“Observa a los sabios y a los perversos, que se alimentan del fuego sagrado de la vida”. Ésa es la letra de una canción de Gordon Lightfoot, que trata de interpretar la lucha que se desarrolla en el corazón del héroe mítico de Cervantes, Don Quijote. La bondad le aparta del mundo, mientras comprende que la maldad procede de la misma fuente.
Y en esto se da una ironía que nos deja perplejos: tanto los sabios como los malvados, los santos como los pecadores, se alimentan de la misma fuente sagrada. La misma energía que abastece el ardiente altruismo del santo que muere por los pobres, impulsa también el irresponsable mal comportamiento de la estrella de cine que alardea de miles de conquistas sexuales. Ambos se alimentan de la misma energía, que, al final, es sagrada. Esta acción divina en este mundo se usa precisamente para fines muy diferentes. Pero es fácil tergiversar esto.
Por ejemplo, una de las mayores críticas formuladas contra la religión y contra las iglesias es que ellas también usan con frecuencia a Dios para justificar cualquier tipo de guerra y de violencia. Comúnmente percibimos que la fe y la religión impulsan una violencia terrible, como es el caso hoy en día del islam extremista, Pero el cristianismo difícilmente queda exento de esto. En las Cruzadas y en la Inquisición tenemos nuestra propia historia de violencia en nombre de Dios y hay hoy en marcha todavía más violencia que la que nos atrevemos a admitir, perpetrada por cristianos que derivan de su fe su motivación y su energía. Podemos protestar que, en estos casos, la energía es equivocada, perversa o usurpada por interés personal, pero la cuestión sigue siendo la misma. Es energía sagrada, aunque sea pervertida.
El famoso cantante John Lennon (imaginaos) sugirió llamativamente que nos acercaríamos más fácilmente hacia el amor y la paz si la religión fuera eliminada (“Nada para matar o morir, y tampoco religión”). En esta afirmación muestra una ingenuidad peligrosa; pero tiene razón cuando dice que la energía sagrada encontrada en la religión funciona con frecuencia contra la paz y el amor en este mundo. Equivocados zelotas religiosos también se alimentan del fuego sagrado de la vida.
Sin embargo, lo que esta crítica y muchas otras no ven es esto: la energía religiosa descaminada, mal empleada y pervertida no testifica contra la existencia de Dios. Al contrario: Lo verdaderamente horrible de su poder, su ciego control, su capacidad de apoderarse de la vida de alguien y su enfermizo exceso de confianza, señalan precisamente a su poder divino, su sobrecogimiento, su sacralidad y sus raíces dentro de una realidad y de una energía que hace chiquita la nuestra propia. La religión enfermiza es tan potente precisamente porque es real: no es pura fantasía. Puede que sea enfermiza, pero es real. Por eso también los cultos religiosos son peligrosos. Son tales porque son reales, de una manera monstruosa. Con frecuencia hay personas que mueren en los cultos porque el fuego divino que los equivocados líderes canalizan es tan real como la electricidad que calcina a un cuerpo cuando alguien introduce un cuchillo de metal en una toma de corriente eléctrica de alto voltaje. Los cultos religiosos se alimentan del fuego sagrado de la vida; pero trágicamente los realizan sin las precauciones y filtros adecuados que las grandes tradiciones espirituales han señalado como necesarios al acceder a lo divino. Los cultos son ingenuos, ya que no captan por qué la Escritura nos advierte que tenemos que acercarnos a lo divino con cuidado: “¡Nadie puede ver a Dios y vivir!”
Lo que observamos en la religión desviada ocurre igualmente en nuestra vida personal. A veces esto es difícil de percibir (y con frecuencia difícil también de admitir por parte de la gente religiosa), pero lo que hay de desenfrenado y perverso en el mundo viene también impulsado por el fuego sagrado de la vida. Nuestras energías, demasiado agitadas, orientadas
a la creatividad, la sexualidad, los éxitos, el placer, y para conocer y ser conocidos en una comunidad humana, se usan con frecuencia sin responsabilidad, con exceso, con actitud narcisista, manipulativa y destructora. Los desenfrenados y malvados, los que tienen suficiente cara dura e insuficiente conciencia, con frecuencia toman simplemente lo que quieren de la vida, sin mirar a la moralidad o a las consecuencias de sus actos. Y entonces nuestro mundo es frecuentemente forzado por fuerzas desenfrenadas, potentes, creativas y eróticas que pueden parecer como la auténtica antítesis de la sagrada energía.
Pero, de nuevo, el mero poder, la falta aparente de capacidad de resistencia y el desenfreno de esta energía no significan que nuestras energías sexuales y creativas sean mundanas y estén vacías de santidad, o, peor todavía, que estén en desacuerdo con lo santo y sagrado en nosotros. Lo contrario es verdad: Su poder y su aparente falta de capacidad de resistencia radican precisamente en su fondo divino y sagrado. Su fuego es tan potente, porque es sagrado, divino – es la energía de Dios dentro de nosotros.
La Escritura nos dice que dentro de nosotros somos portadores de la imagen y semejanza de Dios, y que ésa es realmente nuestra más profunda identidad y la fuente de nuestras energías más profundas. Pero no deberíamos presentar la imagen de Dios en nosotros como si fuera un hermoso icono, a lo Andrei Rublev, acuñado dentro de nuestra alma. Dios es fuego, energía santa, creatividad infinita, libertad ilimitada, furia que sobrepasa nuestra imaginación; y es también energía inagotable, que impulsa en nosotros todo lo que es, lo que vive, lo que respira, lo que busca sentido, lo que ama.
El fuego sagrado impulsa todo lo que es vida e imbuye a todos, tanto santos como pecadores. Y Dios nos ha otorgado la libertad de utilizarlo como queramos, sabia o perversamente, según nuestras opciones. Nos alimentamos del fuego sagrado y, movidos por él, nos volvemos santos o hedonistas, pacifistas o belicistas.
(Texto original en Inglés: Feeding Off Life's Sacred Fire)