Originalidad del sacerdocio, del sacrificio y del culto cristiano

    Jesús está ahora en su situación última -escatológica- y ha alcanzado su condición definitiva. En virtud de la resurrección gloriosa, ha llegado a ser de verdad y totalmente Cristo y Señor, porque ha quedado del todo consagrado y ha entrado en estado de señorío1. Toda la vida terrena de Jesús fue un proceso y un camino hacia esta definitiva consumación. Jesús se fue consagrando a sí mismo y se fue dejando consagrar -ungir- por el Espíritu, en la medida en que se iba realizando su Sacrificio. Lo más característico de esta consagración total, lo que hace que su sacrificio sea enteramente único, es que Jesús no ofrece al Padre cosas o animales, víctimas y holocaustos, sino que se ofrece a sí mismo2. Frente al sacerdocio levítico y frente al sacerdocio-sacrifi­cio-culto de las otras religiones, el sacerdocio-sacrificio-culto de Cristo reviste una absoluta novedad y originalidad. No se parece a ninguno de ellos y se distingue esencialmente de todos los demás.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.     Los autores del Nuevo Testamento, exceptuando al de la epístola a los Hebreos, no llaman nunca sacerdote a Cristo. Tampoco, por supuesto, llaman nunca sacerdotes a los apóstoles o ministros del Evangelio. Este silencio, que ha escandalizado o desconcertado a algunos, es un silencio deliberado y significativo, más elocuente que todas las palabras. Porque es una manera de afirmar y de expresar claramente la distinción y hasta la ruptura con el sacerdocio pagano e incluso con el sacerdocio levítico, de la Antigua Alianza. Cristo no proviene de la tribu de Leví, sino de la tribu de Judá "de la que consta que nadie sirvió nunca al altar" (cf Heb 7, 13-14). Cristo es de verdad sacerdote y ofreció un culto verdadero. Pero según una concepción de sacerdocio y de culto enteramente diversa de la habitual hasta entonces y de la que se tiene todavía hoy fuera del cristianismo. Frente a la noción ritual y ceremonial del Antiguo Testamento, el sacerdocio de Cristo es real y existen­cial, porque abarca toda su persona, todo su ser y toda su existencia.

    El sacerdocio de Cristo no es ritual, sino verdadero y existencial. Porque lo que Cristo ofrece no es un rito o una ceremonia, sino su propia vida, su debilidad humana, su miedo a la muerte y al fracaso, su tristeza, sus lágrimas, su obediencia; en una palabra, toda su misma existencia. "No con la sangre de machos cabrío y de toros, sino con su propia sangre" (Heb 9, 12). "Cristo se ofreció a sí mismo" (Heb 9, 14; 7, 9). Lo que Cristo ofreció fue su asimilación total a sus hermanos los hombres, excepto en el pecado, pero hasta en la tentación (ib. 4, 15), en el miedo a la muerte (ib. 5, 7-8), en el peregrinar en medio de pruebas y contradicciones (ib. 12, 1-3). Cristo asumió de verdad y enteramente la condición humana, con todas las consecuencias, con sus situaciones y limitaciones dolorosas, para vivirlas él mismo y darles un nuevo sentido. Asumió incluso la tentación y la muerte (ib. 2, 17-18). Lo cultual queda plenamente integrado en la existencia. De este modo, se suprime para siempre la habitual distinción y la distancia que siempre había existido entre sacerdote y víctima, entre vida y culto3. La oblación y, por eso, la realización del Sacerdocio de Cristo consiste en el drama de su propia existencia anonadada y deshecha: en su kénosis total, en el vaciamiento de sí mismo, cuyo momento cumbre es la misma encarnación y, después, la muerte en cruz. En esto consiste la novedad y la originalidad inigualable del Sacerdocio y del Sacrificio de Cristo.

    "El establecimiento de Cristo Sacerdote, afirma con razón un escriturista, supone un cambio radical en la manera de concebir el sacerdocio"4. Y el mismo autor añade: "Desde este punto de vista, hay que evitar decir que el autor de la epístola (a los Hebreos) utiliza la metáfora cuando aplica a Cristo el título de ‘sumo sacerdote’ y a la pasión glorificadora de Cristo el nombre de ‘sacrificio’. Su perspectiva es exactamente la contraria: es en el Antiguo Testamento donde el sacerdocio y el sacrificio se tomaban en sentido metafórico, ya que se aplicaban a una figura simbólica, mientras que en el misterio de Cristo estos términos obtuvieron finalmente su sentido real, con una plenitud insuperable"5.

    La Comisión Teológica Internacional redactó y aprobó, en 1970, unas tesis sobre el sacerdocio católico. De ellas, quiero destacar ahora la segunda y la tercera: "En la Nueva Alianza,  no hay más Sacerdocio que el de Cristo. Este Sacerdocio es cumplimiento y superación de todos los sacerdocios antiguos. Solamente Cristo realizó el sacrificio perfecto en la ofrenda de sí mismo a la voluntad del Padre. Por tanto, el ministerio episcopal y presbite­ral es sacerdotal en cuanto que hace presente el servicio de Cristo en la proclamación eficaz del mensaje evangélico, en la reunión y dirección de la comunidad cristiana, en la remisión de los pecados y en la celebración eucarística en la que se actualiza de manera singular el único sacrificio de Cristo"6.

    En consecuencia, el sacerdote de la Nueva Alianza debe saberse entera y totalmente sacerdote: existencialmente sacerdote. Debe, pues, vivirse a sí mismo en total autodonación al Padre y a los hermanos, prolongando, re-viviendo y re-presentado sacramentalmente la autodonación sacrificial de Cristo. El sacerdote es un cristiano, llamado por especial vocación divina, ungido y consagrado por Dios, mediante el sacramento del orden, es decir, configurado realmente con Cristo en su condición sacerdotal, para poder, de este modo, hacer visiblemente presente en la Iglesia su mismo y único Sacerdocio.

    El sacrificio-culto será de verdad cristiano, cuando la persona creyente haga ofrenda y donación de sí misma, y no sólo ni principalmente de sus cosas. Los "sacrificios espiritua­les, agradables a Dios por mediación de Jesucristo" (1 Pe 2, 5), la adoración del Padre "en espíritu y en verdad" (cf Jn 4, 23), y el verdadero culto consisten en la propia vida, en la entrega  personal a Dios, en la misma existencia (cf Rom 12, 1).


  1. Cfr Flp 2, 9-11; Rom 1, 4: 14, 9; He­ch 2, 36; etc.
  2. Cfr Heb 7, 27; 9, 14; etc.
  3. Cf Heb 7, 29; 9, 12.14.25; 1O, 18; etc.
  4. A. Vanhoye, S.I., Sacerdotes antiguos, sacerdote nuevo según el Nuevo Testamento, Salamanca, 1984, p. 175.
  5. Id., ibíd., pp. 218-219.
  6. Comisión Teológica Internacional, El sacerdocio católico. Do­cumentos, Madrid, 1983, p.19. [Comisión Teológica internacional, Documentos 1969-1996, BAC (587), Madrid, 1998, p. 15].