Nueve son los capítulos que el papa Francisco desarrolla en la exhortación apostólica postsinodal sobre el amor en la familia.
Iremos reflexionando sobre este documento y desde una perspectiva práctica, intentaré enlazarlo con la vida cotidiana y los desafíos y dilemas propios de este tema.
Empecemos por su nombre, pues resulta muy interesante que el papa Francisco haya titulado a esta exhortación como “Amoris Laetitia”.
Como muchos sabemos, el título de una obra suele ser un dolor de cabeza para todos los escritores. El reto es complejo. Hay que lograr, en muy pocas palabras, comunicar al lector lo fundamental del texto y la visión que subyace.
Entonces ¿por qué el papa Francisco llama a esta exhortación, “La alegría del amor”?
Todos hemos experimentado la alegría como un sentimiento de bienestar e intensa gratificación. Cuando estamos alegres, nuestras actitudes, palabras y gestos suelen ser joviales, luminosas y muy atrayentes para los demás. También sentimos mucha energía y una disposición especial para divertirnos y compartir ese estado confortable.
Ciencias como la psicología y la medicina han comprobado que las personas alegres tienen un sistema inmune fuerte; se recuperan con mayor facilidad de las enfermedades; viven más tiempo; tienen vínculos y relaciones profundas y satisfactorias; y, son optimistas, creativas y tolerantes.
Como vemos, la alegría tiene muchos regalos para los seres humanos. Quizá uno de los más bonitos, es que nos permite saber que no somos seres individualistas, egocéntricos y en constante defensa de los otros, pues para estar alegres, necesitamos entrar en relación con alguien o con algo. La alegría es una emoción que ocurre cuando una persona, situación o cosa nos estimula a sentirla y estamos abiertos a sentirla. Lo que quiere decir que la alegría es uno de esos sentimientos que se viven “con”. Una posibilidad de sentir nuestra íntima naturaleza vincular y comunitaria.
Pero además, la alegría tiene que ver con lo que nos resulta “valioso”; es decir, no sentimos alegría por cualquier cosa sino por situaciones que encierran un valor. Por ejemplo, nos sentimos alegres porque nuestros hijos alcanzan una meta y, esto sucede, porque ellos nos son valiosos y sus metas también. Nos sentimos alegres porque nuestra pareja confía en nosotros o porque estamos sanos, lo que quiere decir que asumimos como valiosa la confianza y la salud.
Y como otro regalo de la alegría, la mayoría de las personas coincidimos en lo que nos resulta valioso, lo cual facilita tremendamente que podamos compartirla.
Así que ¿por qué el papa Francisco elige esta emoción en el título de su obra? Pues, porque el amor es una de esas experiencias humanas que refleja todos los valores y regalos que esconde la alegría y muchos más; pero sobre todo, porque en la exhortación a la familia, el papa Francisco provoca a los creyentes a vivir con alegría el amor.
Estamos en una sociedad y en una época en la que el amor, el matrimonio y la familia son palabras que, a veces, representan pesadas cargas; enormes responsabilidades; altas limitaciones a la libertad personal; reducción de placeres; disminución de tiempo para ganar dinero; decepciones que solamente traen tristezas; posibles riesgos de sufrir, etc.
Por estas razones, a veces el amor no es relacionado con la alegría sino más bien con el sufrimiento, el auto sacrificio o la pérdida de libertad. Incluso esto se extiende en la comprensión del amor a Dios, ofreciendo una imagen equivocada y convirtiendo a los creyentes en seres tristes, amedrentados, taciturnos y sufrientes.
En este contexto, es muy sabio que el papa Francisco haya titulado a esta exhortación como La alegría del amor, rescatando desde el título a esta bella palabra que, como una lámpara desplaza la oscuridad, los miedos y la desconfianza actual en la tarea de amar y ser amados.
Así que, como primer paso, reflexionemos en nuestra propia vida, la relación entre alegría y amor.
Respondamos juntos: cuando pienso en el amor, ¿me surge alegría?, cuando estoy con mis hijos, esposo o amigos ¿comparto la alegría de amarlos?, ¿transmito y contagio alegría desde mi amor a Dios?, ¿qué es lo valioso que encierra mi alegría?, ¿me disgusta la alegría de los demás cuando no la comparto?, ¿disfruto contagiarme y abrirme a su experiencia?, ¿siento y puedo empatizar con la alegría de los que amo?, ¿regalo sin esperar nada a cambio mi alegría?…
Ahora que hemos respondido a esas preguntas, insertemos las respuestas en estas potentes y sugerentes palabras de Jesús:
“Pidan y recibirán, para que su alegría sea completa”. Juan 16. 24