En su novela, “A Month of Sundays”, John Updike nos presenta un personaje, un trasnochado vicario, quien, a pesar de que vivir él mismo en lucha con la fe, es extremadamente crítico con su joven ayudante cuya fe y teología juzga como blanda y ligera. Describe a su joven asistente de esta manera:
Es una "teología afeminada, una perfecta crema pastelera hecha de un poco de misticismo Jung-Reichiano nadando en una especie de sopa acaramelada de tonterías de Tillichic, Jasper y Bultmann, todo servido en un plato barato regalo de una generación cobarde y cómoda." Para el trasnochado vicario, por supuesto, esta mezcla ofende a su sentido estético. Para él se trata de dejarlo todo su pétreo odre original o si no, nada.
Todo esto suena brillante e inteligente, y lo es. Sin embargo ¿es una juicio realmente que denota sabiduría o simplemente es otra de esas cosas que suena brillantes, mas no necesariamente entran dentro de lo que llamaríamos sabiduría? Confieso que hubo un tiempo en mi vida en que me hubiera agarrado a una afirmación como ésta y hubiera corrido con ella. Yo también alimenté esta actitud: Vamos a mantenernos en los odres viejos, pétreos y sólidos. ¡No me des ninguna de esas formulaciones cómodas y esponjosas en las que te sientas en pequeños grupos, y cogidos de la mano se afirman unos a otros!
Sin embargo, a medida que envejezco, me hago más escéptico frente a mi propia juventud, y a una parte de la sabiduría de mi generación. Nos alimentaron mucho con estos odres de piedra, y nuestra religión, nuestra política, nuestra economía y nuestras actitudes lo reflejan. Se nos enseñó a ser duros, y puros en la doctrina, sin concesiones, leales a los nuestros, a no aceptar nada que no nos hubiéramos ganado, y a estar orgullosos de los duros golpes que tuviéramos que soportar. Nos enseñaron también a tener una desconfianza innata a todo lo que parecía blando, inmerecido, y no procedente de algo verdaderamente sólido.
Y esto tiene su lado bueno: En su mayor parte, crecimos fuertes, independientes, tenaces, emprendedores, sin buscar ningún apoyo que no proviniera del esfuerzo simplemente por engordar nuestras carteras o nuestra propia autoestima. No creemos en la acción bondadosa, en el darse la mano, o en decir "Te amo" con demasiada frecuencia. Aprendimos a buscar profundamente dentro de nosotros mismos y aprovechar nuestros puntos fuertes. Los odres de piedra se alimentan de esa manera.
Sin embargo nuestra dura piel, nuestro carácter intransigente, y nuestro orgullo puesto en el no agarrarnos a nada que no hubiéramos ganamos, también tienen su lado oscuro. Tenemos la tendencia a ser agresivos y competitivos en las formas, que hace que sea difícil para nosotros el bendecir, especialmente a los jóvenes o a los que tienen más talento que nosotros. Somos demasiado propensos a los celos, no es fácil dejar el centro del escenario, y podemos ser cerrados, y muy fácilmente entregarnos a un falso patriotismo, racismo, sexismo y a otros tipos de arrogancia y complejos de superioridad.
Recientemente, en la radio, escuché una entrevista de una mujer joven, que ya era madre, que contó cómo ella necesitaba llamar todos los días a su propia madre para que su madre la consolara, y esperaba poder consolar a su pequeño hijo de la misma manera. Mi reacción espontánea fue negativa: ¡empalagoso! ¡Que generación tan mimada! ¡Una mujer adulta que todavía necesita esa clase de mimos por parte de su madre! ¡Yo no crecí así! ¡Mi generación no creció de esa manera! ¡Que sentimentalismo tan blando!
Sin embargo, por nuestra desconfianza ante cualquier sentimentalismo cuando ya todo está dicho y hecho no acabamos del todo bien. Por nuestra resistencia y desprecio al sentimentalismo, nos resulta difícil tratar con cariño y bendecir a otros.
Y, entonces, veo esas líneas de Updike (teniendo en cuenta que son pensamientos de un personaje de ficción que no necesariamente reflejan la actitud propia de Updike) con un ojo crítico. Reconozco que son ideas brillantes y respeto la intuición que hay detrás de ellas. En última instancia están enraizadas en un gusto refinado, en el afán por una estética adecuada, y con desprecio por cualquier descuido y sentimentalismo que tratasen hacerse de pasar por profundidad. Todos podemos apreciar por qué el Vicario Updike puede sentirse de esa manera, porque todos sentiríamos una indignación similar si nos trataran de vender refrescos baratos como si fueran un vino añejo. Todos tenemos nuestras propios odres de piedra favoritas.
Sin embargo, reconociendo esto, tenemos que admitir también que Tillich, Jasper, Jung, y el misticismo difícilmente hacen una sopa barata, y muy dulce. Y, más importante aún, también tenemos que reconocer que entre aquellas personas que sienten la necesidad de reunirse en pequeños grupos y tomarse de la mano, y entre los jóvenes que necesitan llamar por teléfono a sus madres todos los días por reafirmación personal, a menudo encontramos una realización cálida del amor de Dios, la cual, no es tan evidente en algunos de nuestros círculos de élite donde preferimos mantener nuestro alimento en jarras pétreas, sufriendo por una estética de mayor altura, sintiéndonos ofendidos por que los estándares parecen estar bajando, anhelando una ortodoxia más pura, y, como el Vicario Updike , juzgando amargamente a nuestros colegas.
Moralismos amargados, no importa cuán válida es la indignación que lo inflama, adopta muchas formas y se reconoce siempre por su falta de calidez y su incapacidad para bendecir a los demás.