En la Última Cena, cuando Jesús instituyó la Eucaristía, eligió el uso de dos elementos, el pan y el vino. Las imágenes están ahora tan profundamente arraigadas en nuestra conciencia que nunca dejamos de preguntar la razón del pan y el vino. Entre todas cosas que Jesús podía haber escogido, ¿por qué estas dos? ¿Qué incluyen en sí mismas que las hacen particularmente aptas para actualizar el cuerpo y sangre de Cristo? Más particularmente, ¿qué representa cada una?
De acuerdo con el uso que se realiza de ellas en la Eucaristía, el pan y el vino simbolizan aspectos muy diferentes de nuestras vidas, de nuestro mundo y de la vida de Jesús.
Pan. ¿Qué es el pan? ¿Qué representó para Jesús en aquella primera Eucaristía? Una hogaza de pan está elaborada con muchos granos de trigo que cuando son molidos pierden su identidad de separados y pasan a ser una hogaza. En la Eucaristía, el pan nos representa a nosotros, multitud de individuos, ahora juntos como un solo cuerpo, el Cuerpo de Cristo. Pero representa también un aspecto particular de nuestras vidas, a saber, estas vidas nuestras en el grado en que estamos alegres, sanos, en comunión unos con otros y creciendo como hijos de Dios. El aroma del pan tierno habla de vida. Eso mismo hace el pan en la Eucaristía. Se convierte en el pan de los logros del mundo y espera la bendición de Dios para todo lo que es joven, saludable, creativo y rebosante de vida.
Metafóricamente, el pan celebra el periodo galileo de la vida de Jesús y de nuestras propias vidas: el tiempo de la juventud, de los milagros, de caminar sobre el agua, de hacer surgir a gente de entre los muertos, de la gozosa energía de la vida, del enamoramiento y del nacimiento de la nueva vida.
Vino. ¿Qué representó el vino para Jesús y qué representa en la Eucaristía? El vino está hecho de uvas machacadas y representa la sangre. Y, como sangre de Cristo, representa todo lo roto, frágil, incompleto, enfermo, doloroso y agonizante en el mundo. Es el vino de la mortalidad e insuficiencia del mundo, la sangre de todos es machacada a la vez que tienen lugar los logros del mundo.
Metafóricamente, el vino conmemora el periodo de Jerusalén en la vida de Jesús y en nuestras propias vidas: el tiempo de la incomprensión, de ser la víctima, de la angustia mental, de la angustia física, de ser excluido, de la soledad de morir cuando los demás no pueden ayudarnos.
Y los dos juntos contribuyen a un todo equilibrado, la vida en todos sus aspectos. En efecto, cuando el que preside la Eucaristía eleva el pan y el vino, esto es lo que está diciendo: Señor, lo que elevo a ti hoy es todo lo que hay en este mundo, tanto de gozo como de dolor: el pan de los logros del mundo y la sangre de todo lo que es machacado cuando esos logros tienen lugar. Te ofrezco todo lo que es saludable y floreciente en nuestro mundo: el gozo vivido en nuestras mesas, la alegría de los niños, los prometedores sueños de los jóvenes, la satisfacción del logro y todo lo que es creativo y desbordante de vida, aun cuando también te ofrezco todo lo que es débil, endeble, aviejado, machacado, enfermo, agonizante y victimizado. Te ofrezco todas las bellezas, placeres y gozos paganos de esta vida, aunque yo permanezca contigo bajo la cruz, afirmando que quien está excluido del placer terrenal es la piedra angular de la comunidad. Te ofrezco los fuertes, junto con los débiles y mansos de corazón, pidiéndote que bendigas a ambos y amplíes mi corazón de modo que pueda, como tú, custodiar y bendecir todo que existe. Te ofrezco no sólo las maravillas sino también las penas de este mundo, tu mundo.
La espiritualidad podría asumir algunas lecciones de esto. Demasiado frecuentemente las espiritualidades son unilaterales y necesitan equilibrio.
Por una parte, es posible que una espiritualidad se centre demasiado lateralmente en la prosperidad humana y descuide la insuficiencia humana: el sufrimiento, el pecado, la mortalidad, y la invitación de Jesús a cargar con su cruz. Celebra exclusivamente la juventud, la salud, la prosperidad y la bondad, y presenta a un Jesús que nos ofrece un Evangelio de prosperidad más bien que un Evangelio íntegro.
A la inversa, una espiritualidad puede centrarse también unilateralmente sobre la insuficiencia humana; el pecado, la mortalidad, el ascetismo y la renuncia al placer. Celebra a los ancianos pero no a los jóvenes, a los enfermos pero no a los sanos, a los pobres pero no a los adinerados, a los agonizantes pero no a los vivientes, y al mundo futuro pero no al presente. Esto priva al Evangelio de su integridad y presenta a un Jesús como si fuera un asceta enfermizo y mirara con recelo la felicidad humana natural.
El pan y el vino de la Eucaristía dan voz a todos aspectos de la vida. En palabras de Teilhard de Chardin, las palabras consagratorias de una Eucaristía quieren decir en esencia esto: “Sobre cada sustancia viviente que está para brotar, para crecer, para florecer, para madurar a lo largo de este día, yo digo de nuevo las palabras: ‘Esto es mi cuerpo’. Y sobre cada fuerza de muerte que está a la espera de corroer, de marchitar, de despojar de la vida, digo nuevamente tus palabras que expresan el supremo misterio de la fe: ‘Esta es mi sangre’”.
Traducido al Español para Ciudad Redonda por Benjamín Elcano, cmf