Nuevas lecturas de la Palabra.

Acercarse a la Biblia no es fácil. Hay muchos «métodos», pero su uso no garantiza, sin más, llegar a desentrañar el sentido de la Palabra. No sólo hay que creer en el poder del hombre para interpretar (exégesis) sino también en la capacidad de la Palabra para comunicar si es leída con fe (revelación).

    EI redescubrimiento de la Biblia por parte del pueblo de Dios es, sin duda, uno de los rasgos que mejor definen la actual situación eclesial; con todo, el encuentro ha sido tan inesperado que ha suscitado tantas esperanzas como desengaños está ya acumulando. Sería ingenuo pensar que, sólo por ser necesaria, la lectura de la Biblia ha de resultar fácil; en realidad, jamás lo ha sido. La lectura creyente, aquella que escucha a Dios cuando lee la Biblia, es escuela de humildad y ejercicio de obediencia. Dos son, fundamentalmente, las causas; provienen ambas de una doble encarnación: incardinación de la Palabra en una literatura antigua y radicación del lector en el mundo «nuevo» (moderno).

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos. En una cultura donde apenas se lee, un mensaje que nos viene encerrado en literatura, no nos merece mayor atención; la actual insensibilidad ante lo literario, propia de nuestra situación cultural, bloquea la mayor parte de los intentos por acercarse al texto bíblico: ¡mal puede entender la forma de expresión bíblica (los «géneros literarios») quien no ha leído jamás un novela ni resiste un poema! Hoy es más difícil leer la Biblia porque, sencillamente, se lee poca literatura.

Pero la peor dificultad es la pérdida de contemporaneidad con personas y sucesos bíblicos: hoy, ante la Palabra escrita de Dios, nos nacen sentimientos de extrañeza e incomodidad. El mundo bíblico, si llega a interesarnos, nos sorprende: esos hombres y ese Dios no se comportan según nuestras normas o lo que de ellos esperaríamos. ¿Habrá que dejar de ser modernos para seguir siendo creyentes?

Tras semejante objeción late un reparo aún más radical: no se desea escuchar a ese Dios para justificar nuestra resistencia a entenderse con El. No es casual que, cuando los no creyentes se declaran agnósticos, los creyentes sientan de Dios sólo su silencio y se duelan de su ausencia: unos no pueden contar con un Dios que dicen desconocer y otros no parecen saber qué hacer con un Dios que nada les dice. Oír a Dios es hoy misión primera del cristiano.

El lector de la Biblia hoy es, además de creyente, un hombre moderno. Si por creyente se siente interesado en la escucha del Dios bíblico, por moderno se sentirá obligado a emplear la razón, y un método riguroso, en su lectura de la Biblia. No hay que olvidar que la modernidad nació cuando se imprimió el primer libro, la Biblia, y se discutía sobre el método de conocimiento.

La lectura crítico de la Biblia

Una lectura metódica de la Biblia no asegura, sin más, llegar a desentrañar su «verdad», el sentido que esconde. Por ser instrumentos para la comprensión de lo leído -medios, por tanto, para la escucha de Dios- los métodos no pueden convertirse en fines: son auxiliares y han de ser opcionales; se eligen por su capacidad para conducir al sentido del texto y por la comodidad de su uso.
Y cuanto más metodológica se hace la lectura, más fruto es del esfuerzo intelectual y menos del descubrimiento por inspiración. Poco a poco, e inevitablemente, se tiende a dejar en manos de un pequeño grupo de peritos la responsabilidad de leer la Escritura, dado el nivel de complicación que los métodos en uso alcanzan y los conocimientos previos que exige su correcta aplicación.

Paradigmático es, a este respecto, el caso del método histórico-crítico. Su mayor mérito, y su punto más débil también, es la actitud que asume cuando se acerca al texto bíblico; su objetivo, no del todo confesado, es el de restituir el texto a su tiempo, situarlo en su momento histórico y entenderlo desde él. De esta forma, abre un enorme foso entre el lector actual y el texto leído.

Pero ello no hace más que resaltar la alteri-dad entre lector y texto; al situar el pasaje que interpretar en una historia pasada, se corre el riesgo de utilizar el texto bíblico como medio, simple pretexto, para llegar a conocer la comunidad que lo produjo y su historia peculiar. El texto bíblico es leído en función de algo no escrito, extratextual: la historia de la comunidad en la que se produjo. La metodología histórico-crítica se hace la ilusión de que la Escritura, en cuanto texto, reproduce el pasado, olvidando que una fotografía no capta la vida real sino una instantánea; y, lo que es peor, no reconoce la capacidad que la Palabra escrita de Dios tiene para producir vida nueva en su lector obediente. Las nuevas exégesis se aproximan al texto bíblico con la intención de hacerle hablar de forma nueva porque le presentan preguntas aún no formuladas o porque buscan significados por descubrir. Elegir una metodología de lectura es ya una decisión hermenéutica, una opción en favor de cierta comprensión del texto.

Lectura sincrónica

Frente a la consideración diacrónica del texto bíblico que el método histórico-crítico privilegia, aparecen en los años sesenta intentos de acceder a él de forma sincrónica. El texto bíblico es sobre todo, texto literario. La lectura busca hallar cómo está estructurado el texto para dar con el sentido que ofrece y descubrir la relación que quiere establecer con su lector. Desmenuza el texto leído con un serio análisis lingüístico, sintáctico, semántico y narrativo y, reconstruyendo sus elementos, da con la secreta intención del texto de suscitar y apoyar una cierta práctica en su lector.

Mérito indudable de este tipo de lectura es su fijación en el texto analizado y sólo en él. Subrayar que el texto bíblico intente cambiar al lector y estudiar cómo en concreto lo hace, es, sin duda, un acierto considerable. Con todo, la práctica del método sincrónico requiere una, a veces, penosa iniciación y, sobre todo cuando es consecuente su uso, olvida una dimensión esencial de la literatura bíblica, su enraizamiento en la vida de una comunidad y su finalización en mantenerla viva.

Lectura sociológica

La novedad de la lectura sociológica reside en que para llegar a individuarlo no se apoya tanto en consideraciones literarias sino que llama en su ayuda teorías científicas de interpretación de la realidad social y las aplica al mundo bíblico.

Un primer intento, de marcado tinte ideológico, hoy sin apenas incidencia pero muy en boga en los años setenta, lo representa la lectura materialista; en realidad, sensibilidad más que método, le importó llegar a un sentido no idealista del texto, al que consideraba producto no inmediato de las fuerzas productivas, y por ende conflidivas, de la sociedad bíblica; es una lectura que desautoriza la interpretación religiosa, transcendente, por burguesa; no son las ideas universales sino una praxis revolucionaria lo que se persigue.
Apoyándose en teorías sociológicas no marxistas, florece en nuestros días un modo de lectura que más que interpretar el texto bíblico quiere reconstruir el ambiente social de las comunidades creyentes. La aportación de esta nueva metodología es de un valor innegable; se ha logrado encuadrar la tradición religiosa bíblica en su marco social y se la ve en continuidad con ella. Con todo, aún depende la investigación bíblica demasiado de explicaciones teóricas, diversas cuando no contrarias, de la realidad social.

Lectura psicológica

El texto bíblico, como cualquier texto, habla también cuando calla. Hay en cuanto dice una experiencia humana más profunda y universal. Las narraciones bíblicas son vistas como crónica del deseo existencial del hombre en busca de gratificación; sus héroes personificaciones de la lucha por la plena realización de la humanidad.

Si en los textos sus autores han dejado dichas más cosas que las expresadas conscientemente, es lógico que se intente su desvelamiento sometiendo los textos a técnicas de análisis semejantes a las del psicoanalista. Se logra así una lectura de la Biblia que pone al lector ante sus miedos y angustias, tan reales como no confesados, poniéndole a su alcance su superación y un método eficaz que se descubre dramatizado en el relato bíblico.

Poner de relieve el caudal de experiencia profundamente humana que el texto bíblico ofrece y buscar en él respuesta a sus vivencias más íntimas es un gran servicio a la fe y un medio de soñación del creyente hoy. Pero el riesgo es el diluir la salvación de Dios, que en la Biblia es siempre historia, en mito universal de la humanidad. Dios tiende a ser imaginado según son los enigmas traumas del alma humana.

Lectura feminista

Más que método exegético la interpretación feminista de la Biblia es una postura militante en pro de la liberación de la mujer dentro de la comunidad cristiana. El proyecto es ambicioso: se trata no sólo de liberar la Palabra de Dios de esas interpretaciones sexistas; se busca, sobre todo, liberar a la misma Palabra de Dios de toda tradición antifeminista.
Muy en boga en el mundo anglosajón, la exégesis feminista se entiende como movimiento de emancipación de la mujer creyente y alimenta el propósito de una profunda reforma eclesial. Si las iglesias desean valorar con mayor justicia el papel de la mujer, deberán cambiar profundamente su praxis tradicional. La lectura feminista, que no es un método nuevo de hacer exégesis, puede llegar a ser, en cambio, un camino de hacer nueva la iglesia.

Si la finalidad de la lectura creyente de la Biblia es la escucha de Dios, los nuevos métodos exegéticos ofrecen otras tantas posibilidades de acceso al texto, pero no garantizan en modo alguno la audición de Dios. Sería ingenuo alegrarse de la multiplicidad de caminos si no se recorren con la intención de llegar a la meta: ponerse a la escucha de Dios.