En este caso se comienza con el recuerdo de la fascinación inicial. El tiempo del noviazgo y de los primeros tiempos del matrimonio es tiempo de encuentro, de revelación y de promesa. Surge lo mejor de cada persona; se constituye la pareja; se sueña juntos el mismo sueño de vida y felicidad.
Pero el momento de la fascinación tiene que pasar por la prueba del tiempo. Por eso es importante reconocer lo que cada uno aporta a la relación; y cada uno lleva consigo la memoria de su propia historia, con sus potencialidades y sus límites. Y cada uno tiene que tomar decisiones sobre en tipo de relación que quiere vivir. La sociedad propone muchos caminos. Influye en las parejas; invita al camino común; quiere ahorrarnos el riesgo de decidir y descubrir el propio camino. Frena la originalidad, legitima la resignación, y las vidas paralelas.
Pero en el camino de la relación se ofrecen también posibilidades de de abrir de nuevo los ojos, de sacudir la costumbre y las rutinas. Se ofrecen posibilidades de cambiar la mirada sobre el camino recorrido, de centrarla en lo positivo y gozoso. El mismo seminario es una oportunidad para fijarse en la historia de amor, avivarla, saborearla. Trata de mirar al cónyuge con ojos de ternura y de promesa. Alimenta la certidumbre del amor del otro.
La relación conyugal es un camino que está hecha de sentimiento y pasión; de fascinación y decisión. Es un camino creciente de fidelidad, fecundidad y felicidad.
Seguramente que así la viven miles y miles de matrimonios. Y no son noticia. Yo he visto una buena muestra. Me han contagiado. Doy testimonio de ello. Quiero que conste.