La mayoría de las personas casadas están convencidas de que su matrimonio es para toda la vida. El número de personas convencidas de que durará toda la vida está en relación con la edad. Los matrimonios más veteranos están más seguros de la solidez de su relación conyugal.
Otro dato significativo es que los matrimonios de los que conviven antes de casarse tienen menos seguridad con respecto a la duración de su relación. También la precariedad económica es otro dato que influye y disminuye la confianza en la duración de la relación de pareja o relación matrimonial.
Las encuestas manifiestan que la primera preocupación de los jóvenes casados reside en lograr un trabajo estable; en segundo lugar, viene la consecución de una relación afectiva consolidada. Sólo en el tercer lugar aparece la voluntad de ser padres, de ahí el problema demográfico.
Modelos de estabilidad
Es cierto que la sociedad tradicional motiva la estabilidad desde el principio de la relación. Se entra en ella con la convicción de que es una relación definitiva, que hay que prepararse para ella, que hay que invertir en ella, que hay que luchar por el sueño forjado en el tiempo de preparación para el matrimonio. Generalmente en las familias se nacía y crecía con matrimonios enamorados, respetuosos, estables, empeñados en crear un futuro mejor para sus hijos. También las leyes civiles favorecían la estabilidad. Sabían de las dificultades de la vida en relación, pero suponían que las personas eran resilientes y luchaban por lo que querían.
En la sociedad actual el matrimonio estable y duradero resulta sorprendente. Las nuevas parejas se asombran cuando ven a otras que celebran su 50 aniversario. A parte de verlo muy lejano, les sorprende. Y tal vez se asustan. Efectivamente, el matrimonio estable les resulta contracultural.
Modelos líquidos
El hecho de que el matrimonio duradero sea sentido como contracultural tiene también hoy su matriz social. Actualmente vivimos la exaltación cultural de la diferencia, de lo particular, de lo local y lo nacional; se trata de una mentalidad reaccionaria frente el proceso de solidaridad, fraternidad, globalización, la unión. Esa mentalidad repercute en la forma de vivir la relación conyugal. Si en la época anterior la presión era en favor de la estabilidad, en esta época la presión social, cultural, mediática va a favor de la inestabilidad. Se exaltan las diferencias personales y el individualismo. Se presentan ampliamente los modelos que cambian de pareja varias veces en su vida; y son modelos de éxito social y popular. Inculcan relaciones líquidas. Las leyes civiles facilitan y propician la fragilidad de las relaciones conjugales. Se ha diluido propiamente el noviazgo como etapa de la vida para soñar y elaborar un proyecto de vida en común. Los matrimonios se quejan de que no hay un libro de instrucciones para la convivencia. Y es que la sociedad no ofrece muchos recursos para acertar en una de las decisiones más importantes de la vida. La conyugalidad se ha liberado de presiones antiguas, pero está afectada por presiones nuevas que la hacen más frágil. También la relación de amor conyugal se ha vuelto líquida.
Las comunidades cristianas suelen ofrecer oportunidades para prepararse y aclararse sobre el proyecto de vida que se quiere vivir, y conocer mejor quién es la persona con la que se quiere compartir la vida. Pero el número de personas que eligen el matrimonio sacramental es cada vez menor. En parte, por miedo a la estabilidad; en parte por falta de fe en sí mismas.