A rezar se aprende como se aprende a vivir, como comenzamos a hablar. Es tan simple y tan sencillo que no se halla hombre o mujer alguna que no sepa decir a Dios \»Padre\» y a Santa María \»Madre\». El Rosario casi no dice otra cosa. Nace de la contemplación cordial del misterio de María y uno ante él queda,como permaneció el Arcángel Gabriel la mañana de la Anunciación, casi sólo balbuciendo una palabra: \»Dios te salve, María, llena de gracia, el Señor está contigo\». Si nosotros tuviéramos corazón de ángel de seguro que sólo diríamos saludos como éstos, pero anida en nuestra alma el pecado y no nos queda otro remedio que hacer una petición: \»Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores\». Decimos en el Rosario tantas veces estas palabras… y el corazón no se cansa nunca. Y es que las palabras de amor no cansan y uno diciéndolas descansa. Decía el P. Lacordaire: \»El racionalista se sonríe viendo pasar una multitud de gentes diciendo siempre las mismas palabras. Pero el enamorado comprende que el amor no tiene más que una palabra y recitándola siempre no la repite jamás\».Cuando vayamos de camino, en las peregrinaciones, haciendo labores, moviéndonos por la casa, en la soledad de un templo, en todo momento podemos decir una palabra a María: \»Llena eres de gracia\», \»Ruega por nosotros pecadores\», \»El Señor está contigo\». Será como una bella melodía que llenará nuestra alma de paz. Entra gracia en el corazón hablando con Ella y como por una ventana un rayo de Dios se cuela en nuestro interior.
San Juan, apóstol y evangelista
Jn 20,2-8. El otro discípulo corría más que Pedro y llegó primero al sepulcro.