Padre, danos nuestro pan

Mateo escribe «nuestro pan dánosle hoy», mientras que Lucas dice «nuestro pan dánoslo cada día». ¿Con qué frase nos quedamos? ¿A qué pan se refieren? En esta petición del Padrenuestro le pedimos a Dios que nos dé el pan para la subsistencia, el pan necesario para la vida. Se habla ante todo del pan o del alimento que necesitamos para nuestro vida diaria, aunque no está excluido que pueda referirse igualmente a la Palabra de Dios («No sólo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios») y hasta a la Eucaristía, como lo comprendieron frecuentemente los Padres de la Iglesia. Además, el deseo de que llegue el reino de Dios puede hacernos desear el pan del tiempo de la salvación, el «maná celestial». Pero estos son significados secundarios. Es interesante el dinamismo de esta petición: pedimos pan a Dios. Trabajamos por el pan. Compartimos el pan. Celebramos la Fiesta del Pan, en recuerdo de Jesús.Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.
Es la petición que nos trae a Dios a casa, que nos hace conscientes de que él interviene en nuestra vida de cada día, que tiene que ver con nuestras cosas. Y más que dispensarnos del trabajo de ganarnos la vida, más que vacunarnos contra el sudor, nos recuerda que a Dios le interesa todo lo que forma parte de nuestra existencia. Él es solidario de nuestros problemas, de nuestras preocupaciones.

Un pan que es «nuestro»

Quizás esta petición, teniendo en cuenta el estilo de vida nómada que adoptó Jesús y sus discípulos, tenga que ver con la hospitalidad. Y hoy encuentra su plena e incómoda actualidad y evidencia en la acogida que se presta al extranjero e inmigrante.

No basta con que pidamos el pan para todos los hombres. Al formular esta petición, es preciso que nuestro corazón capte las ondas de… el estómago de tantos hermanos nuestros, con su desesperación, con su humillación, y hasta con su rabia. Al rezar es necesario que nos hagamos portavoces de todos aquellos que no saben cómo salir adelante, ser voz de los que no tienen voz, de los que tienen problemas de marginación, de precariedad, de explotación injusta, de desocupación. Decía Cesáreo de Arles: «no consigo comprender cómo puedes pretender pedir lo que te niegas a dar».

Lo que el Salmo 145 atribuye a Dios: «los ojos de todos están puestos en ti, esperando que les des la comida a su tiempo… Abres tú la mano y sacias el deseo de todos los vivientes…», podríamos aplicárnoslo a nosotros mismos. Alguien ha observado bien que hemos nacido con los puños cerrados. Nos enseñaron a caminar, pero debieron habernos avisado de que las manos, después de haber agarrado bien nuestra parte, tienden peligrosamente a cerrarse. El Padre, en cambio, es experto en abrir la mano.

El Dios de la providencia

La fórmula de Mateo está en conexión con la recomendación de Jesús, que invita a una confianza total en la bondad del Padre celestial (Mt 6, 25-34). La petición del pan nos lleva a tomar conciencia de la perpetua bondad de Dios que renueva día tras día sus beneficios y nos invita a esperarlo todo de Él en una confianza inquebrantable.

El Padre Nuestro nos ayuda a liberarnos de ansiedades, penas, inquietudes, preocupaciones, agobios, tormentos, angustias, pesadi-; lias… «No andéis preocupados por la vida pensando qué comeréis; ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis… pues ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso». Lo único que necesitamos saber es que «ya sabe vuestro Padre…». Me basta saber que el Padre, más que tener en la mano la lista de mis necesidades, tiene dibujado sobre la palma de su mano, como un tatuaje imborrable, mi rostro (Is 49,16).

Pero no se trata de una invitación a la pereza, sino una actitud de fe auténtica que se exige al creyente, cuya preocupación primordial debe ser buscar ante todo el reino de Dios y su justicia (Mt 6,33).

Dos musulmanes de Bangladesh:

«Os perdonamos vuestra riqueza y despilfarro, y que hayáis renegado de nosotros como hermanos, pera no darnos nuestra herencia en el mundo de Dios. Os lo perdonamos todo, pero no nos digáis que creamos en vuestro Cristo; porque un Cristo que ha enseñado a una tercera parte de los hombres a comerse el pan de los demás en este pequeño mundo, no puede ciertamente ser Dios».

El Padre a quien dirigimos nuestra oración es el Creador que nos ha dado la tierra, los árboles, la fruta, un ambiente acogedor. La tierra es de Dios, que la da en uso a todas las criaturas para que vivan en ella. El que acumula en sus manos la tierra de los otros y les hace pasar hambre, blasfema contra Dios, porque va contra su proyecto sobre nosotros. Jesús nos enseña que para conseguir el pan tenemos que implorarlo como «nuestro». Si dijese: «Dame mi pan cada día», el Padre miraría para otro lado. Pero lo pido como «nuestro». Y Dios, que mantiene sus promesas, ofrece pan abundante y suficiente para todos. Lo malo es que, cuando se lo pido, es «nuestro pan». Y cuando aparece en la mesa, se convierte en «mi pan». Todo lo que me da la generosidad del Padre y que debería ir destinado a todos, pero se transforma en «mío»: mi pan, mi dinero, mi jardín, mis cosas, mis vacaciones… Todo intocable.

Y entonces viene lo injustificable: unos mueren de hambre y otros de indigestión. Unos preocupados por la falta de pan, y otros por el exceso de colesterol. El pan se ha convertido en propiedad privada, es decir, en algo de lo que privamos a los demás. Damos la palabra a Ch. Péguy: «Y si alguno llama a mi puerta, debo acordarme de que el pan es «nuestro». Pero también debo impedir que con mi gesto aparentemente caritativo, se haga simplemente «suyo». Muchas veces el pobre se va a comer el pan a otro lado. No basta con abrir la puerta: hay que dejar entrar. Cuando los discípulos intentaban despedir a todos aquellos individuos hambrientos, para que cada uno se las arreglase por su cuenta para encontrar el pan, Jesús no les dijo sólo «dadles vosotros de comer», sino que ordenó que les hicieran sentarse en grupos sobre la hierba verde. El pan es verdaderamente nuestro cuando es nuestra también la mesa, esa «hierba verde» que es el mantel blanco.

El día del juicio nos daremos cuenta de que él no sólo ha dicho que recemos pidiendo el pan, sino que nos pide nuestro pan. Tuve hambre y me disteis de comer… El que pide, se convierte de pronto en postulado. Dios también está esperando «nuestro pan». «Cristiano es aquel que da la mano. El que no da la mano no es cristiano. Y poco importa lo que pueda hacer con esa mano».

No conviene olvidar la lección del maná en Ex 16; Dios alimenta a su pueblo, pero con la condición de que no almacene más que lo que necesita para cada día: el pan nuestro de cada día es una exigencia de pedir sólo lo necesario (el pan y lo que éste simboliza: lo básico para vivir) y no tantas otras cosas innecesarias. Que nadie guarde para mañana (16,19) porque eso es como no fiarse del todo de Dios, no estar seguros de que mañana nos volverá a dar lo que necesitemos.

Para dialogar y orar

  1. Colocar unas cuantas fotografías de las usadas por Manos Unidas. Mirarlas fijamente y repetir en voz alta varias veces: «Danos hoy nuestro pan de cada día». ¿Qué sentimos? ¿Qué más nos sugiere decirle a Dios?
  2. ¿Quiénes cerca de nosotros tienen sus ojos puestos en nosotros?
  3. Hacer una lista de las cosas que me agobian y de las que agobian a mi grupo o comunidad ¿Cómo podríais asumir esas situaciones desde la fe en la Providencia de Dios?
  4. ¿Qué tendríamos que cambiar en nosotros mismos para «atrevernos a decir el Padre Nuestro»?