Nuestra más profunda soledad

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Robert Coles, psicólogo de Harvard, al describir a la mística francesa Simone Weil, indicó una vez que lo que ella sufrió en realidad y lo que motivó su vida fue su soledad moral. ¿Qué es eso?

La soledad moral es lo que experimentamos cuando anhelamos la afinidad moral, esto es, un alma gemela, alguien que nos conozca, comprenda y honre todo lo más profundo y valioso que hay en nuestro interior.

Nos encontramos solos de maneras diferentes. Sentimos desasosiego aun  experimentando intimidad, y sentimos nostalgia por un hogar que nunca podemos encontrar del todo. Existe soledad, desasosiego, dolor, añoranza, anhelo, apetito, inquietud, nostalgia, infinitud en nuestro interior que nunca se siente consumada por completo.

Además, esta dolencia se halla en el centro de nuestra experiencia, no en sus márgenes. No somos seres sosegados que a veces se impacientan, ni gente serena que en ocasiones experimenta desasosiego, ni tampoco personas realizadas que ocasionalmente se frustran. Más bien somos seres inquietos que a veces encuentran descanso, o gente desazonada que en ocasiones encuentra soledad, o bien hombres y mujeres insatisfechos que ocasionalmente encuentran satisfacción.

Y, entre todos estos muchos anhelos, hay uno que es más profundo que los otros. Lo que en definitiva anhelamos sobre todo lo demás es la afinidad moral, un alma gemela, alguien que nos encuentre en la profundidad de nuestra alma, alguien que honre todo lo que hay de más valioso en nosotros. Más de lo que anhelamos yacer con alguien sexualmente, anhelamos  yacer con alguien de esta manera: moralmente.

¿Qué significa esto?

Podría ser expresado así: cada uno de nosotros mima un secreto recuerdo de haber sido una vez tocado y acariciado por manos notablemente más delicadas que las nuestras. Esa caricia ha dejado una huella permanente, una señal en nosotros de un amor tan tierno, bueno y puro que su recuerdo es un prisma a través del cual vemos todo lo demás. Los viejos mitos lo expresan bien cuando nos dicen que, antes de que naciéramos, Dios besó nuestras almas y ahora vamos por la vida recordando siempre, algo intuitivamente, ese beso y midiendo todo lo demás en relación a él y su original pureza, ternura e incondicionalidad.

Este recuerdo inconsciente de haber sido tocado y acariciado una vez por Dios crea el lugar más profundo en nuestro interior, el lugar donde mantenemos todo lo que es más valioso y sagrado para nosotros. Cuando decimos que algo “suena verdadero”, lo que en realidad estamos diciendo es que honra ese lugar profundo que hay en nuestros corazones, que coincide con una profunda verdad, ternura y pureza que ya hemos experimentado.

Desde este lugar fluye todo lo más profundo y verdadero existente en nuestro interior: nuestros besos y lágrimas. Paradójicamente, este es el lugar que más protegemos de los demás, como también es el lugar al que más nos gustaría que alguien accediera, a condición de que la entrada respete la pureza, ternura y la incondicionalidad de la original caricia de Dios que formó esa tierna cavidad en el primer lugar.

Este es el lugar de la profunda intimidad y la profunda soledad, el lugar donde somos inocentes y el lugar donde somos violados, el lugar donde somos santos, templos de Dios, sagradas iglesias de reverencia, y el lugar que corrompemos cuando actuamos contra la verdad. Este es nuestro centro moral, y el dolor que sentimos ahí es denominado con toda propiedad soledad moral. Es aquí donde anhelamos un alma gemela.

Y es en este anhelo, en este dolor incurable en que somos impelidos hacia fuera, donde, al igual que la mujer bíblica del Cantar de los Cantares, buscamos dolorosamente a alguien con quien yacer moralmente.

En ocasiones, ese anhelo queda fijado en una persona concreta, y esa fijación puede ser tan obsesiva que perdamos toda libertad emocional. Igualmente, podemos deducir, como lo hace nuestra cultura, que esto, en su raíz, es un anhelo de unión sexual. Hay algo de cierto en eso, a pesar de su parcialidad. La unión sexual, en su auténtica forma, es verdaderamente la consumación en “una sola carne” decretada por el Creador tras la condena de la soledad: “no es bueno que el hombre esté solo.” Fuera de la unión sexual, al fin, uno siempre está un poco solo, solitario, separado, retirado, minoría de uno.

Pero, en definitiva, estamos solitarios a un nivel que el sexo por sí solo no puede satisfacer. Más profundamente de lo que anhelamos una pareja sexual, anhelamos una afinidad moral. Nuestro anhelo más profundo es una pareja con quien yacer moralmente, un espíritu afín, un alma gemela en el más genuino significado de la expresión.

Las grandes amistades y los grandes matrimonios tienen invariablemente esto en sus raíces, a saber, la profunda afinidad moral. Las personas que tienen estas relaciones  son “amantes” en todo el profundo sentido, porque yacen uno con otro a ese profundo nivel, al margen de si hay unión sexual o no. A nivel de sentimiento, este tipo de amor se experimenta como un “regreso al hogar”.

Teresa de Lisieux indicó en una ocasión que, como humanos, somos “exiliados del corazón” y sólo podemos sobrellevar esto por la comunión moral de uno con otro, esto es, durmiendo uno con otro en caridad, gozo, paz, paciencia, bondad, longanimidad y fe.      

    


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