Si de la vida de María sabemos pocas cosas, menos sabemos de la de San José. Por eso quisiera dejar volar la imaginación y meter, como si fuéramos periodistas, cámara y micrófonos, en algún rinconcito de aquel taller de Nazaret. Reconstruyamos la escena, que bien pudiera ser de un día 19 de marzo.
Final de la mañana. El sol de primavera ya lleva horas calentando el ambiente; el artesano tienes las ventanas abiertas y la estancia está llena de sol. El taller, por llamarlo de alguna forma, está detrás de una sencilla vivienda. Según se entra, a la derecha, hay unos tablones que el carpintero ha dejado preparados.
Por cierto, y para los que se acaban de incorporar, el carpintero se llama José. La sala está dominada por una gran mesa en el centro. A su lado se acumulan listones, sillas, mesas, sierras, martillos y clavos. José está cantando un salmo, parece el 22.
Acaba de entrar un muchacho; tiene unos 13 años. Es Jesús, ya todos han olvidado lo del templo. José le pide que le eche una mano. Mientras ponen a punto unos listones, la conversación va en estos términos, siempre más o menos.
José: ¿Qué habéis hecho hoy en la sinagoga?
Jesús: El rabino nos ha estado explicando cosas de la ley. Me parece todo tan interesante.. pero hay cosas que no entiendo. ¿Por qué no se puede jugar el Sábado? ¿Y por qué tampoco hacer otras cosas? ¿No se puede ni siquiera ayudar a alguien?
José: Tienes razón, hijo. Cumplir la ley es importante. Pero la gente lo es más. Yo estoy convencido que Dios hizo primero a los hombres y después les dio la ley para que fueran felices. El problema es cuando la leyes más importante que las personas. Entonces ni cumplen la ley ni son felices. Pero si sigues pensando estas cosas, lo siento hijo, pero no vas a llegar muy lejos. Aunque sería bueno que, si pudieras, cambiaras alguna cosas.
Jesús pone cara de entender muy poco, pero prefiere no preguntar y cambiar de conversación.
– Jesús: Quisiera preguntarte algo, ¿Por qué te gusta trabajar? Siempre te veo trabajando.
José: Para sacaros adelante a María y a ti, que no es fácil en estos tiempos que corren. Además no todo el mundo tiene trabajo. Me gusta hacer las cosas bien hechas (José pone cara de querer dar un consejo a Jesús: preocúpate siempre por hacer las cosas bien hechas). Tampoco hay que obsesionarse. Me gusta corresponder a la confianza que la gente ha puesto en mí. Yo soy de los que piensan que si los amigos y los vecinos pueden confiar en uno, también lo podrá hacer Dios.
Jesús que sabrá bien de estas cosas, dice: yo también lo creo así.
José: Me siento feliz haciendo felices a los otros. Qué bonito sería que dijeran de uno que pasó por su vida haciendo el bien. Cuando pienso que en esta silla que estoy haciendo ahora se sentará alguien que regresa a casa cansado del duro trabajo de la jornada, o alguien que mira las estrellas y da gracias a Dios en una noche tomando el fresco, mi trabajo tiene sentido. Me gusta que la gente ponga su confianza en mí porque soy honrado y justo. Disfruto cuando la gente viene al taller y charlamos. Yo les miro a los ojos.
Escucha, hijo (otra vez José pone cara seria, de decir algo importante. Jesús entiende que es la hora de escuchar con atención). Mira hijo: los ojos son la parte más importante de las personas.
Fíjate siempre en los ojos y si alguna vez tienes la oportunidad de poner luz en ojos que no ven, no dudes en hacerlo. Jesús piensa: claro que lo haré; nosotros sabemos: ¡claro que lo hará!).
Dejan el trabajo porque se oye la voz de María que les llama a comer José no es un hombre de muchas palabras. Le gusta más bien escuchar, pero cuando habla se le ve una persona convencida. Diríamos que es uno de esos tipos a los que conviene tener muy en cuenta. Durante la comida se habla de muchas cosas. Como la tarde está buena y el trabajo adelantado, después de recoger la mesa y fregar los platos (entre los tres: son una familia moderna), salen a dar un paseo por los alrededores de Nazaret.
José. Fijaos en los lirios. No sé porqué la gente se empeña en gastar lo mejor de la vida en preocuparse por el vestido, cuando resulta que estas flores del campo, a las que Dios cuida y viste, superan de largo el mejor de los modelos. Jesús -sigue José- detrás de esa colina está el lago de Galilea. Tengo muchas ganas de que lo conozcas y que te hagas amigo de los pescadores. Re-cuerdo el primer día que lo vi. Me que-dé impresionado. Iba con mi padre. Lo único que aceité a decir fue: "papá, ayúdame a mirar".
Jesús: Yo también tengo ganas de ir al lago, presiento que cambiará mi vida.
María no dice nada. Calla, observa y escucha. Es una mujer a la que le gusta guardar todas estas cosas para meditarlas en su corazón.
Jesús: ¡Qué fácil imaginar que Dios es Padre y Madre cuando se os tiene a vosotros … !
Y siguieron hablando y se dieron la vuelta. Regresaron para Nazaret porque tenían que seguir haciendo cosas".