No hubo lugar en la posada

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Jesús nació fuera de la ciudad, fuera de un hospital, fuera de una casa normal. Los Evangelios nos dicen que nació en un establo, fuera de la ciudad, porque no había lugar para ellos en la posada.

Nosotros siempre hemos vilipendiado al infame posadero que despidió a María y José; y la lección que asumimos de esto fue la necesidad de menos autopreocupación en nuestras vidas, que no deberíamos estar tan ocupados y preocupados que no hubiera lugar para que lo divino naciera en nuestras vidas.

Verdaderamente, hay una lección aquí, una que necesito para mi propia vida. Dadas las presiones de las pasadas semanas, hasta este momento del año no he tenido ocasión de dar a la Navidad más que una reflexión pasajera. ¡No hay ningún lugar en mi posada exactamente ahora! Y así, fomento mucha simpatía por ese curioso posadero sabiendo qué fácilmente podemos sobrecargar nuestras vidas de modo que no haya ningún lugar reservado para acoger a un visitante divino.

Ahora, aun cuando ese es un desafío importante, los eruditos bíblicos sugieren que hay una lección más profunda en el hecho de que Jesús nació en un establo fuera de la ciudad porque no había lugar para él en la posada. La verdadera indicación que los Evangelios está haciendo no es tanto la aparente dureza de un posadero, sino más bien el hecho de que Jesús nació fuera de una ciudad, fuera de lo que es cómodo, fuera del glamour y la fama, fuera del reconocimiento por parte del rico y del poderoso, fuera de ser noticia del mundo cotidiano. Jesús nació en el anonimato, pobre, fuera de toda noticia, a no ser por la fe y Dios.

Su nacimiento fuera de la ciudad también prefiguró su muerte y sepultura. La vida terrena de Jesús acabará como empezó, como un extraño, un forastero, crucificado fuera de la ciudad, enterrado fuera de la ciudad, así como nació fuera de la ciudad.

Thomas Merton hizo una vez un comentario particularmente emocionante sobre esto: En este mundo, esta posada loca, en la que no hay absolutamente ni el menor espacio para Él, Cristo ha venido sin invitación. Pero como no puede estar en casa en este mundo, como está fuera de lugar y aun así debe estar en él, su lugar está con aquellos otros para los que tampoco hay sitio. Su lugar está con los que no pertenecen, los que son rechazados por el poder porque son considerados como débiles, aquellos que están desacreditados, aquellos a los que les niegan el status como personas, los que son torturados, bombardeados y exterminados. Con esos para los que no hay lugar, Cristo está presente en el mundo. Está misteriosamente presente en aquellos para los que parece no haber nada a no ser el mundo en su peor situación.

Cristo nació en este mundo de forma inadvertida, fuera de la ciudad, al margen de todas personas y eventos que parecían importantes entonces. Dos mil años después, ahora reconocemos la importancia de ese nacimiento. Por cierto, el mundo mide el tiempo por él. Estamos en el año 2021 desde ese nacimiento inadvertido. Pero entonces apenas nadie se dio cuenta.

¿Cuál es la lección? ¿Qué sacamos de esto? Entre otras cosas, esto pretende darnos una perspectiva diferente frente a lo que en definitiva es importante en este mundo y lo que no es. ¿Quién modela en definitiva la historia? ¿Los grandes motores y agitadores o los que están en el exterior?

Bíblicamente hablando, casi todos nosotros nacimos fuera de la ciudad, lo cual significa que en nuestras vidas seremos para siempre los forasteros, desconocidos, anónimos, insignificantes, de pueblo pequeño, personas que son incidentales al panorama general y la gran acción. Nuestra foto y nuestra historia nunca adornarán los titulares. Nuestros nombres nunca estarán iluminados, y viviremos y moriremos en el anonimato básico, no conocidos por muchos de fuera de nuestros propios círculos minúsculos.

Casi todos nosotros viviremos nuestras vidas en callada oscuridad, en áreas rurales, en pequeñas ciudades y en los parajes desconocidas de nuestras ciudades, mirando los grandes eventos de nuestro mundo desde fuera y viendo siempre a algún otro, además de nosotros, tan importante. Aparentemente, nosotros permaneceremos desconocidos para siempre y nuestros talentos y aportaciones no serán conocidas particularmente por nadie, quizás ni siquiera por nuestros propios familiares. Hablando en sentido figurado, siempre estaremos “fuera de la ciudad”. Viviremos, trabajaremos y daremos a luz al amor y a la vida en lugares humildes.

Tal vez lo más doloroso de todo: conoceremos la frustración de ser incapaces de dar verdaderamente nuestros talentos y dones al mundo; pero, en vez de eso, encontraremos que las más profundas sinfonías y melodías que viven en nosotros nunca encontrarán mucha expresión en el mundo de fuera. Nuestros sueños y nuestras más profundas riquezas nunca encontrarán mucho de un escenario terrenal. Nunca habrá un lugar en la posada para que nazca lo que hay mejor en nosotros. Nuestras profundas riquezas, como el nacimiento de Jesús en nuestro mundo, permanecerán “fuera de la ciudad”, muriendo al fin por el martirio del anonimato y la inadecuada autoexpresión (también “fuera de la ciudad”).

María dio a luz al Cristo en un establo fuera de la ciudad porque no había lugar en la posada. Este comentario se refiere a algo más que la simple negación de la hospitalidad de un posadero sobrecargado. Es una importante enseñanza sobre la necesidad de apreciar lo que en definitiva determina la vida. En esencia, eso nos dice que no son necesariamente aquellos que en apariencia ocupan la presidencia en el centro de las cosas (los poderosos, los ricos, los famosos, los líderes de gobierno, las celebridades de entretenimiento, las cabezas corporativas, los eruditos, los académicos) quienes tendrán el tiempo medido por sus vidas. Lo que es más profundo, más significativo y más importante de la vida nace con frecuencia en el anonimato, inadvertido por los poderosos, tiernamente envuelto en la fe, fuera de la ciudad.