Hoy, la oración contemplativa, como es definida clásicamente y practicada popularmente, está sujeta a considerable escepticismo en algunos círculos. Por ejemplo, el método de oración comúnmente llamado Oración Centrante (Centering Prayer), popularizado por personas como Thomas Keating, Basil Bennington, John Main y Laurence Freeman, es visto con recelo por mucha gente, que lo identifica con algo desde “New Age” hasta Budismo, búsqueda de sí mismo, ateísmo.
Se reconoce que no todos sus partidarios y practicantes están libres de esas cargas, pero ciertamente sus verdaderos practicantes lo están. Entendido y practicado correctamente este método de oración, que permite algunas variaciones en su práctica, es de hecho la forma de oración que los Padres del Desierto, Juan de la Cruz y el autor de La nube del no-saber llaman contemplación.
¿Qué es la contemplación, como definida en esta tradición cristiana clásica? Con disculpas a la tradición de Ignacio de Loyola, que formatea cosas diferentemente pero está muy de acuerdo con esta definición, la contemplación es la oración sin imágenes ni imaginación, esto es, la oración sin intento de centrar los pensamientos y sentimientos en Dios y las cosas santas. Es una oración tan singular en su intención de estar presente a Dios solo, que rehúye todo, incluso pensamientos piadosos y sentimientos santos, para simplemente sentarse en la oscuridad, en un deliberado no- saber, en el cual todos los pensamientos, imaginaciones y sentimientos sobre Dios son no fomentados ni entretenidos, como es normal para todos los demás pensamientos y sentimientos. En palabras de La nube del no-saber, es una simple tendencia directamente hacia Dios.
En la oración contemplativa clásicamente entendida, después de un breve e inicial acto de centrarse uno mismo en oración, uno simplemente se sienta, pero se sienta con la intención de tender directamente hacia Dios en un lugar más allá del sentimiento e imaginación donde uno espera dejar a la inimaginable realidad de Dios abrirse camino de un modo que los sentimientos, pensamientos e imaginaciones subjetivas no pueden manipular.
Y es precisamente en este punto donde la oración contemplativa es las más de las veces incomprendida y criticada. Las preguntas son: ¿Por qué deberíamos tratar de fomentar y entretener pensamientos santos y sentimientos piadosos durante la oración, no es eso lo que estamos tratando de hacer en la oración? ¿Cómo podemos estar orando cuando no estamos haciendo nada, sólo estando sentados? ¿No es esto cierta forma de agnosticismo? ¿Cómo nos encontramos en esto con un Dios amante y personal? ¿No es esto simplemente cierta forma de meditación trascendental que puede ser usada como una forma de auto-búsqueda, una yoga mental? ¿Dónde está Jesús en esto?
Dejaré al autor de La nube del no-saber explicar esto: “Sería muy inapropiado y un gran obstáculo a un hombre que debería estar trabajando en esta oscuridad y en esta nube del no-saber, con un impulso afectivo de amor a Dios solo, permitir cualquier pensamiento o cualquier meditación de los maravillosos dones de Dios, de su amabilidad o su trabajo en cualquiera de sus criaturas, corporales o espirituales, elevarse en su mente como para estrecharse entre él y su Dios, aun cuando fueran pensamientos muy santos, y darle gran felicidad y consuelo. … Porque mientras el alma habita en este cuerpo mortal, la claridad de nuestra comprensión en la contemplación de todas las cosas espirituales, y especialmente de Dios, está siempre mezclada con alguna suerte de imaginación”. No podemos imaginar a Dios, sólo podemos conocer a Dios.
En esencia, la idea es que nunca podemos confundir el icono con la realidad. Dios es inefable; y, consecuentemente, todo lo que pensamos o imaginamos sobre Dios es, en efecto, un icono; incluso las palabras de la escritura misma son palabras sobre Dios, no la realidad de Dios. Se reconoce que los iconos pueden ser buenos, en el grado en que sean entendidos precisamente como iconos, como señalando a una realidad más allá de ellos mismos; pero en cuanto los tomamos como realidad -nuestra constante tentación- el icono se convierte en ídolo.
La diferencia entre meditación y contemplación está indicada en esto: En la meditación, nos fijamos en los iconos, en Dios como Dios aparece en nuestros pensamientos, imaginación y sentimientos. En la contemplación, los iconos son tratados como ídolos, y la disciplina entonces es sentarse en una aparente oscuridad, bajo una nube de no-saber, para tratar de estar cara a cara con una realidad que es demasiado grande de atrapar en nuestra imaginación. La meditación, como icono, es algo que resulta útil para un tiempo, pero al fin somos llamados a la contemplación. Como La nube del no-saber dice: “Sin duda, aquél que busca tener a Dios perfectamente no logrará su descanso en la conciencia de ningún ángel ni santo que esté en el cielo”.
Karl Rahner está de acuerdo: “¿Hemos intentado amar a Dios en esos espacios donde uno no es mantenido en una ola de arrobamiento emocional, donde es imposible confundir la fuerza de vida de uno mismo y de alguien con Dios, donde uno acepta morir de un amor que parece como la muerte y la negación absoluta, donde uno clama en una aparente vaciedad y un total desconocimiento?”.
Eso es, en resumen, la oración contemplativa, auténtica oración centrante, como disciplina.