En un encuentro comunitario, el Abad confesó con sencillez a los monjes: -Cuando yo era adolescente, tenía la ambición de ser el primero en todo: quería ser el más guapo, el más listo, el más alto, el más rico, el más joven, el más bueno, el más sabio. Pronto descubrí que esta ambición me quitaba la vida, pero no sabía qué hacer, porque veía que no es posible renunciar al ideal sin traicionarse y me parecía que ser el primero era, sin duda, el ideal. Tardé mucho en comprender que el ideal está en ocupar el último puesto, que es el puesto del servicio y, por lo mismo, del amor. Esto dio un sentido nuevo a mi vida. Ahora caigo en la cuenta de que pretender el último puesto es demasiado para mí, porque ese sitio se lo ha reservado el Señor, y él no lo cede, aunque sí lo comparte con quien se lo pide. Yo se lo pido, muy consciente de que no lo merezco, y me siento feliz. ?Ahora, vivo!
Feria de Adviento (24 de diciembre)
Lc 1,67-79. Nos visitará el sol que nace de lo alto.