“En el tormento de la insuficiencia de todo lo accesible, llegamos a entender que aquí, en esta vida, todas las sinfonías quedan inacabadas”.
Fue Karl Rahner quien escribió esas palabras, y no entenderlas es arriesgarnos a dejar que la inquietud llegue a ser un cáncer en nuestras vidas. ¿Qué significa estar atormentado por la insuficiencia de todo lo accesible? ¿Cómo estamos torturados por lo que no podemos poseer?
Todos experimentamos esto diariamente. De hecho, en todos momentos de nuestra vida, a excepción de unos pocos privilegiados y pacíficos, este tormento es como una resaca en todo lo que experimentamos. La belleza nos hace inquietos cuando debería proporcionarnos paz. El amor que experimentamos con nuestro cónyuge no colma nuestros anhelos. Las relaciones que tenemos en nuestras familias parecen demasiado triviales y domésticas como para saciarnos. Nuestro trabajo no se ajusta al sueño que tenemos para nosotros. El lugar donde vivimos se nos hace aburrido en comparación con otros lugares. Estamos demasiado inquietos para sentarnos tranquilamente en nuestras propias mesas, dormir pacíficamente en nuestros propios lechos y sentirnos tranquilos con lo que somos.
Cuando nos sentimos de esta manera, nuestras vidas nos parecen siempre demasiado pequeñas para nosotros y las vivimos de tal manera que siempre estamos esperando, esperando que algo o alguien venga con nosotros y cambie las cosas, de modo que la vida auténtica, según la imaginamos, pueda empezar.
Recuerdo una historia que me contó en cierta ocasión un hombre. Este tenía cuarenta y cinco años; vivía feliz en su matrimonio; era padre de tres niños sanos; tenía un empleo, si no estimulante, sí seguro; y vivía en una zona igualmente si no estimulante, sí pacífica. Aun así, para usar sus propias palabras, nunca estaba completamente metido en su propia vida. Aquí está su confesión:
“Durante casi toda mi vida, y especialmente durante los últimos veinte años, he estado demasiado inquieto para vivir en realidad mi propia vida. De hecho, nunca acepté lo que soy: un hombre de cuarenta y cinco años, que trabaja en una tienda de ultramarinos de una pequeña ciudad; casado con una mujer buena; consciente de que mi matrimonio nunca colmará mis profundos anhelos sexuales; y sabedor de que, a pesar de todas mis ilusiones, no voy a ninguna parte; nunca colmaré mis sueños, sólo estaré aquí, como estoy ahora, en esta pequeña ciudad, en este particular matrimonio, con esta gente, en este cuerpo, por el resto de mi vida. Sólo iré haciéndome mayor, más calvo y físicamente menos sano y atractivo. Pero lo triste de todo esto es que, según todos indicios, vivo una buena vida. En realidad, gozo de buena suerte. Estoy sano, soy amado, me siento seguro, en un buen matrimonio, viviendo en un país de paz y abundancia. Aun así, dentro de mí mismo, estoy demasiado inquieto para valorar alguna vez plenamente mi propia vida, mi esposa, mis hijos, mi trabajo y el lugar donde vivo. Siempre estoy en algún otro lugar dentro de mí mismo, demasiado inquieto para estar de hecho donde estoy, demasiado inquieto para vivir en mi propia casa, demasiado inquieto para estar dentro de mi propia piel”.
Esa es la manera como el tormento de la insuficiencia de todo lo accesible se siente en la vida real. Pero la visión de Rahner es más que un diagnóstico; es también prescriptiva. Señala cómo podríamos sobreponernos a ese tormento más allá del cáncer de la inquietud. ¿Cómo hacemos eso?
Precisamente al comprender y aceptar que aquí, en esta vida, todas sinfonías quedan inacabadas. Al comprender y aceptar que la razón que nos tiene atormentados no es que seamos personas sobresexuadas, neuróticas y desagradecidas que están demasiado ansiosas de sentirse satisfechas con esta vida. No es eso. La razón profunda es que estamos congénitamente sobrecargados y sobreconstruidos para esta tierra. Construidos de esa manera por Dios. Somos espíritus infinitos que vivimos dentro de un mundo finito, corazones hechos para la unión con todo y con todos, pero que se encuentran sólo con personas mortales y cosas mortales. ¡No es extraño que tengamos problemas de insaciabilidad, de ilusiones, de soledad y de inquietud! Somos como el Gran Cañón, pero sin fondo. Nada, a no ser la unión con todo lo que existe, puede llenar alguna vez ese vacío.
Ser atormentados por la inquietud supone ser humanos. Además, al aceptar que somos humanos y que, por tanto, para nosotros, no puede haber en este mundo ninguna sinfonía acabada, nos es posible llegar a estar más tranquilos con nuestra inquietud. ¿Por qué? Porque ahora sabemos que todo nos llega con una resaca de inquietud e inadecuación, y que esto es normal y real para todos.
Como Henri Nouwen dijo en una ocasión: Aquí, en este mundo, no hay nada como un gozo claro y puro. Más bien, en toda satisfacción, se da una conciencia de las limitaciones. Tras toda sonrisa, existe una lágrima. En todo abrazo, se da soledad. En toda amistad, hay distancia.
La paz y la quietud solamente nos pueden venir cuando aceptemos esa limitación en la condición humana, porque es sólo entonces cuando dejaremos de demandar que la vida -nuestros cónyuges, nuestras familias, nuestros amigos, nuestros trabajos, nuestras vocaciones y nuestras vacaciones- nos dé algo que estos no pueden darnos, a saber, el gozo claro y puro, la consumación plena.
Traducido al Español para Ciudad Redonda por Benjamín Elcano, cmf.
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