Puede resultar bastante descorazonador ver las noticias estos días. Nuestro mundo está lleno de odio, intolerancia, racismo y sobre-estimulada avaricia y ego. La brecha entre ricos y pobres está ampliándose, y el desatino, el sinsentido y la violencia acontecen diariamente. Uno vive con esperanza, pero sin mucho optimismo.
Entre todo esto, quizá lo más penoso de todo es la erosión de nuestra capacidad de reconocer y confesar la verdad. Desde las más altas oficinas de gobierno a los principales medios de comunicación, a nuestros periódicos locales, a los miles de “blogueros”, incluso a nuestras mesas del comedor, estamos volviéndonos irresponsables, manipuladores y francamente desleales para con la verdad, negándola donde resulta incómoda, doblegándola para acomodarla a nuestros propios proyectos, o clasificándola como “bulo”, “hecho alternativo”, “información falsa”, “verdad que ya no es operativa”, o como “corrección política” sin valor de verdad. Estudios de los principales institutos científicos son desechados simplemente como otra opinión, con el resultado de que estamos creando una entera sociedad en la que está viniendo a ser más y más difícil para cualquiera de nosotros fiarse de lo que es un hecho y de lo que no es. Eso es territorio peligroso, no sólo política sino espiritualmente sobre todo.
La escritura nos dice que Satanás es el Príncipe de la Mentira, y Jesús aclara que, entre todos pecados, dejar de conocer la verdad es con mucho el más peligroso. Vemos este asunto particularmente en el texto que nos avisa de que podemos cometer un pecado que es imperdonable porque es una blasfemia contra el Espíritu Santo.
¿Cuál es este pecado? ¿Por qué es imperdonable? ¿Qué tiene que ver eso con decir mentiras?
El pecado imperdonable es precisamente el pecado de mentir, que puede llegar a ser imperdonable por lo que mintiendo puede hacernos. Así es como lo explican los textos bíblicos: Jesús acaba de expulsar a un demonio. Parte integrante de la fe judía en aquel tiempo era la creencia de que sólo alguien que viniera de Dios tenía el poder de expulsar a un demonio. Jesús había hecho eso, pero los escribas y fariseos que acababan de ser testigos de esto juzgaron que era una verdad incómoda, ya que ellos negaban la bondad de Jesús. Así, ante la verdad, ellos o tenían que conocer algo que no querían, o tenían que manipular la verdad para darle un significado diferente. Eligieron esto último y, claramente sabedores de que estaban manipulando la verdad, acusaron a Jesús de realizar el milagro por el poder de Satanás. Ellos lo sabían mejor, sabían que estaban mintiendo, pero la pura verdad era demasiado difícil de aceptar.
Jesús inicialmente trata de debatir con ellos, señalando que no hay ninguna lógica en el hecho de sugerir que Satanás está expulsando demonios. Ellos persisten, y es entonces cuando Jesús lanza su aviso: “En verdad os digo, todos los pecados humanos serán perdonados y también todas las blasfemias dichas alguna vez, pero al que blasfeme contra el Espíritu Santo no se le perdonará jamás, es culpable de un pecado eterno (Mc. 3, 28-29.Texto paralelo en Mt. 12, 31-32). ¡A qué se refiere exactamente este aviso?
Jesús está diciendo esto: Tened cuidado de lo que estáis haciendo ahora mismo, dando un falso giro sobre algo porque es demasiado duro de aceptar como verdadero. El peligro es que, si continuáis haciendo esto, al final podéis llegar a creer vuestra propia mentira. Eso será imperdonable, dado que ya no querréis ser perdonados, porque veréis la verdad como mentira, y la mentira como verdad. El pecado no puede ser perdonado, no porque Dios no quiera perdonarlo sino porque nosotros ya no queremos ser perdonados.
Los diccionarios nos dicen que la blasfemia consiste en insultar o mostrar desprecio o falta de reverencia a Dios. No blasfemamos cuando usamos lenguaje grosero al estar frustrados; ni blasfemamos cuando agitamos nuestros puños a Dios con ira o nos desviamos de él con amargura. Dios puede ser comprensivo con eso. La única cosa que Dios no puede aceptar es la mentira, donde mentimos hasta el punto de creer nuestros propios embustes (el verdadero peligro al mentir) porque eso al fin corrompe nuestras conciencias, de modo que ya no podemos distinguir la verdad de la falsedad o la falsedad de la verdad.
La teología nos enseña que Dios es Uno; esto significa que la integridad interior de Dios asegura que todo lo que hay de realidad tiene también una integridad interior, una inteligibilidad, lo que quiere decir que una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo; quiere decir que dos más dos no puede ser igual a otra cosa que a cuatro; quiere decir que un árbol es siempre un árbol, sin importar lo que digáis que es; y quiere decir que lo negro no puede ser blanco. La Unicidad de Dios nos permite a la vez confiar en la realidad y confiar en nuestra normal percepción de ella.
Eso es lo que se ataca hoy, en casi todos los sitios. Es el último peligro moral: Dios es Uno, y así dos más dos no puede resultar cinco; y si resulta, entonces ya no estamos en contacto con Dios ni con la realidad, estamos desviados en conciencia y estamos blasfemando contra el Espíritu Santo.