Nuestra lucha con el amor

24 de febrero de 2025

Hace varios años, un ministro presbiteriano al que conozco desafió a su feligresía a abrir más plenamente sus puertas y su corazón a los pobres. Al inicio, la feligresía respondió con entusiasmo, y fueron presentados   algunos de los programas para invitar a la gente de las áreas económicas menos privilegiadas de la ciudad, e incluso a alguna de la calle, a acudir a su iglesia.

Pero el romance pronto se esfumó, a la vez que empezaban a desaparecer tazas de café y otros artículos sueltos, eran sustraídos algunos bolsos, y dejaban  frecuentemente la iglesia y el lugar de encuentro desordenados y sucios. Algunos feligreses empezaron a quejarse y pidieron acabar con el experimento. “¡Esto no es lo que esperábamos! ¡Nuestra iglesia ya no está limpia ni segura! ¡Queríamos acercarnos a esta gente, y esto es lo que  logramos! ¡Esto se encuentra demasiado desordenado como para continuar!”

Pero el ministro no se desanimó, e indicó que sus expectativas eran ingenuas, que lo que estaban experimentando era cabalmente parte de lo que costaba el acercamiento a los pobres, y que Jesús nos advierte de que amar es inseguro y desordenado, no sólo al acercarse a los pobres sino al acercarse a cualquiera.

Pensando en nosotros, nos gusta imaginarnos amables y cercanos; pero, a decir verdad, eso frecuentemente es expresado con una noción ingenua de amor. Luchamos por amar como Jesús nos invita a amar, o sea, amarnos unos a otros como yo os he amado. La última cláusula de la frase contiene el auténtico desafío. Jesús no dice: amaos unos a otros de acuerdo con las reacciones espontáneas de vuestro corazón; ni tampoco, amaos unos a otros como la sociedad define el amor, sino esto: amaos unos a otros como yo os he amado.

Y, generalmente, nos esforzamos por hacer eso.

. Luchamos por amar a nuestros enemigos, por ofrecer la otra mejilla y por llegar a abrazar a los que nos odian. Luchamos por orar por los que se oponen a nosotros.

. Luchamos por perdonar a los que nos hacen daño, por perdonar a los que asesinan a nuestros seres queridos. Luchamos por pedir a Dios que perdone a los que nos están haciendo daño. Luchamos por creer, como Jesús,  que en realidad no saben lo que están haciendo.

. Luchamos por ser de gran corazón y tomar la actitud correcta cuando hemos sido desdeñados o ignorados, y luchamos entonces por permitir que la comprensión y la empatía reemplacen a la amargura y nuestro impulso a separarnos. Luchamos por dejar que los resentimientos se alejen.

. Luchamos por ser vulnerables, por arriesgarnos a la humillación y rechazo en nuestras ofertas de amor. Luchamos por vencer nuestro miedo a sentirnos incomprendidos, a no quedar bien, a mostrarnos débiles y sin  autoridad. Luchamos por salir descalzos, por amar sin seguridad en nuestros bolsillos.

. Luchamos por abrir nuestros corazones lo bastante  como para imitar el abrazo universal e indiscriminante de Jesús, por ensanchar nuestros corazones con el fin de ver a cada uno como hermano o hermana, sin que importe la raza, el color o la religión. Luchamos por dejar de fomentar el secreto de que nuestras propias vidas y las vidas de nuestros seres queridos son de más precio que las de los demás.

. Luchamos por hacer una opción preferente a favor de los pobres, por invitar a los pobres a nuestras mesas, por abandonar nuestra tendencia a preferir a la gente guapa e influyente.

. Luchamos por sacrificarnos hasta el punto de perder todo por la causa de los demás, dar la vida en realidad por nuestros amigos –y aun por nuestros enemigos-. Luchamos por estar preparados para morir por los que se oponen a nosotros y están tratando de crucificarnos.

. Luchamos por amar con pureza de corazón, por no buscarnos sutilmente a nosotros mismos en las relaciones con los demás. Luchamos por vivir castamente para respetar del todo y no violar a nadie más.

. Luchamos por caminar con paciencia, dando a los demás todo el espacio que necesitan para relacionarse con nosotros de acuerdo con los propios dictados de su interior. Luchamos por sudar sangre con el fin de ser fieles. Luchamos por permanecer con la paciencia precisa, en el tiempo cabal de Dios, a la espera de su juicio sobre lo correcto y lo incorrecto.

. Luchamos por repeler nuestra tendencia natural a juzgar a otros, para no imputar motivos. Luchamos por reservar el juicio a Dios.

. Finalmente -no lo menos importante- luchamos por amarnos y perdonarnos a nosotros mismos, sabiendo que ningún error que cometamos nos corta la relación con Dios. Luchamos por confiar en que el amor de Dios es suficiente y que estamos por siempre bien asidos a su infinita misericordia.

Sí, el amor es una lucha.

Después de que muriera su esposa Raissa, Jaques Maritain editó un libro con sus diarios. En el prefacio de presentación de ese libro, describe su lucha con la enfermedad que al fin acabó con ella. Severamente debilitada  e incapaz de hablar, luchó valientemente en sus postreros días. Su sufrimiento, a la vez, puso a prueba y maduró la propia fe de Maritain. Notablemente sereno al ver los sufrimientos de su esposa, escribió: “Sólo dos clases de personas piensan que el amor es fácil: los santos, que a lo largo de sus numerosos años de autosacrificio han logrado un hábito de virtud, y las personas ingenuas que no saben de lo que están tratando”.

Tenía razón. Sólo los santos y los que son ingenuos piensan que el amor es fácil.

Tradujo al Español para Ciudad Redonda Benjamín Elcano, cmf

Artículo original en inglés

Imágen: Depositphotos