Nuestra inconsciente búsqueda de Dios

¿Cómo buscamos a Dios?

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Es fácil malentender lo que significa esto. Siempre estamos buscando a Dios, aunque, por lo general, sin saberlo. Normalmente, pensamos en nuestra búsqueda de Dios como una búsqueda religiosa consciente, como algo que hacemos por nuestro propio lado espiritual. Tendemos a pensar en cosas de este modo: Yo tengo mi vida normal y sus tareas; y, si estoy tan inclinado, además, podría tener una búsqueda espiritual o religiosa en donde intentase -por medio de la oración, la reflexión y las prácticas religiosas- conseguir conocer a Dios. Este es un lamentable error. Nuestra búsqueda normal del sentido, realización e incluso del placer es de hecho nuestra búsqueda de Dios.

¿Qué buscamos de modo natural en la vida? Por naturaleza, buscamos sentido, amor, un alma gemela, amistad, conexión emocional, realización sexual, significación, reconocimiento, entendimiento, creatividad, juego, humor y placer. Sin embargo, tendemos a no ver estas tareas como búsqueda de Dios. Al pretender estas cosas, raramente las vemos -si es que las vemos alguna vez- de una manera consciente como nuestro modo de buscar a Dios. En nuestras mentes, estamos buscando simplemente felicidad, sentido, realización y placer, y nuestra búsqueda de Dios es algo que necesitamos hacer de  otra manera, más conscientemente a través de algunas prácticas religiosas explícitas.

Bueno, nosotros no somos las primeras personas en pensar así. Siempre ha sido de esta manera. Por ejemplo, san Agustín luchó exactamente con esto, hasta que un día se dio cuenta de algo. Buscador por temperamento, Agustín empleó los primeros treinta y cuatro años de su vida yendo tras las cosas de este mundo: aprendizaje, sentido, amor, sexo y una carrera prestigiosa. Sin embargo, aun antes de su conversión, había en él un deseo de Dios y lo espiritual. Y a pesar de todo, como nosotros, él vio eso como un deseo separado de lo que estaba anhelando en el mundo. Sólo después de su conversión se dio cuenta  de algo. Aquí está como lo expresó famosamente:

“¡Tarde te amé, oh Belleza siempre antigua y siempre nueva, tarde te amé! Tú estabas dentro de mí, pero yo estaba fuera, y era ahí donde te andaba buscando. En mi desgracia, me zambullía en las cosas  encantadoras que habías creado. Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo. …Me llamaste, me gritaste y abriste un paso a mi sordera. Destellaste, resplandeciste y disipaste mi ceguera”.

Esta es una honrada admisión de que él vivió un buen número de años sin amar a Dios; pero es también una admisión de que, durante esos años, había malentendido algo masivamente y que ese malentendido se hallaba en la raíz de su fracaso. ¿Cuál era ese malentendido?

Leyendo su confesión, tendemos a centrarnos en la primera parte de ella, esto es, en su consciencia de que Dios estaba dentro de él todo el tiempo, pero que él no estaba dentro de sí mismo. Esto es una  perenne batalla para nosotros también. Menos obvio en esta confesión y algo que es también una perenne batalla para nosotros, es su reconocimiento de que durante todos esos años, mientras estaba buscando la vida en el mundo -una búsqueda que entendió como que no tenía que ver nada con Dios- estaba en realidad buscándolo. Lo que estaba buscando en todas esas cosas y placeres mundanos era de hecho la persona de Dios. Verdaderamente, su confesión podría refundirse así:

Tarde, tarde te amé porque yo estaba fuera de mí mismo mientras tú estabas todo el tiempo dentro de mí, pero yo no estaba en casa y no tenía la menor idea de que eras tú aquel a quien de hecho estaba buscando en el mundo. Nunca conecté esa búsqueda contigo. En mi mente, no estaba buscándote a ti; estaba buscando lo que me reportaría sentido, amor, significación, realización sexual, entendimiento, placer y una carrera prestigiosa. Nunca conecté mi anhelo por estas cosas con mi anhelo por ti. No tenía la menor idea de que todo lo que estaba persiguiendo, todas esas cosas por las que estaba solitario, estaban ya dentro de mí, en ti. Tarde, tarde entendí eso. Tarde, tarde comprendí que aquello de lo que estoy tan profundamente hambriento y solitario está encerrado dentro de ti. En todos estos años, nunca conecté contigo mi inquietud, mi aparentemente egoísta y lujuriosa pretensión de cosas. Todo aquello por lo que estoy solitario está dentro de ti y tú estás dentro de mí. Tarde, tarde me di cuenta de esto.

Somos lanzados a la vida con una locura que procede de los dioses. Así dicen los estoicos griegos. Tienen razón. Nuestra vida entera es simplemente una búsqueda para responder a esa divina locura que hay dentro de nosotros, una locura que los cristianos identificamos con los infinitos anhelos del alma. Dados esos anhelos, como Agustín, nos zambullimos en el mundo buscando sentido, amor, un alma gemela, amistad, conexión emocional, realización sexual, significación, reconocimiento, entendimiento, creatividad y placer; y esa búsqueda terrena, quizás más que nuestras explicitas búsquedas religiosas, es en realidad nuestra búsqueda de Dios.

Lo mejor es darse cuenta de esto en seguida, de modo que no tengamos que escribir: Tarde, tarde te amé.