El "abuelo" de las misiones
Noventa y cinco años le contemplan, y todos ellos dedicados a hacer felices a los demás. Se trata del Padre Luis Ruiz Ramírez, jesuita gijonés, o casi podríamos decir chino, por los casi 70 años que lleva en el país del Lejano Oriente al servicio del prójimo, y cuya labor allí es digna de alabar y proclamar a los cuatro vientos. Desde muy joven tuvo muy claro que su vida iba a estar encaminada a estos menesteres, concretamente desde que servía de monaguillo en la residencia de los jesuitas, situada muy cerquita de donde él vivía. Enseguida sintió la llamada y quiso entrar en la Compañía de Jesús, pero tuvo que esperar su turno, ya que por entonces toda-vía era un niño.
Después de pasar por Gijón y Salamanca y cruzar nuestras fronteras para formarse y trabajar en Bélgica y Cuba, el Padre Luis "aterrizó" en China, su segundo (habría que decir primer) país. Estamos hablando del año 1941, y desde entonces su tarea misionera ha ido in crescendo, ayudando fundamentalmente a los más desfavorecidos, como por ejemplo refugiados, leprosos y personas afectadas por el virus del SIDA.
Al servido de los demás
Pero antes de adentrarnos en esta fenomenal labor, hay que apostillar algunos otros aspectos de la trayectoria del Padre Luis. El periplo de nuestro misionero en China no ha sido fácil. Un año después de su llegada al gigante asiático tuvo que huir con motivo de la II Guerra Mundial, y diez años más tarde fue prisionero de los comunistas, padeciendo una fiebre tifoidea, que afortunadamente sorteó. Todo esto provocó que aún tuviera más ganas de seguir trabajando al servicio de los demás, y fue entonces cuando desembarcó en Macao (isla del sur de China, ex colonia portuguesa), lugar al que llegaron multitud de refugiados, que huían precisamente del régimen comunista que tuvo prisionero a nuestro protagonista. Su labor entonces fue atender a todas aquellas personas que habían abandonado sus casas a la fuerza y buscaban una vida mejor, que, con la ayuda del Padre Luis y su misión, pudieron conseguir.
A este respecto es importante mencionar la actual Casa Ricci Social Services, una especie de casa de acogida donde los misioneros atienden las necesidades de las familias más desfavorecidas y a los grupos marginados. Se trata de un proyecto en el que todo aquel que lo desee puede tomar parte a través de su correo electrónico: casar icciss@gmail.com. El origen de todo esto se sitúa en la década de los 50, cuando a nuestro jesuita gijonés se le ocurre la brillante idea de poner en marcha un colegio para que todos aquellos niños refugia-dos llegados a Macao desde China pudieran continuar con su formación. Aquel antiguo Colegio Ricci fue creciendo en cuanto a prestaciones se refiere hasta convertirse en lo que es hoy, un auténtico complejo de atención al servicio del prójimo. Pero, quizá, por lo que más se reconoce a nuestro "joven" misionero es por su actividad al frente de las leproserías y el trabajo de re-habilitación con personas afectadas por el VIH, virus del SIDA, que en China padecen miles y miles de ciudadanos. El Padre Luis se embarcó en esta nueva misión allá por mediados de los años 80 (él ya contaba por aquel entonces con nada más y nada menos que 3 añitos), cuando un compañero de la misión le comentó que en la provincia de Guangdong existía una leprosería en unas condiciones miserables. Hasta allí se desplazó el Padre Luis para comprobar con sus propios ojos lo que él, posteriormente, ha catalogado como "lo más triste que he visto en mi vida". Cientos de personas agonizando, sin ningún tipo de atención primaria y abandonados a su suerte. Fue entonces cuando el jesuita tomó las riendas de un proyecto que hoy mantiene una estructura capaz de atender a miles de enfermos.
Evidentemente, los comienzos en esta ocasión tampoco fueron un camino de rosas. En primer lugar, porque las autoridades chinas calificaban a los leprosos como apestados y personas que prácticamente merecían morir, y también por la carencia de infraestructuras, incapaces de soportar semejante volumen de enfermos. Poco a poco, con "la ayuda de mucha gente buena", tal y como ha relatado en mu-chas ocasiones el Padre Luis, se han ido logran-do "pequeñas grandes" mejoras, hasta conseguir lo que es hoy, incluyendo aun el propio reconocimiento y ayuda del Gobierno, que en la actualidad colabora con la tarea de los misioneros. Y es que el Padre Luis dirige al presente las 145 leproserías más importantes del país, en las que se atiende a un total de 10.000 enfermos y donde también se han creado escuelas de primaria, secundaria e incluso con estudios universitarios. Dos mil alumnos acuden a uno de estos centros educativos, que se ha convertido en uno de los más famosos de Macao. Haciendo referencia a un hecho acaecido recientemente, nuestro jesuita contaba una anécdota sucedida en relación con esta escuela. Resulta que un antiguo alumno, ahora convertido en empresario de re-conocido prestigio en Hong Kong, mandó un donativo de 20.000 dólares como prueba de su agradecimiento a la formación recibida.
El otro gran problema que ha querido atajar (o cuando menos reducir) nuestro protagonista, junto al resto de misioneros, es el del SIDA, gran amenaza de nuestros días en estos países. Por ello, en su momento, las autoridades chinas acudieron al Padre Luis para que pusiera en marcha un centro de tratamiento de enfermos terminales de esta pandemia. Dicho y hecho, puesto que echó a andar el Aids Caring Centre en la ciudad portuaria de Hongjian. En la actualidad, este centro cuenta con una casa de desintoxicación y rehabilitación de drogadictos, además de otros muchos recursos que permiten luchar contra este gran drama.
El "Evangelio de la Caridad"
Y hay un asunto que no podíamos pasar por alto en esta recta final de nuestro viaje. Y es que, tanto en la Casa Ricci como en el largo centenar de leproserías y centros de ayuda puestos en marcha por nuestros misioneros, nunca ha queda-do en el olvido transmitir el mensaje de Jesús. "El Evangelio de la Caridad, lo llamó yo", apunta nuestro querido jesuita, que ha visto cómo desde 1952, año en el que se produjeron los primeros bautizos, hasta hoy, el número de personas que ha querido acercarse y conocer el mensaje de Cristo ha aumentado año tras año de manera considerable.
Algo realmente muy satisfactorio para el Padre Luis, para el que quizá lo más difícil de todo haya sido vivir tantos y tantos años alejado de su amada familia y su país. Pero, como él mismo indica, "esto es parte de la vida del misionero. Cuando regreso a España me siento como un extranjero, pero es algo que acepto y soy consciente de ello". Ahora bien, cuando uno se dedica a hacer el bien allá por donde va, nunca se puede sentir solo, puesto que es querido y respetado por todo el mundo; esa ha sido, es y será la vida del Padre Luis Ruiz Ramírez.
ISRAEL ÍÑIGUEZ CONDE
Extraído de la Revista Misioneros Tercer Milenio.