Oracion desde un campo de concentracion.

27 de marzo de 2006

Dios mío: no tienes que rendirnos cuentas por este absurdo sin sentido que estamos viviendo.
Somos nosotros los que tenemos esta deuda de dar cuentas.
Yo he muerto ya mil muertes en mis campos de concentración. Estoy bien informada y nuevas noticias no me inquietan.
De una manera o de otra soy consciente de todo.
Y sin embargo encuentro la vida bella y con sentido en cada uno de sus minutos. Y yo creo en Dios, aunque dentro de poco los piojos me devorarán en Polonia…
Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.
Dios mío, amo tanto a los hombres porque en cada uno de ellos amo una parte de Ti…
No lucho contra Ti, Dios mío.
Mi vida es un gran diálogo continuo. Si, Dios mío, te soy fiel y no sucumbiré. Yo sigo creyendo aún en el sentido profundo de esta vida y sé que debo seguir viviendo. Siento una gran seguridad en mí. Julio también la sentía… Puede parecer imposible, pero encuentro la vida bella y soy feliz.

Vivo un día y otro cerca de los campos de batalla; o mejor, de los campos de «masacre». A veces se me impone como una visión de unos campos de color verde, pero verde del veneno que lo llena todo. Estoy en medio de hambrientos, torturados, moribundos. Así un día y otro. Pero también estoy cerca del trozo de cielo que veo por la ventana de mi celda.

    En la vida hay lugar para todo: para una fe en Dios y para una muerte miserable…
    Que un pequeño corazón como el humano pueda experimentar tantas cosas, Dios mío, pueda sufrir tanto y amar tanto… Te estoy muy agradecida, Señor, porque Tú has elegido mi corazón en este tiempo para experimentar todo lo experimentable… Cuando pienso en los rostros de los soldados que escoltan los trenes de los deportados…

    ¡Dios mío, qué rostros! Los he examinado uno a uno apostada en la ventana de mi celda. Nunca jamás nada me ha espantado tanto. Me he planteado preguntas sobre esas palabras bíblicas que son el hilo conductor de mi vida: Dios creó al hombre a su imagen. Sí, esta Palabra ha tenido en mí una mañana difícil…
Mi sensación permanente es la de estar en tus brazos, Dios mío, protegida, cobijada, impregnada de un sentimiento de eternidad…

    Quiero ayudarte, Dios mío, para que no me abandones, para que no te extingas en mí. Pero no puedo garantizar nada. Sólo una cosa se me hace cada vez más clara: que Tú no puedes ayudarnos, sino que nosotros debemos ayudarte a Ti, y así es como en definitiva nos ayudamos a nosotros mismos. Es de lo único que se trata: salvar una parte de Ti en nosotros. Y quizá así podamos colaborar a que resucites en los corazones atormentados y desgarrados de los otros hombres.