“Tengo 40 años. Nací en la Lima, llamada en algún tiempo el “corazón verde de Honduras” por sus plantaciones de banano, procedo de una familia católica. Desde niño siempre asistí a la eucaristía y a los eventos de la iglesia. Estoy casado con Delmy. Tenemos tres hijos, Efraín, Jonathan, Iván. Procuramos hacerlos crecer en la fe. Mi esposa es catequista y animadora en nuestro hogar de una comunidad eclesial que se inició en el año 2000; y, desde entonces, permanecemos en ella reuniéndonos todos los jueves a las 7pm.
Comencé a trabajar en el año 1993 en una embotelladora de refrescos. Han sido trece años de estar trabajando en la misma empresa y, aunque me pagaban un buen salario, consumían casi todo mi tiempo. Eran 12 horas laborales y cada vez me iba quedando menos tiempo para estar con mi familia, participar en la educación y crecimiento de nuestros hijos, acompañar a mi esposa, ir a la iglesia. Delmy me reclamaba cada vez más, pues notaba mi ausencia, y yo no acertaba a conjugar adecuadamente la vida familiar y laboral. Los cambios de turno en la empresa descolaban aún más la difícil situación que estábamos viviendo. Le pedí a Dios sabiduría para discernir lo que debía hacer. Elegí la vida familiar y dejé la empresa con la sorpresa de mis jefes y compañeros. Comencé a buscar un empleo y aunque ganara poco lo que más me importó fue salvar la familia y poder estar más tiempo en las cosas de Dios.
Todo esto ocurrió en el mes de Mayo. En familia rezamos el santo rosario. Primero agradecemos a Dios el don de cada una de nuestras vidas, el poder estar unidos. Nuestra devoción al rosario y nuestra fe cambiaron nuestra vida. Pedíamos a Dios que nos mostrase el camino a seguir. Escuchó nuestro clamor. Invertimos el dinero de las prestaciones (bonificación económica por el tiempo trabajado) en un negocio de transporte público. La idea fue de Efraín. Nos pusimos en oración y después en camino. Un familiar me dijo que tenía un amigo interesado en vender los derechos de explotación de una ruta urbana por no poder atenderla. Nos interesó la oferta, la volvimos a estudiar en familia y aceptamos la ruta. Mi hijo mayor y yo nos ocupamos de hacer el transporte. Ahora se respira mejor en casa, tengo más salud y alegría, estoy contento de la opción que tomé, llevo una vida feliz.
La Virgen María ha sido nuestra defensora. Ya llevamos tres meses con el negocio y podría decirse que nos va bien. Nos da el pan de cada día y nos permite llevar una vida en comunión familiar sólida y religiosa”.