Nuestras fantasías

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Una buena parte de nuestras vidas se satisface fantaseando, aunque, ciertamente, pocos de nosotros admitimos eso, e incluso menos de nosotros confesarían los contenidos de esas fantasías. Nos avergüenza admitir cuánto nos evadimos a la fantasía, y nos avergüenza más revelar el contenido de esas fantasías. Pero, tanto si lo admitimos como si no, todos somos soñadores patológicos; aunque esto no es necesariamente una patología. Nuestros corazones y mentes, crónicamente frustrados por los límites de nuestras vidas, buscan de manera natural el solaz y la ensoñación. Es casi una tentación irresistible. En verdad, cuanto más sensible eres, quizás más fuerte será tu propensión a fugarte a los sueños. La sensibilidad provoca inquietud, y la inquietud no encuentra fácil sosiego en la vida ordinaria. De ahí que se dé esta huída a un mundo de fantasía.

¿Y qué decir de los contenidos de esos sueños?

Tendemos a tener dos clases de sueños. Los de la primera clase son desencadenados sobretodo por los males inmediatos y las tentaciones de nuestras vidas; por ejemplo, un daño o enfado  persistente  te tiene fantaseando sobre la manera de vengarte, y agotas las energías una y otra vez con varias  escenas de represalias en tu mente. O bien, una obsesión emocional o sexual te tiene fantaseando sobre diversas modos de consumación.

La otra clase de sueño al que nos fugamos no está tan desencadenada por los males y obsesiones del momento presente, pero tiene su raíz en algo más profundo, algo expresado clásicamente por san Agustín en las primeras líneas de su libro “Confesiones” (una clave hermenéutica para su vida y la nuestra): “Nos has hecho para ti, Señor, y nuestros corazones están inquietos hasta que descansen en ti”. Simplemente dicho, estamos sobrecargados en lo tocante a nuestras vidas, dados infinitos espíritus e infinitos apetitos, y puestos en este mundo donde todo es finito. Esa es una razón de la insatisfacción crónica. ¿Cuál es nuestro escape? Los sueños.

Sin embargo, los sueños de esta segunda clase son algún tanto diferentes de los primeros. No están tan centrados en las cercanas iras y tentaciones de nuestras vidas, sino más bien son las habituales vidas imaginarias que tenemos interiormente adaptadas a nosotros, vidas de fantasía que colocamos una y otra vez en nuestras mentes como podríamos proyectar y volver a proyectar una película favorita. Pero hay algo interesante e importante que notar aquí. En estos sueños, nosotros nunca somos mezquinos o pequeños; más bien somos nobles y grandes, el generoso héroe o heroína, de gran corazón, inmune a los fallos, inspirando  el respeto perfecto y practicando el amor perfecto. En estos sueños, de hecho, intuimos la visión de Isaías donde prevé un mundo perfecto: el cordero y el lobo yaciendo juntos, el enfermo siendo curado, el hambriento siendo alimentado, toda inquietud siendo traída a calma y Dios mismo secando toda lágrima. Isaías también se imaginaba la consumación perfecta. Su fantasía era una profecía. En nuestras fantasías terrenas quizá nosotros no profeticemos, pero sí intuimos el Reino de Dios.

Dicho esto, aún necesitamos preguntarnos: ¿En qué grado es bueno o malo evadirnos a nuestros sueños?

A cierto nivel, los sueños no son precisamente inocuos, pero pueden ser una forma positiva de relajación y una manera de estabilización en las frustraciones de nuestras vidas. Volver a sentarte en un cómodo sillón y ponerte a soñar despierto puede ser poco diferente de sentarte de nuevo y volver a tu pieza de música favorita. Puede ser un escape que ponga al margen las frustraciones de tu vida.

Pero hay una potencial desventaja en esto: ya que en nuestros sueños nosotros somos siempre el héroe o la heroína y el centro de atención y admiración, nuestros sueños fácilmente pueden alimentar nuestro natural narcisismo. Como somos el centro de todo en nuestros sueños,  fácilmente podemos llegar a estar sobre-frustrados con un mundo en el cual no somos ni mucho menos el centro de algo. Y hay más: Etty Hillesum, reflejándose en su propia experiencia, sugiere otra consecuencia negativa derivada de la habitual fuga a este mundo de nuestros sueños. Afirma que, por hacernos el centro del universo en nuestros sueños, con frecuencia acabamos no pudiendo dar a algo o alguien una simple mirada de admiración. Más bien -con duras palabras suyas- en nuestros sueños admitimos lo que deberíamos estar admirando y, en cambio, nos masturbamos con ello. Por esta razón, entre otras, los sueños bloquean nuestra atención, de vivir el momento presente. Cuando todos nosotros estamos envueltos en la fantasía, es duro ver lo que está delante de nosotros.

Bueno, ¿a dónde deberíamos ir con todo esto? Dado lo bueno y lo malo de nuestros sueños y dada nuestra casi incurable propensión a escaparnos dentro de nuestra fantasía, necesitamos ser pacientes con nosotros mismos. Henri Nouwen sugiere que la lucha por volver nuestras fantasías en oraciones es una de las grandes luchas congénitas de nuestras vidas espirituales. Pierre Teilhard de Chardin cuenta en sus diarios que, cuando era joven, luchó mucho con la fantasía; pero, así que se hizo mayor, fue  más y más capaz de mantenerse en el presente momento sin la necesidad de huir a los sueños. Esa es la tarea que necesitamos para situarnos ante nosotros mismos.