En el mundo está en acción una fuerza que se opone al proyecto de Dios, que tiende a separar al hombre de la voluntad de su Señor (Gn 3,19): El Adversario de Dios, disfrazado de serpiente, hace oír su voz seductora en oposición a la voz del Creador. Y Eva cede a la tentación en el sentido de que se deja decir por la serpiente lo que debe hacer. La seducción es doble: la mujer es seducida por la serpiente y se convierte a su vez en seductora del hombre: La serpiente en su malicia sedujo a Eva (2Corll,3).
En adelante, ya no se dirá que Dios tienta o prueba al hombre: Santiago 1,13: Nadie en la tentación diga que Dios le tienda, pues Dios no tienta a nadie. En el Nuevo Testamento jamás se afirma que Dios pruebe o tiente a alguien. Sin embargo, en algunos casos, además de someter al creyente a la prueba fortalecedora, deja sitio para la tentación diabólica. Recordemos la frase de Mateo: Jesús fue llevado por el espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo (Mt 4,1 y Me 1,12). Por consiguiente, Jesús fue introducido por el Espíritu en la tentación.
Según el evangelista, el tentador por excelencia intenta separar a Jesús del proyecto del Padre, es decir, del camino de un Mesías doliente, humillado, rechazado, para hacer tomar un camino de éxito, facilidad y poder. Cuando el Nuevo Testamento usa el término «tentación» no se refiere jamás al atractivo interior que uno siente por algo malo o por algo prohibido, sino la prueba en la que Satanás intenta perder a quien ataca, esto es, un ataque del Tentador que intenta destruir la fe en el corazón del creyente (Le 8,13; 18,8; Ap 3,10).
No nos dejes caer
La traducción literal de la frase «no nos dejes caer» dice «no nos hagas entrar en la tentación o no nos sometas a la tentación». Hay una frase en Juan que puede explicar el contenido de la sexta petición del Padre Nuestro: No te pido que los quites del mundos, sino que los guardes del Maligno (Jn 17,15). La petición, entonces, sonaría así: Líbranos de «ceder» a la tentación. Dios tiene un papel activo, no ya porque nos introduzca él directamente o porque nos someta, sino porque impide que consintamos en la tentación. «Entrar en la tentación» es lo contrario de «entrar en el reino» (o en la vida). Según esta interpretación, el discípulo le pide a Dios no ya verse libre de la tentación (Mt 26,41; ICor 10, 13), sino que se le evite la prueba que tal vez no pueda soportar.
«Esta petición puede parecemos insólita: no es Dios el que tienta. Pero es Dios el que nos deja en situaciones que son realmente tentaciones. Pues bien, de esas situaciones es de las que el cristiano pide que Dios le preserve. Si Cristo nos enseña a orar de este modo, es porque la tentación más terrible no es la que nace de la carne o del mundo, sino la que brota de una situación en la que la actuación amorosa de Dios se borra de nuestro campo de percepción. El cristianismo puede decir entonces: «¿dónde está Dios?» No encuentra más que indiferencia y silencio: Dios está tan lejos que también el cristiano experimenta el abandono de la cruz. Vive aquella situación límite que vivieron Abraham al pedirle a Dios que sacrificara a Isaac, Job durante su enfermedad y Cristo en la agonía. La confianza incondicional es el único camino de salvación; pero es un camino 1 que bordea el precipicio de la revuelta contra Dios. Semejantes situaciones son la tentación suprema para el espíritu. Atacan a la fe en su misma raíz, y se comprende que Cristo les pida I a los cristianos que huyan en caso de persecución: la no-intervención de Dios se palpa allí de una manera tan cruel que podría destruir la fe. No es extraño tampoco que la Iglesia y los cristianos recen todos los días para que Dios salga de su silencio, para que abrevie los tiempos en los que no se despliega su poder amoroso. El cristiano reza para que no se encuentre nunca en una situación en donde las únicas salidas posibles son la confianza ciega o la evidencia incrédula que parece estar segura de que Dios no nos ama». (Ch Duquoc, Cristolo-p/, 94-95).
Otra interpretación
Pero cabe una segunda interpretación, teniendo en cuanta el semitismo del texto: «presérvanos de entrar en la perspectiva del Tentador». En este caso le pedimos a Dios no ya que nos evite la tentación, sino que nos ayude a no consentir en ella y también a salir de ella.
«Efectivamente aquí se pide el ser protegido durante la tentación y no el ser preservado de ella. Según una antigua tradición, Jesús habría dicho la última noche, antes de la oración de Gethsemaní: «Nadie puede alcanzar el reino de los cielos sin haber pasado antes por la tentación». Afirmación expresa de que a ningún discípulo del Señor le será ahorrada la prueba de las tentaciones; sólo está prometida la victoria. Estas palabras confirman que en la petición final del Padre Nuestro no se implora que el orante se vea libre de las tentaciones, sino la ayuda de Dios para vencerlas» (J. Jeremías, Palabra de Jesús, 162).
Es ciertamente en este sentido como hay que interpretar la advertencia de Jesús: «Orad para que no entréis en la tentación». Se trata entonces de la suprema prueba de la pasión que va a poner en peligro la fe de los discípulos, prueba que evoca igualmente esta otra frase de Jesús: «Simón, Simón, Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti para que no pierdas la fe» (Le 22, 31-32). El que crea que está en pie, tenga cuidado de no caer (ICor 10, 12). Dios es fiel y no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas; pero con la tentación os dará también la solución y la fuerza para soportarla (ICor 10,13).
Jesús, en medio de la tentación que sufre en Gethsemaní, advierte oportunamente a los amigos: Velad y orad para que no entréis en al tentación (Me 14,38). Él no entra en la tentación, es decir, no se separa de la voluntad del Padre, incluso en el momento en que le ofrece un cáliz repugnante, porque vela y porque reza mientras los suyos duermen.
Lo que pedimos en definitiva a Dios es que nos proteja no de nuestras pequeñas tentaciones de cada día -aunque no hay por qué excluirlo- sino que nos proteja más bien de esa gran prueba que podría provocar la deserción de aquellos que no están firmes en la fe (IPe 5,9)- Jesús piensa ante todo en la gran prueba escatológica en la que Satanás intentará hacer fracasar el proyecto de salvación, la calamidad por la que ha de atravesar el pueblo de Dios antes de su retorno glorioso (Me 13, 14-20.24). Es decir: Guárdanos, Señor, de la apostasía.
En nuestro mundo contemporáneo, la pérdida de la fe no es un peligro ilusorio; no se necesitan grandes persecuciones para llevar al hombre a prescindir de Dios. Todo el mundo puede descubrir fácilmente lo que conduce a algunos de nuestros hermanos o a nosotros mismos a este abandono: el progreso de la ciencia, el escándalo provocado por el sufrimiento o las injusticias… o sencillamente un cristianismo insípido, compuesto de hábitos y rutinas a través de las cuales la fe se va debilitando poco a poco, como una mecha que se consume y acaba por apagarse.
Para dialogar y orar
- Rastrear en nuestro entorno más inmediato las razones que llevan a algunos a perder su fe. Comentarlo.
- ¿Cómo Intenta satanás apartarme del proyecto que Dios Padre tiene para mí'¿Cómo lucho contra él?
- ¿Qué deberíamos hacer, a todos los niveles, para espabilar este cristianismo insípido?
- Leer, meditar, orar y comentar el pasaje de 2Cor 12,7-10