No sé cuantos de vosotros sabéis la historia de Nidia, la florista ciega de “Los últimos días de Pompeya”. A esta joven, su ceguera no la amargó, ni la hizo aislarse del mundo, ni quedarse sentada en su casa; sino que salió a enfrentar la vida, ganando el sustento de la mejor forma posible. Cuando llegó el día de la terrible erupción del Vesubio, que sumió a la ciudad en tinieblas como si fuera medianoche, bajo una espesa capa de humo y cenizas, los aterrorizados habitantes de la ciudad corrían a ciegas de un lado a otro, perdidos en medio de tanta negrura; pero Nidia no se perdió. Debido a su desventaja, había aprendido a caminar guiándose por el tacto y el oído. Porque aprendió a caminar con rapidez y seguridad en medio de su oscuridad, había transformado su desventaja en un tesoro para salvar su vida y la de los suyos.
Tampoco sé, cuantos de vosotros sabéis con exactitud cómo se forma una perla en el interior de una ostra. El marisco se hace una herida con un grano de arena y el grano queda metido en la llaga, de este modo se ponen en funcionamiento todos los recursos para sanar la herida. Cuando esta queda sana y el proceso de reparación termina, lo que cierra la herida es una perla. Es decir que la perla es una herida cicatrizada; así que, si no hay herida no hay perla.
No sé si estas dos ilustraciones os hacen pensar tanto como a mí. Cuántas veces he llorado por alguna cosa que considero una desventaja en mi propia vida, sin pararme a pensar que -sólo es un medio que Dios utiliza- para hacer dentro de mí una hermosa perla.
¿Recordáis a Pablo y su herida….más bien su “aguijón”?… Nunca supimos en qué consistía; pero si sabemos que era algo lo suficientemente fuerte para llegar a denominarlo como “un mensajero de Satanás que me abofetea”… Aun así, Pablo dice y da buena constancia, de que la gracia del Señor es más que suficiente en toda su debilidad.
¿Recordáis a José y todo su periplo por cantidad de circunstancias al borde de la locura?… Cuando este hombre de Dios tuvo a su segundo hijo, le puso por nombre Efraín, que significa: “Dios me hizo fructificar en la tierra de mi aflicción”.
¿Recordáis a Jacob cuando -huyendo de la ira de su hermano- se encuentra solo, perdido y sin más lugar para dormir que el suelo y unas piedras?… Después de tener un hermoso y real sueño, en el que Dios se le aparece con promesa de bendición, este joven, tiene que reconocer: “Ciertamente el Señor está en este lugar y yo no lo sabía”.
¿Recordáis a Daniel y sus amigos, en medio de un horno de fuego ardiente calentado siete veces?… No creo que la idea les suscitara muchas alegrías; pero, al ver el milagro, Nabucodonosor tuvo que recordar las palabras: “… nuestro Dios a quién servimos puede librarnos… y de tu mano… nos librará”.
Yo no te voy a contar cual es mi herida, pero… piensa un poco… ¿cuál es la tuya?… Si, en la vida de cada uno de nosotros, Dios permite algo que nos duele; pero no con el fin de destruirnos; sino con el objeto de que, a medida que se pongan -dentro de nosotros- todos los recursos de cicatrización, podamos llegar a formar en nuestro interior, esa hermosa perla que reluzca para la gloria de Dios.
El gran Saulo de Tarso, convertido en un siervo de Dios y esclavo de Jesucristo, llegaría a ser el más grande de los apóstoles de todos los tiempos.
José, aquel adolescente objeto de burla de todos sus hermanos, llegó a ser el segundo de Egipto.
Jacob, el que tanto se equivocó, llegó a ser padre de naciones y -de su descendencia- nacería el mismísimo señor Jesucristo.
Daniel, aquel muchacho que se negó a postrarse ante la estatua de oro, llegó a ser tercer señor en el imperio de Babilonia.
Nidia, la florista ciega de Pompeya, llegó a ser una superviviente en medio del caos, del horror, del fuego y de las cenizas.
Permíteme que te vuelva a preguntar… ¿cuál es tu herida?… ¿Cómo quieres que sea tu perla?…
Yo no sé tú, pero yo estoy dispuesta a que mi Dios, con su ungüento cicatrizante, el mejor de todos: su maravilloso amor, haga -de toda mi vida- una preciosa perla que pueda adornar su corona, única y exclusivamente para su gloria y para bendición de los que me rodean. Pido a Dios que pueda ser una realidad en mi vida cada día, en todo momento y en cada circunstancia.