NOCHE BUENA

(Isa 9, 1-3. 5-6; Sal 95; Tit 2, 11-14; Lc 2, 1-14)

(JPG) “Hoy nos ha nacido un Salvador”. “Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado”, “que trae la salvación para todos”.

Cantad, proclamad, contad. Alégrense la humanidad, el cielo y la tierra, el mar y cuanto contiene, aplaudan los árboles del bosque, delante del Señor, que ya llega.

En medio de tanto regocijo contemplo a María, que da a luz a su Hijo primogénito, lo envuelve en pañales y lo acuesta en un pesebre, señales para reconocer que el Niño que ha nacido es el Hijo de Dios. Éstas fueron las consignas que recibieron los pastores: “Aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”.

¿Por qué repara el texto de una forma tan detallada en los gestos maternales? ¿Acaso una madre recién alumbrada está para fajar al niño, moverse hasta el pesebre y acostarlo? ¿Por qué repite el texto los mismos detalles? Y, sobrecogiéndome, viene a mi memoria el pasaje que describe el modo con el que será tratado Jesús a la hora de su muerte: (José de Arimatea) “pidió el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana y lo puso en un sepulcro excavado en la roca”. Una descripción similar hacen los otros evangelios: “José tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo puso en su sepulcro nuevo que había hecho excavar en la roca” ((Mt 27, 59-60).

Puede parecer extraño evocar esta noche el drama de la cruz, aunque muchos villancicos se atreven a cantar los dos acontecimientos juntos, y en los autos de Navidad se incluyen las donas de la Pasión como ofrenda del cielo. El que ha nacido es el Redentor, el Salvador. Por esta fusión de imágenes y momentos distantes en el tiempo, no en Dios, el Misterio de la Navidad es anticipo del Misterio Pascual. ¡Feliz Pascua!

Y canto con toda la creación:

Amor de madre, pañales blancos, pesebre acogedor.
José de Arimatea, lienzos limpios, seno de la tierra.
Iglesia esposa, manteles deslumbrantes, piedra de altar.
Amor entrañable, resplandor de Dios, entrañas del mundo.
Hijo amado de Dios, transfigurado, sobre el monte alto.
Eucaristía, luz radiante, tabernáculo.
¡Gloria a Dios, paz en la tierra, a los hombre que ama el Señor!

Todo se armoniza. Hoy, esta noche, cada uno puede responder como María. ¿Con qué pañales envuelves a Dios humanado? ¿Dónde lo recuestas? ¿Cuáles son tus lienzos limpios, blancos, luminosos? Tu interior, ¿puede servir de pesebre, de resguardo, para que el Niño duerma?

María, ¡préstame tú el pañal! Ángeles, ¡arropad al Niño con la luz gloriosa! Tierra, ¡resquebraja toda dureza para recibir a vuestro Creador! Que la fidelidad brote de nuestro corazón, como obsequio a la santidad de Dios que nos visita.