El lunes 5 de octubre, al día siguiente de la apertura de la asamblea sinodal dedicada a la Palabra de Dios, y al hilo del salmo 118, el Papa Benedicto XVI trazó una hermosísima meditación sobre la Palabra de Dios. De ella subrayó su solidez, su estabilidad, su fuerza creadora y regeneradora, su actualidad, su perennidad y su capacidad transformadora.
- La Palabra de Dios es firme. La Palabra de Dios es, en efecto, está firme en los cielos, sobre ella –que siempre persiste- el Señor fijó la tierra. Cielo y tierra pasarán, pero la Palabra de Dios no pasará. Si la misma palabra humana, a pesar de su fragilidad y caducidad, da forma a los pensamientos y a los sentimientos y crea la historia y la realidad, ¿cuánto más la Palabra de Dios, fundamento de todo, verdadera realidad? Los hombres nos esforzamos en fundamentar y construir nuestra vida y nuestra realidad sobre bases endebles y caducas, sobre cosas visibles y tangibles, sobre el éxito, sobre la carrera, sobre el dinero. Y en ellas ponemos nuestro corazón y la clave de la felicidad.
- La Palabra de Dios es la verdadera realidad. “Aparentemente –señala certeramente el Papa- estas son las verdaderas realidades. Pero todo esto un día pasará. Lo vemos ahora en la caída de los grandes bancos: este dinero desaparece, no es nada. Y así todas estas cosas que parecen la realidad verdadera con la que contar, y que son realidades de segundo orden”. “Quien construye la vida sobre estas realidades –subrayaba proféticamente el Papa-, sobre la materia, sobre el éxito, sobre todo lo que parece ser, construye sobre arena. Solo la Palabra de Dios es el fundamento de toda la realidad, es estable como el cielo y más que el cielo, es la realidad”.
- La Palabra de Dios es la verdadera riqueza, el éxito verdadero. No es la crisis económica la mayor de las plagas y desdichas ni es el dinero ni el éxito quien aporta la felicidad y la sabiduría verdadera. Solo la Palabra es la fuente del amor y de la vida. Solo la Palabra transforma el corazón del hombre y la vida de la entera humanidad
- La Palabra de Dios es creadora y regeneradora. La Palabra de Dios además es la fuente de la vida y del amor, está dotada vitalidad, de fuerza creadora y regeneradora. Todas las cosas, toda la realidad, vienen de la Palabra, son un producto de la Palabra. Todo es creado por la Palabra y todo está llamado a servir a la Palabra.
- La Palabra de Dios es el lugar del encuentro entre Dios y el hombre. “Esto quiere decir que toda la creación está pensada para crear el lugar del encuentro entre Dios y su criatura, un lugar donde el amor de la criatura responda al amor al amor divino, un lugar donde se desarrolle la historia de amor entre Dios y su criatura”. “La historia de la salvación no es un pequeño acontecimiento, en un pobre planeta, en la inmensidad del universo. No es una cosa mínima, que sucede por casualidad en un planeta perdido. Es el móvil de todo, el motivo de la creación: el encuentro de amor entre Dios y el hombre”.
- La Palabra de Dios es el hallazgo definitivo. Por todo ello, la actitud de la criatura, la actitud del hombre es buscar la Palabra de Dios, que no es solamente un fenómeno literario, no es solo la lectura de un texto. Es el movimiento de mi existencia. Es moverse hacia la Palabra de Dios en las palabras humanas. Solo conformándonos al misterio de Dios, al Señor que es la Palabra, podemos entrar dentro de la Palabra de Dios. Debemos ser, pues, pacientes, perseverantes, humildes y apasionados buscadores y lectores con el corazón de la Palabra de Dios.
- La Palabra de Dios es perenne, es universal. No conoce confines. Entrando en la Palabra de Dios, entramos realmente en el universo divino, en el universo de la Verdad, de la Belleza, de la Vida, del Amor. Entrando en la comunión con la Palabra de Dios, entramos en la comunión de la Iglesia que vive de la Palabra de Dios y nos hace salir de nuestros límites de lengua, de raza, de cultura, de miras.
- La Palabra de Dios es el anuncio de Evangelio. “Por eso también la Evangelización –subraya el Papa-, el anuncio del Evangelio, la misión, no son una especie de colonialismo eclesial, con que queremos meter a otros en nuestro grupo. Es salir de los límites de las culturas individuales a la universalidad que nos comunica a todos, que nos une a todos y nos hace a todos hermanos”.
- La Palabra de Dios es la escalera para llegar al amor de Jesucristo. La Palabra de Dios es como una escalera por la que podemos subir y bajar, con Cristo, a la profundidad de su amor. La Palabra tiene un rostro, es persona, es Jesucristo. Y antes de que nosotros podamos decir “Yo soy tuyo, Señor”, El ya nos ha dicho “Yo soy tuyo”. Y vivir esta doble realidad es estar en el corazón de la Palabra. Es estar salvados.
- La Palabra de Dios es la Palabra de la Vida para siempre y para todos. “Tu Palabra, Señor, me da vida. Confío en Ti, Señor. Tu Palabra es eterna. En ella esperaré”.