Me pregunto expresamente si ‘nos cuesta’ cuidar la vida, porque es una palabra polisémica que nos lleva en múltiples direcciones, todas ellas imprescindibles para hacernos cargo de la realidad. Se nos cuestiona nuestra ‘pereza’ en cuidar la vida, porque tendemos a ahorrarnos los compromisos que nos molestan y nos pueden causar preocupación, y ‘nos cuesta’ emplearnos en ello. Se nos cuestiona los recursos que debemos aplicar en cuidar la vida, y ‘nos cuesta’ invertirlos en lo que la vida necesita para ser vida. Se nos cuestiona el ‘esfuerzo’ sostenido y mantenido en el tiempo, y ‘nos cuesta’ el sudor que debemos emplear para regar la planta de la vida.
¿Con qué cultura social estamos afrontando estas ‘cuestas arriba’? Esta es la pregunta que subyace, lo digo sin esperar a más, a la falta de cuidados de la vida en el mundo en que vivimos. Vivimos en un mundo en que funcionan algunos axiomas inconscientemente naturalizados, o sea, tomados ya como buenos y no sólo como evidentes. Y entre ellos, uno que demuestra una gravísima inconsciencia, el que identifica ‘valor y precio’. Así cuando preguntamos ‘cuánto vale algo’, se nos responde por una cantidad monetaria; o sea, a la pregunta del valor, nos contestan con el precio. ¿Valdría mantener la pregunta por el valor como distinta del precio? Porque en ese caso nos podríamos encontrar con cosas que tienen mucho valor, como el cariño, pero no pueden tener precio. En ese caso, esas cosas que no cuestan, medidas en precio, ¿valdrán para algo?
Eso parece que le esté ocurriendo a la vida, al menos a la vida humana. Estamos viviendo en un mundo de muertos -por hambre, guerras, enfermedades-; muertos en proporciones escalofriantes, que ‘no valen’, porque está claro que hemos echado cuentas de lo que ‘nos cuestan’ y no tenemos recursos para ello, pues su ‘precio’ ¡en el mercado! no hay quien lo pague.
LA VIDA "A PRECIO DE MERCADO"
O podríamos llegar al absurdo de medir lo que vale la vida humana por lo que ‘nos cuesta’ hacerla desaparecer. Por ejemplo, lo que nos cuesta una guerra en función de los muertos nos daría lo que cuestan ‘a precio de mercado’. Sí, ya sé que decir esto es quedar a los pies de los leones de los que tienen la patente de declarar demagogia a todo lo que pone la realidad encima de la mesa. O sea, de declarar demagoga a la realidad y, de paso, a todo aquél que, al hacerse cargo de la realidad, quiera encargarse de la misma. Porque el propio Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), a finales de los noventa del pasado siglo, nos echó unas cuentas, y nos decía que con lo que los países ‘bien y de bien’, o sea, los ricos y desarrollados, nos gastamos en cosméticos, o en loterías, o en comidas para animales, y así más cosas ¡absolutamente necesarias!, podríamos hacer frente a la falta de educación primaria en el mundo, o del agua potable, o de la sanidad básica, etc. ¿Demagogia? Pues es lo mismo, sólo que a precios de mercado.
Y si hablamos de la deuda externa, el escándalo podría ser mayor. Porque pagar la deuda cuesta mucho a los países pobres y tiene un alto precio para los países ricos; por eso la vida que no puede ser, que no puede llegar a ser en los países pobres, no vale nada. Eso sí, en su anverso contamos lo que nos cuesta en precio el descenso de la mortalidad infantil en los países desarrollados y consideramos un escándalo cuando aumenta incluso en unas décimas. ¡Vale! Pero no cuánto es una masacre en los no desarrollados. Y, peor aún, contamos el precio de la deuda que deben, pero no contamos lo que ‘vale’ el que el balance de intercambios entre países sea favorable a los ya desarrollados. De no ser así, el PIB, que pretende ser ‘la humanidad’ reducida a una balanza de precios, no funcionaría, la economía se hundiría, y no habría ni para mandar ‘ayudas a los pobres’. ¿No es esto un axioma bárbaro? Mientras no rehagamos las balanzas de precios, y todas las demás, según el valor y no según el precio, cuidar la vida cuesta lo que los precios de mercado prohíben.
CUIDAR Y CULTIVAR LA VIDA
Porque, además, no lo olvidemos, se trata de ‘cuidar’ la vida, o sea, de defenderla, cultivarla y promoverla. Y eso es algo más que simplemente comer. Lo que anda en juego son personas, plenas de dignidad aun negada y no reconocida. Y por ello libertad, creatividad, entendimiento, igualdad, afecto, participación; o sea, todas las necesidades que humanizan, sin las cuales nunca hemos pensado ni siquieraen que los humanos somos tales. Eso es cuidar la vida, ser plenamente humanos, aunque en muchas situaciones hoy tendremos que empezar por mantenerla para que sobreviva, pues ni a eso llega.
¿Cuidar y cultivar? Como cuando el labrador cultiva y cuida la tierra, que lo hace de modo que pueda seguir siendo ‘nuestra’ tierra y tierra que dé frutos. O sea, que la cultiva, o lo que es lo mismo ‘le da el ser’, pues al cuidarla le da el nombre de tierra, hace posible que lo ‘sea’. ¿No sería esto, al menos, lo que habría que hacer con la vida humana, con la vida, en general? También con el medio ambiente, que no con el ambiente ‘medio o mediocre’ en que vivimos. Pues en nuestro cuerpo natural estaremos enterrando nuestro cuerpo personal y nuestra persona. De ahí que lo que nos ‘cuesta’ nos ‘vale’, me decían no hace tanto. Y esto vale no porque me lo decían sino que me lo decían porque vale. Es decir, no se trata del sudor por el sudor, ni de la vida que sufre cuando no es plenamente vida, en todas las condiciones de plena humanización y de plena personalización. Y, está claro, nos cuesta desprendernos de las cosas, para atender las necesidades.
¿Necesitamos tantas cosas para ser felices?, o ¿podemos llevar una ‘vida buena’, como decían Aristóteles y los clásicos, con muchas menos cosas? Si declaramos que ser felices es igual a poseer muchas cosas, olvidamos que en esa posesión las cosas se apropian de nosotros, y en su carencia nos hacen infelices.
En el desarrollo de las necesidades humanas, en todas ellas y más en las más plenamente humanas, tenemos el reto. Así, sí que los recursos se invierten y dan frutos. Esta es la cuestión: cuidar la vida nos cuesta descender de la posesión de cosas a la valoración de lo plenamente humano. Así, sí que, a precios de mercado, habría recursos en el mundo para todos. ¿Hasta dónde daremos los pasos de este cambio? ¿O el precio es el deterioro humano, y hasta qué limite?