Nuestra Única Gran Fidelidad: La Eucaristía

   En uno de sus sermones sobre la Eucaristía, Ronald Knox, hizo esta observación:

   A través de dos mil años de historia, los cristianos, tanto las iglesias como los fieles individualmente, han pasado por alto de modo constante muchos de los mandamientos e invitaciones-clave de Jesús. Hemos sido o muy débiles en seguir sus consejos o, racionalizándolos, los hemos rechazado de alguna manera.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.    Y así, en gran medida, nos hemos eximido de la exigencia de amar a nuestros enemigos, de volver la otra mejilla cuando somos atacados, de perdonar setenta veces siete, de dejar nuestra ofrenda en el altar e ir primero a reconciliarnos con nuestro hermano antes de dar culto, de colocar la justicia al mismo nivel que el culto, de percibir la misericordia como más importante que el dogma, de no cometer adulterio, de no robar, de no llamar loco a nadie, de no mentir, de no dejarse llevar por la envidia. Tenemos, prácticamente en todas estas áreas, individual o colectivamente, una historia de infidelidad y de racionalización.

   Pero, por lo general, hemos sido fieles y consistentes, a través de todos los siglos, a uno de los mandamientos de Jesús: celebrar la Eucaristía, encontrarnos juntos en toda circunstancia para compartir su palabra, partir el pan y tomar el vino en su memoria.

   Cuanto más avanzo en edad, más relevante se vuelve para mí este hecho escueto, tanto por lo que se refiere a la iglesia, como por lo que a mí personalmente se refiere.

   Siempre que me es posible, trato de celebrar la Eucaristía cada día, por muchas razones. La Eucaristía contiene y acarrea muchas realidades profundas: La Eucaristía ayuda a continuar la encarnación de Dios en la historia, es el abrazo físico de Dios, es una intensificación de nuestra comunidad viviendo todos juntos como cristianos, es el nuevo maná que Dios da para alimentar a su pueblo, es nuestra comida de familia todos juntos como creyentes, es el sacrificio de Cristo que conmemoramos ritualmente, es el regalo de Dios de reconciliación y perdón, es una invitación a ser más profundamente discípulos, es una mesa de banquete abierta para los pobres, es un servicio de vigilia expectante en el que esperamos que Cristo vuelva, y es la oración sacerdotal de Cristo a favor del mundo.

   Pero me acerco a la Eucaristía cada día también por otra razón, más personal: Éste es el único lugar donde puedo ser fiel, donde puedo esencialmente dar la talla. No siempre puedo controlar mis sentimientos o mis pensamientos, y no siempre puedo dar la talla moral o espiritualmente, pero dentro de mi constante incapacidad e imperfección, y de mi duda y confusión esporádicas, puedo ser fiel de esta forma, única y profunda: puedo acercarme regularmente a la Eucaristía.

    Cuanto más avanzo en edad, más relevante me resulta esto. Con la edad, me vuelvo menos seguro acerca de mi conocimiento de Dios, de la religión y de la vida. Conforme se profundiza el conocimiento, también se ensancha y comienza a tomar márgenes más blandos o difuminados. A diferencia de los años más-seguros de mi juventud, vivo ahora bajo la sensación de que mi comprensión de los caminos de Dios está muy lejos de ser adecuada, y mucho menos normativa. El misterio en el que vivimos es inmenso, y cuanto más comprendemos la magnitud del mundo cósmico y espiritual, mejor comprendemos también lo inefable que es Dios. Dios verdaderamente nos sobrepasa, está más allá de nuestro lenguaje, más allá de nuestra imaginación e incluso más allá de nuestro sentimiento. Podemos conocer a Dios, o conocer algo de Dios, pero nunca comprender a Dios. Y por tanto debemos ser más humildes, tanto en nuestra teología como en nuestra eclesiología. Normalmente no sabemos lo que estamos haciendo. La Eucaristía, ya que es el único ritual que Jesús mismo nos dio, es uno de nuestros lugares de seguridad y confianza.

    Por otra parte, cuanto más viejo me vuelvo, más cuenta me doy también de lo ciego que soy para ver mis propias hipocresías, y lo débil y racionalizante que es mi naturaleza humana. No siempre sé cuándo estoy racionalizando, cuándo soy parcial, o cuándo estoy siguiendo correctamente a Cristo. E, incluso cuando lo sé, no siempre tengo la fuerza o la voluntad de hacer lo que sé es correcto. Y así me apoyo mucho en la invitación que Jesús nos dejó, en la noche antes de su muerte, de partir el pan y beber el vino en su memoria y de confiar que esto, aunque todo lo demás fuera incierto, es lo que yo debo hacer mientras espero que él vuelva.

   Algunas veces, Dietrich Bonhoeffer, el gran pastor luterano y mártir, cuando instruía a alguna pareja para el matrimonio, les advertía con éstas o parecidas palabras: Ahora mismo, vosotros os amáis y creéis que vuestro amor puede sostener vuestro matrimonio. ¡No, no puede! ¡Pero vuestro matrimonio puede sostener vuestro amor!

    La Eucaristía es justamente ese recipiente ritual para los cristianos. No podemos mantener nuestra fe, nuestra caridad, nuestro perdón y nuestra esperanza basados en sentimientos y pensamientos, pero podemos mantenerlos por medio de la Eucaristía. No siempre podemos ser lúcidos de mente y afectuosos de corazón; no siempre podemos estar seguros de que conocemos el sendero exacto de Dios; y tampoco daremos siempre la talla, moral y humanamente, para lo que la fe exige de nosotros. Pero podemos ser fieles de esta única y profunda manera: Podemos acercarnos a la Eucaristía regularmente.