Modelos de cura en el momento actual

De los curas vienen a mi memoria gratos recuerdos. Debo mucho a no pocos. Mi formación humana, mi sensibilidad ética y política, mi vida religiosa, los valores que son guía de mi vivir han bebido de su apostolado. A no pocos conozco como si me hubieran parido, porque en verdad con ellos he nacido a múltiples facetas de la vida.

Es muy difícil hablar de modelos de curas. Toda tipificación entraña una simplificación. Si creo que hay una separación nítida entre bastantes de aquellos para los que el concilio Vaticano II fue acontecimiento y aquellos para los que es historia. Es la misma línea que separa a quiénes protagonizaron o vivieron la transición religiosa española y quiénes han nacido en la aconfesionalidad del Estado y la privatización de la fe. Dicho de otro modo, es la línea que separa a aquéllos que se ordenaron por cursos, y a quiénes lo han hecho casi de uno en uno.

Los del concilio han tenido una conciencia más clara de su identidad eclesial, social y política. Vivieron la vieja Iglesia, leyeron la nueva teología, pasaron de la fe del palio a la del compromiso por la justicia, promovieron un cambio histórico. Su liderazgo e influencia social era indiscutible. Es un clero que se ha sabido fuerte y protagonista. Normalmente con un elevado nivel de formación y de elaboración ideológica. No obstante este tipo de cura, por encima o por debajo de los 60 años, está cargado de heridas. Es el grupo en el que ha habido más secularizaciones. Sus muchas expectativas de cambio en la Iglesia y en la sociedad se han visto frustradas. Su identidad social se ha desdibujado y ha tenido una notable pérdida de estatus. Y tiene sensación de último mohicano, pues mira hacia atrás y no ve a quien transmitir el testigo.

Los del posconcilio se han hecho curas en una etapa democrática en la que la Iglesia ha vivido con más lejanía la política, tanto la de derecha como la de izquierda. Este cura no tiene batallas que contar ni del seminario, ni de manifestaciones. Tampoco latinajos. Se ha educado con unas expectativas más centradas en el servicio eclesial y pastoral.

La pregunta por la identidad esconde a menudo una reivindicación de poder. Su paradigma es más intraeclesial, y también su identidad, que ya desde el inicio se ha sabido con menos estatus social. Quien aspiraba a hacer una brillante carrera en la vida ni se le ha pasado por la cabeza entrar al Seminario. El problema con el que se está encontrando este cura es el de su reubicación en razón de la emergencia del laicado, que si no muy comprometido políticamente, si lo está al menos eclesialmente. Un laicado que consciente de su corresponsabilidad y vocación pone de hecho en cuestión su identidad eclesial. Y su poder, pues como dice un cura amigo, la pregunta por la identidad esconde a menudo una reivindicación de poder. No es tanto quién soy cuanto por qué razones soy yo quien ejerce la autoridad. En mi opinión también hay necesidades de identidad y de seguridad. Es un cura menos formado, pero que asume con más equilibrio y serenidad el conjunto de las dimensiones litúrgica, pastoral y secular de su ministerio.

En aquellos y en éstos hay curas cuyo ministerio está más polarizado en torno al servicio litúrgico, otros en torno a la acción pastoral con grupos, otros que viven con mayor urgencia la misión y el anuncio en la secularidad.

En mi opinión, los curas como colectivo deben afrontar hoy dos retos. Por un lado su relación con el laicado. Es decisivo que sepan promover el apostolado seglar, laicos conscientes de su papel en la familia, en la iglesia y en la vida pública. Y además saber convivir con él, cediendo protagonismo. Es más, la ministerialidad en la Iglesia debe abrirse a nuevas formas. Pedro fue ministro “con suegra”. Pablo fue ministro trabajando “en los cueros”. Y María Magdalena fue primera testigo de la resurrección del Señor. La insistencia de una neoteología del ministerio en una identidad clara, superior y separada de los laicos bloquea la renovación ministerial que angustiosamente necesita la Iglesia. El modelo de Iglesia comunidad-ministerios reclama una redefinición de la identidad del ministerio presbiteral. No es verdad que haya crisis de vocaciones para el ejercicio del ministerio eclesial. Hay crisis para un formato histórico específico. En la comunidad cristiana el Espíritu suscita vocaciones al servicio eclesial, pero de nuevo formato, que no se quieren ver como tales, que no son despertadas o que no son promovidas.
Por otro lado bastantes curas deben resistir a la tentación de separarse de tres aspectos claves de la vida secular: el sexo, el dinero y el poder. El celibato es un amor singular y muy enriquecedor de la persona y del ministerio. Sin embargo su lejanía de la mujer como igual, entre otras razones, les hace ser un colectivo más machista que la media. Su vivencia irreal del dinero casi como la paga del adolescente, con casa y sueldo de por vida aunque no trabaje, le hace vivir la realidad económica como algo lejano y materialista, sin embargo ahí se juega el Reino de Dios.

Su lejanía de la mujer como igual, entre otras razones, les hace ser un colectivo más machista que la media. Su celibato partidario, que creo aconsejable lleva a anatematizar el poder. La reflexión ética de la Iglesia que está en sus manos tiene mucho “pathos”, sentimiento, pero poco “cratos”, poder. La ética necesita de la mediación del poder para transformar la realidad. También se rechaza el poder en la Iglesia pero con otro mecanismo, su espiritualización. No hay poder, lo que hay es servicio. Deben reconocer con conciencia lúcida y responsable que son un poder, de lo contrario pueden hacer mucho mal.