"La Mística Ciudad de Dios"
Entre estos textos, encontré la carta que dirige el P. Claret al P. Jaime Clotet (1-VII-1861) y en la que le decía:
La referencia a la Mística Ciudad de Dios de la Venerable María de Jesús de Agreda me llamó la atención porque unos meses antes le había escrito diciendo:
Ante esta doble referencia a la Mística Ciudad de Dios, me entró la curiosidad y fui a ver qué decía en la tercera parte del libro citado. Comienza tratando de los «sucesos desde la Venida del Espíritu Santo hasta la subida a los cielos y coronación de la Virgen Madre de Dios». Repasé el texto y comprendí que el P. Fundador sintonizaba con lo que la venerable autora decía sobre el puesto y misión de María entre los Apóstoles. Seguramente que, leyendo esta parte de la Mística Ciudad de Dios, viendo cómo se relacionaban María y los Apóstoles, quiso que las comunidades de la Congregación tuviesen en aquella primitiva comunidad el paradigma de su vida misionera.
Me limito a recordar un párrafo del libro de Sor María de Jesús de Agreda. Según la venerable, los Apóstoles hablan de cómo les cuidaba María, de esta manera:
La intención del P. Claret
Cuando terminé de leer la tercera parte de esta obra, que es, sin duda, una forma de expresar libremente una tradición eclesial, me quedé pensativo sobre la idea central de la misma. Entreví que la intención de nuestro santo Fundador era clara a la hora de recomendar al cofundador P. Clotet y a los Misioneros de Vic y Barcelona: quería que María fuese Madre y Maestra en nuestra comunidad apostólica.
Me vino también a la mente el hecho de que el P. Fundador, al comenzar los ejercicios a la Congregación en 1865, al final de la meditación preparatoria, dice esta oración:
El P. Claret pone a María en el primer momento de los Ejercicios como si éstos fueran una experiencia de cenáculo y como si María estuviera entre los apóstoles como Madre y Maestra.
El mural de la Curia General
Al poco tiempo de ser elegido Superior General pensé que estaría bien poner un gran Pentecostés en la Capilla de la Curia, en el que apareciera María animando a los Apóstoles a la evangelización. Sin darle especiales explicaciones le pedí a nuestro hermano el P. Maximino Cerezo Barredo que nos pintara un cuadro de Pentecostés con el Corazón de María inspiradora y animadora de nuestra vida misionera. Lo hizo y ésta es la obra que ahora podéis contemplar. Sólo después de haber pintado el mural le expliqué al P. Cerezo por qué le había pedido este cuadro. Se sintió contento al ver que, sin habernos puesto de acuerdo, se había coincido en el mensaje. Confesó en la primera Eucaristía que se celebró ante el mural que había orado mucho y se había empapado de lo que la Congregación sentía cuando, siguiendo el espíritu de Claret, hablaba de la presencia de María en la comunidad misionera.
De todos modos, como se puede apreciar, el pintor ha sido más explícito. Ha puesto a María, bajo el influjo del Espíritu Santo, invitando con una mano a los Apóstoles a la misión y dando ella misma el primer paso. Con la otra mano sostiene el corazón, dándonos a entender el talante con que hemos de realizar nuestra misión: con corazón, misericordia y ternura. Están a los lados unas manos de distintos colores, algunas de ellas heridas, extendidas hacia los apóstoles. Son el signo de todos los pueblos, de la misión universal; de los sufrimientos y dolores del mundo; de las necesidades y esperanzas de los hombres. En la parte inferior, rodeando el sagrario hay una hoja de maíz y un ramo de olivo, símbolos de las dos grandes culturas que convergen y se hacen unidad en la Eucaristía. ¡Cuántas veces, contemplando este mural, he pensado en la misión apostólica que hemos de desarrollar! Es toda una invitación a la docilidad al Espíritu, a la cooperación con la acción maternal de María y a conjugar la diversidad y la unidad, el testimonio y el impulso de la caridad apostólica.
Ahora os podéis explicar por qué en tantas ocasiones he presentado la imagen de este cuadro o he hecho alusión a él en diversos foros o encuentros. Se trata de un mural que habla por sí mismo de nuestro proyecto de vida apostólica. La imagen del Corazón de María de Thui tiene un gran valor histórico y devocional. Nos recuerda la fundación, el momento del exilio, la continuidad de vida congregacional en compañía de María que siempre nos muestra a Jesús, quien a su vez, muestra el Corazón de su Madre, fragua donde se forma el misionero. Este mural es una interpelación a vivir en docilidad al Espíritu, a continuar la misión de los Apóstoles de la mano de María, a estar abiertos a las necesidades de los hombres y mujeres de todos los continentes y de todas las culturas, a ser Eucaristía y a ser hombres de unidad en la diversidad.
Mons. Pedro Casaldáliga, Obispo emérito de Sao Félix (Brasil), visitó Roma el año que cumplía cincuenta años de misionero claretiano. Nunca hablamos del origen del cuadro. Lo vio y expresó lo que sentía.
A Santa María de Pentecostés
de aquel mayor Amor que nos liberta.
Todos los pueblos pueden ser hermanos,
entre el olivo y el maíz distantes,
haciéndose una sola Eucaristía.
Verde está la esperanza de la Tierra,
a pesar de las sombras de la muerte,
y son todas las manos
-de todos los colores-
las manos de tu Hijo,
heridas de pobreza o de pecado,
pidiendo y ofreciendo el Evangelio.
Icono de la Iglesia misionera,
cuaja en tu Corazón la Llama Viva,
y urge tus pies descalzos la Palabra.
Te arropa la Promesa,
luminosa como un escudo fiel,
pero te apremian la Misión y el Martirio.
En medio de la Cruz y de la Gloria
tú sales siempre al paso del Hijo y de los hijos,
andariega del Reino.
Tú eres siempre Madre,
Madre ahora de ese Cristo total
que nace y crece a través de la tensa historia humana.
Madre de la Palabra y su discípulo,
Maestra de la escucha y del servicio,
Cenáculo materno de la Iglesia:
¡No cejes nunca. Madre!
¡Impulsa la andadura de los doce,
de todos los setenta, que estamos aturdidos, quizás,
por la embestida del vendaval de Dios!
¡Ábrenos los oídos y los ojos,
sacúdenos el miedo y las inercias,
danos un corazón de carne y crisma,
revístenos de gozo y de osadía, envíanos,
al Viento que te lleva, testigos de tu Hijo,
diáconos de Pascua, servidores,
hermanos ecuménicos del Mundo!
Mons. Pedro Casaldáliga, cmf.