Los acontecimientos que se celebran en Semana Santa y Pascua han inspirado, entre otras cosas, grandes creaciones musicales. El camino que nosotros sugerimos aquí va desde la música al misterio que se recuerda y actualiza en cada Pascua.
¿Por qué sólo de la música se afirma hacerle a uno feliz? ¿Por qué solamente ella ha merecido el calificativo de «celeste»? Artistas del pincel, como Botticelli, Van Eyck y otros, presentan a los ángeles en el cielo tañendo instrumentos y cantando. ¿No los han soñado así también los poetas? Tal vez inspirados, unos y otros, en la misma sagrada Escritura. Karl Barth no estaba seguro de que, para alabar a Dios, los ángeles músicos y cantores interpretasen a Bach. Pero convencido estaba de que, con gran contento de Dios mismo, no dejarán de interpretar a Mozart.
La Oda a la música, de Timmermans, se concluye con esta afirmación: da música es la infinita belleza de Dios sonorizada». ¡Aunque no todos acierten a descubrir a Dios bajo tan bello disfraz! ¿Por qué Lutero otorgaba a la música el segundo puesto tras la teología? ¿Y, por qué decía el gran poeta Schiller que «solamente en la música y en el canto llega a hacerse vida la belleza»?
¿No será por celeste, y hasta por divina, por lo que viene la música a hacerle a uno feliz? El aludido teólogo K. Barth apela aquí a su experiencia personal: «escuchando, en momentos difíciles, música celestial, llegué a sentirme tan conmovido, que tranquilamente cerré los ojos. Un piacer sosegado; misterioso, me invadió por entero. Era feliz. Rebosando placer, espontáneamente y agradecido murmuré: ¡qué hermoso, Dios mío!». En sus iglesias protestantes, había Barth escuchado esa música que le lleva a uno a entrar en sí mismo y a transcenderse hasta esa esfera «celeste». Barth no era aquí más que un eco de los teólogos medievales, para quienes es la música lo más placentero y agradable al espíritu, por el hecho de elevarlo a la región de lo sublime.
Si no provocar necesariamente una experiencia religiosa -y menos una experiencia de fe explícita- ¿no podrá, al menos, una expresión estética allanarles el camino? ¿Quién, en las polifonías de Palestrína, en los Officcia haebdomadae sanctae de T. L. de Victoria, en las Pasiones de Bach, en los Salmos de Schütz, de Listz o de Mendelssohn, no experimentaría íntimamente fusionados entre sí lo estético y lo religioso? La música, sin más y por sí sola, no es ningún locus theologicus; pero, inspirada por un texto litúrgico o religioso y a él referida desde su primera hasta su última nota, ¿no adquirirá ya un cierto carácter de locus theologicus? Es un hecho que el choque meditativo-contemplativo con un texto de tinte religioso o sagrado ha llegado a inspirar inmortales composiciones musicales, en las que no parece sino estar lo religioso alumbrando lo estético y estar, por su parte, lo estético dando su más expresiva vivencia a lo religioso. ¿Por qué ahora -a la inversa- no iban a poder ser tales composiciones capaces de despertar en sus oyentes el sentido de lo trascendente, de lo religioso, de lo sagrado, de lo «celeste»? Paul Tillích dice que «los artistas aportan a nuestros sentidos y, a través de ellos, a todo nuestro ser algo de la propia profundidad, algo de ese misterio que, dentro de su inefable trascendencia, nos fascina y nos lleva más allá de nosotros mismos».
Hagamos la prueba. Concretamente -según se nos ha pedido- desde esa música instrumental y vocal inspirada ’ en el dramático pero sereno sobrecogimiento religioso que define la conmemoración de la denominada Semana Santa. ¡Ojalá, como oyentes, nos lleve a esa misma profundidad dentro de la cual tan «profétícamente» inspirados se sintieran sus compositores! Para mayor variedad de estilos, hemos elegido compositores del renacimiento, del barroco, del clasicismo, del romanticismo y postromanticismo y de la época actual.
DOMINGO DE RAMOS, LUNES, MARTES Y MIÉRCOLES SANTOS
La triunfal entrada de Jesús en Jerusalén marca también el comienzo de su pasión. Los tres días siguientes se definen, igualmente, por esta perspectiva del Cristo sufriente. ¡Qué magnífica ambientación musical de tales días pueden proporcionarnos las siguientes composiciones!
Oratorio «Christus»,de Franz Listz.
La disposición de sus 14 números evoca a Haendel en su famoso Mesías, ya que ambos desarrollan el mismo tema: nacimiento, pasión, muerte y resurrección de Cristo. Concretamente, la tercera parte se abre con el «Tristis est anima mea», de Cristo, en voz de barítono y en emotivo diálogo con la orquesta que no parece sino un comentario de las palabras. Es una obra de profundo dramatismo, clara expresión del espíritu religioso y del genio musical de Listz.
Himno de Jesús, de Gustav Holst.
Obra de gran envergadura, para dos coros, coro femenino y orquesta. Se caracteriza por sus dramáticos y emotivos contrastes de expresión musical. Ya en obertura o preludio se evocan dos himnos de canto llano: Pange, lingua, y Vexilla Regís, cuyos acordes vuelven a sonar una vez más dentro de la composición.
Voces y melodía vienen, dentro de su riqueza de matices, a sentirse como en un integral unísono.
Offícium haebdomadae sanctae, de T. L de Victoria.
Según opinión unánime de musicólogos e historiadores, en L de Victoria ha alcanzado la música religiosa los más elevados acentos de esa expresividad y emotiva sinceridad con que el hombre ha cantado a la divinidad. Las nueve lamentaciones, 18 responsoríos, dos Pasiones y otras admirables y admiradas composiciones que dan cuerpo a este Officíum reflejan un encendido misticismo que estremece, solamente comparable con la fuerza mística de un Juan de la Cruz o con la arrebatada inspiración de un Greco.
JUEVES SANTO
Nos recuerda este día la última Cena de Jesús (la Eucaristía), su agonía en Getsemaní, su arresto y el abandono de sus discípulos. Muy para este día son composiciones como las siguientes:
Pañis angelicus, de Cesar Franck.
Aunque menos ambiciosa que otras obras religiosas de su autor, no es ésta menos famosa. De tinte profano, en una primera impresión, no deja de ser expresión de un profundo sentido y sentimiento religioso y de esa fe que Franck se propuso y trató siempre de despertar y transmitir.
Ave verum, de W. A. Mozart.
En él nos ha dejado su autor algo g de lo mejor de sí mismo y de cuanto constituyera lo más puro, libre y auténtico de la música de su tiempo y, tal vez, de todas las épocas. Berlioz veía en esta composición «la expresión sublime de la adoración extática» en su esencialidad y sin concesiones al más mínimo artificio. ¡Qué perfección en el tejido polifónico de las voces y en su tratamiento armónico! ¡Y qué cálido y hondo equilibrio con el popular melodismo austríaco se desprende de la pieza!
Oh salutaris hostia, de C. Saint-Saens.
Conocemos cinco composiciones suyas con este título, a cual de ellas más inspirada y más devota por su carácter oracional y de alabanza. Y esa misma tónica reflejan sus dos Ave verum y su Pañis angelicus para tenor, soprano, quinteto de cuerda y órgano.
Lauda, Sion, de Mendelssohn.
Está considerada como su obra más importante escrita para un texto latino. Como toda su música religiosa, es ésta un acabado modelo de estética espiritual, en la que se percibe la unción y el gusto por lo que pudiera denominarse una oración musicada, tal como la descubriera él en las obras de Bach. Sólidamente orquestada, nos recuerda la Misa en Do de Beethoven. «Escribir música religiosa es para mí una necesidad». Esta confesión de Mendelsssohn es ya de por sí un elocuente testimonio de su espiritualidad tan unciosamente sonorizada en su música.
Cristo en el huerto de los Olivos, de Beethoven.
Basada en un texto de Franz X. Huber, esta composición-oratorio no deja de ir introduciéndonos comunionalmente, a través de sus interesantes y atractivos procedimientos orquestales, en la dolorosa y desgarrada oración de Jesús en Getsemaní.
VIERNES SANTO
Representa una llamada a revivir el acontecimiento mismo de la pasión de Cristo y a meditar sobre el significado del misterio de la Cruz, sólo comprensible, por otra parte, a la luz de la Resurrección. He aquí algunas obras musicales muy para este día:
Threni, id est, lamentatio Jeremiae prophetae, de Stravinski.
Obra de grandiosa concepción, escrita entre 1956 y 58. Dentro de su majestuosa seriedad, no deja de producir un misterioso embrujo y de invitar a una recogida e interpeladora meditación.
Pasión según san Juan, de A. Scarlatti.
Está considerada como una de sus más austeras y emotivas creaciones litúrgicas, y dígase lo propio de la Pasión según Mateo, del célebre Schütz.
Pasiones, de J. S. Bach.
La Pasión según san Juan es una espléndida obra, con fragmentos de una extremada belleza, como el coro inicial -que anuncia ya el drama que se va a desarrollar-, el coro n. 23, los corales nn. 27 y 68 y, muy especialmente, el aria n. 58, una de las cimas del arte de Bach. La pasión según san Mateo, estrenada el Viernes santo de 1729 en Leipzig, está considerada como una de las más bellas y más perfectas composiciones de todos los tiempos. Frente a la anterior, se distingue ésta por su tono más sereno y más contemplativo. Y es de mayor riqueza polifónica y tímbrica. Los coros inicial y final son de una belleza sobre-cogedora. El aria que sigue al breve coro n. 73 constituye uno de los momentos más bellos de toda la obra. Con razón se ha dicho que la concepción bachiana de la «música como expresión de un sentimiento universal ha hecho de su obra, y muy en especial de su Pasión según san Mateo, al margen de credos, razas y lugares, el símbolo de un arte a la vez humano y eterno».
Passio et mors Domini Nostri Jesuchristi, de K. Penderecki.
Compuesta entre 1963 y 65, constituye hasta ahora el último eslabón dentro de la tradición de musicar el relato bíblico de la pasión y muerte de Cristo. Consta de 26 números, en dos partes estructuralmente simétricas. Sus textos latinos están tomados del Evangelio de san Lucas -con algún pasaje de san Juan-, de los salmos, del misal y breviario romanos. Conjuga elementos tradicionales -como el gregoriano- y técnicas contemporáneas. Se dan cita aquí los más variados sentimientos: temor, angustia, deseo, tristeza, soledad, abandono, esperanza, que llegan a penetrar de lleno en la esfera emocional del j oyente. Con esta obra ha logrado su autor captar la atención mundial y elevarse hasta los más afamados nombres del panorama internacional.
Siete palabras de Cristo en la cruz, de J. Haydn.
Es un oratorio para solistas, coro y orquesta, de carácter netamente religioso, basado en una obra orquestal anterior que el Cabildo de la catedral de Cádiz encargara a Haydn. No deja de ser una novedad la intercalación, dentro de la obra, de un interludio para orquesta de viento.
Sonata al santo sepulcro, de Vivaldi.
Combinando elementos de las denominadas Sonata per chiesa y Sonata per camera, Vivaldi ha compuesto esta hermosa página, que se abre ya con un movimiento grave y majestuoso, evocador de la santidad del lugar.
SÁBADO SANTO
En su soledad y en su recogida y silenciosa espera de la Pascua, la Madre de Jesús ha sido también fuente de inspiración para poetas y músicos. Ahí está el Stabat Mater, poema medieval atribuido a J. de Todi, en el que se han inspirado compositores de todas las épocas, como Schütz, Vivaldi, Cornelius, Pergo-lesi, Luchesi, Rossini, Gouvy, Sehubert, Haydn, Dvorak, Poulenc, Penderecki. Dada la extraordinaria fusión entre música y texto, un hondo sentimiento religioso acompaña la audición de las respectivas composiciones. La estrofa final -Quando corpus morietur- aparece siempre como un canto de gozosa esperanza. Llama la atención el perfecto equilibrio entre los solos, los coros, los timbres y el colorido orquestal.
Obligados a elegir una terna, destacaríamos aquí a Vivaldi, por el patetismo de su Stabat Mater; a Haydn, por el su-yo.obra maestra que contribuyó, acaso como ninguna otra suya, a extender su fama en el exterior; y el de Dvorak, con el suyo, tah vivamente humano y de gran belleza y valor musicales.
DOMINGO DE PASCUA
Núcleo configurador del año litúrgico y centro de la vida cristiana, la resurrección de Cristo ilumina nuestra existencia, por muy oscura que ésta sea. Aclamar al Resucitado es un canto pro-fético a la comunidad cristiana, en su caminar hacia la Pascua eterna. ¡Qué magníficas composiciones ha inspirado este gran misterio! Solamente unos ejemplos.
Victimae paschali laudes, una de las piezas más inspiradas del repertorio gregoriano.
El mismo J. S. Bach la erigió como modelo y tema de su Cantata para el día de Pascua. Las tres primeras estrofas describen en acentos solemnes la victoria de Cristo sobre la muerte. Las cuatro siguientes son un delicado diálogo entre los Apóstoles y María Magdalena. La última estrofa es como un tutti en el que vienen como a tomar parte todos los fieles cristianos para declarar su alegría y su fe en la resurrección de Cristo.
Historia de la resurrección, de Schütz.
Es un oratorio pascual de desbordante lirismo. Con un procedimiento deivo, nos está haciendo sentir al vivo la escena: una agitada serie de corcheas evoca los acelerados pasos de Magdalena, de Pedro y de Juan; los suspiros cromáticos permiten adivinar las lágrimas de Magdalena; la remoción de la piedra sepulcral encuentra su expresión en una soberbia vocalización. Es impresionante el dúo de los discípulos de Emaús, rezumando fervor místico. El doble coro final deja en el oyente, con su espectacularidad, una extraordinaria impresión de sonora y resonante exaltación.
El Mesías, obra cumbre de Haendel.
Escrita en una especie de arrebato febril, entre el 22 de Agosto y el 14 de septiembre de 1740. De su triunfal Alleluia confiesa el mismo Haendel no saber si, durante su composición, estaba dentro o fuera del cuerpo. Se trata de un drama musical sobre el misterio de la Redención y sobre la relación entre el hombre y Dios. Su audición impresionó de tal manera a Haydn, que inspiró a este otro gran compositor sus dos grandes Oratorios: La creación y Las Estaciones. Y oyentes habrá que no dejarían de escuchar con sumo agrado el otro Oratorio del mismo Haendel titulado La Resurrección, con sus bellísimos solos de música verdaderamente «celeste» y sus apoteósicos coros finales.
La resurrección de Cristo, del moderno compositor italiano L Perosi.
Se trata de un Oratorio loado por los mejores críticos y aplaudido siempre por el público. Pasos hay que bastan para inmortalizar una obra que tan emotivamente ha acertado a interpretar el sentimiento del alma popular. ¡Qué bellos y emotivos pasajes cabría subrayar, como el preludio de la segunda parte, que culmina en el Alleluia gregoriano del coro, y el bellísimo y triunfal Victimae paschali laudes y Alleluia final que canta la victoria de la vida sobre la muerte!
Macario Diez Presa es melómano y profesor de filosofía.