En su discurso de despedida en el Evangelio de Juan, Jesús nos dice que se marcha pero que nos dejará un regalo de despedida, el regalo de su paz, y que experimentaremos este regalo en el espíritu que nos deje tras de sí.
¿Cómo funciona esto? Cómo dejamos la paz y un espíritu tras nosotros cuando nos marchamos?
Esto no es nada abstracto, sino algo que experimentamos (quizá sólo inconscientemente) todo el tiempo en todas nuestras relaciones. Funciona de esta manera: Cada uno de nosotros trae consigo una cierta energía en cada relación que tenemos, y cuando entramos en un aposento, esa energía afecta de alguna manera a lo que todos los demás están sintiendo en ese lugar. Además, permanecerá con ellos después de que nos marchemos. Dejamos un espíritu tras nosotros.
Por ejemplo, si entro en un aposento y mi persona y presencia irradian energía positiva (confianza, estabilidad, gratitud, interés por los demás, alegría de vivir, ingenio y humor) esa energía afectará a todos que están en el local y permanecerá con ellos después de que me haya ausentado de él, como el espíritu que dejo tras de mí. A la inversa, aun cuando mis palabras podrían tratar de decir lo contrario, si mi persona y presencia irradian energía negativa (ira, celos, amargura, mentira o caos) todos lo sentirán, y esa energía negativa permanecerá con ellos después de mi marcha, dando color a todo lo que he dejado atrás.
Sigmund Freud sugirió una vez que entendemos las cosas lo más claramente cuando las vemos rotas, y eso es cierto aquí. Vemos esto ampliamente, por ejemplo, en el caso de cómo un padre alcohólico por mucho tiempo influye en sus hijos. A pesar de tratar de no hacerlo, traerá invariablemente una cierta inestabilidad, desconfianza y caos a su familia, y eso permanecerá ahí después de que se haya ido, como el espíritu que él deja tras de sí, a corto y largo plazo. Su persona y su presencia motivarán un sentimiento de desconfianza y caos, y el recuerdo de él hará lo mismo.
Lo mismo es cierto a la inversa referente a los que traen energía positiva, estabilidad y confianza a un lugar. Desgraciadamente, ahora, no sentimos con frecuencia el verdadero regalo que traen esas personas y lo que ese regalo nos hace. En su mayor parte se siente como una energía callada, no percibida conscientemente, y sólo después en nuestras vidas (a menudo mucho tiempo después de que las personas que hicieron eso por nosotros se han ido) reconocemos y apreciamos conscientemente lo que su presencia hizo por nosotros. Esto es cierto en mi caso cuando vuelvo a pensar en la seguridad y estabilidad del hogar que mis padres me proporcionaron. Cuando niño, a veces suspiraba por tener padres más animosos, y sentía ingenuamente la seguridad y estabilidad más como aburrimiento que como regalo. Años más tarde, mucho después de haber abandonado el hogar y aprendido de los demás qué deseosos estaban, siendo niños, de seguridad y estabilidad, reconocí el gran regalo que mis padres me habían dado. Cualesquiera que fueran sus deficiencias humanas, nos proporcionaron a mis hermanos y a mí un lugar estable y seguro en el que crecer. Ellos murieron cuando nosotros éramos aún jóvenes, pero nos dejaron el regalo de la paz. Me imagino que lo mismo se da en muchos de vosotros.
Esta dinámica (en que traemos estabilidad o caos a un lugar) es algo que diariamente da color a toda relación que tenemos, y es particularmente cierto referido al espíritu que dejaremos tras nosotros cuando muramos. La muerte clarifica las cosas, deja las cosas limpias, especialmente en cuanto a cómo somos recordados y cómo nuestro legado afecta a nuestros seres queridos. Cuando alguien cercano a nosotros muera, nuestra relación con él o con ella se limpiará finalmente y nosotros conoceremos exactamente el don o la carga que él o ella era en nuestras vidas. Puede ser que eso me suponga algo de tiempo -tal vez meses, tal vez años- pero al final recibiremos el espíritu que él o ella dejó tras sí con claridad y lo conoceremos como regalo o carga.
Y así, necesitamos tomar en serio el hecho de que nuestras vidas no nos pertenecen sólo a nosotros sino también a los demás. Semejantemente, nuestras muertes no nos pertenecen sólo a nosotros, sino también a nuestras familias, a nuestros seres queridos y al mundo. Estamos destinados a dar nuestras vidas y nuestras muertes a los demás como regalo. Si esto es cierto, entonces nuestro morir es algo que dará un regalo o una carga a aquellos que nos conocen.
Parafraseando a Henri Nouwen, si morimos con culpa, vergüenza, ira o amargura, todo eso viene a ser parte del espíritu que dejamos tras nosotros, amarrando o gravando las vidas de nuestra familia y amigos. Al contra rio, nuestro morir puede ser nuestro regalo final para ellos. Si morimos sin ira, reconciliados, agradecidos a los que están a nuestro alrededor, en paz con las cosas, sin recriminación ni haciendo a los demás sentirse culpables, nuestra marcha será una tristeza, pero no una atadura ni una carga. Entonces el espíritu que dejemos tras nosotros, nuestro verdadero legado, continuará alimentando a los demás con la misma cálida energía que solíamos traer a un lugar.
(Traducido al Español para Ciudad Redonda por Benjamín Elcano, cmf)