesional. Por su parte, Cantera-Iglesias traduce: "…para que lo compartáis todo con nosotros; y ese nuestro compartirlo todo es con el Padre y con su Hijo Jesucristo"7. La Biblia de Jerusalén traduce la palabra koinonía simplemente por comunión, y comenta en nota: "Unión de la comunidad cristiana, basada en la unión de cada fiel con Dios, en Cristo".
- 1 Cf 2 Cor 13, 13; Filp 2, 1; etc.
- 2 Cf Rom, 6, 3-4; Gál 3, 27; Col 2, 12; Ef 1, 5; Jn 1, 12; 6, 55 ss.; 1 Jn 3, 1-3; 1 Cor 1, 9; 1 Cor, 10, 16; etc.
- 3 Cf Ef 2, 4-9; Filp 2, 12-13; Gál 6, 6; Rom 12, 13; etc.
- 4 J. M. McDermott, Koinonía, en "Dictionnaire de Spiritualité", Paris, 1974, t. VIII, col. 1746-1747.
- 5 Cf 1 Jn 1, 2-7; Apoc 1, 9; etc.
- 6 Cf Jn 6, 57; 14, 10; 15, 1-10; 1 Jn 2, 6.24; 3, 24; 4, 12-16; etc.
- 7 Canteras-Iglesias, Sagrada Biblia, BAC, Madrid, 1975. Y añade en nota: "El griego koinonía -comunión, comunidad, sociedad-… indica una intercomunicación espiritual que se traduce también en lo jurídico (comunión-comunidad)… En Hech 2, 42, sirve para resumir la vida de los primeros cristianos; en 1 Jn, sólo aparece en estos versículos, pero su contenido aparece continuamente en fórmulas sinónimas…".