Al hilo de lo que afirma el filósofo marxista Ernst Bloch con respecto a los dinamismos interiores que necesita un pueblo en marcha, es decir, una colectividad con capacidad para crear historia. Al hilo de la aplicación que hace de estos dinamismos José A. García, jesuita, a una comunidad religiosa en términos de lo profético, lo cantor, lo medical y lo regio, como Carismas de una comunidad en marcha, se me ha ocurrido lo siguiente. Una comunidad en marcha necesita paradas.
A veces paradas y fonda. Otras veces sólo paradas. Y así una de las paradas, sin fonda, ligera de equipaje y pensando siempre en llegar más allá, más lejos, es la de la avanzadilla. Una parada que invita a no quedarse anclado, a remover los cimientos, a descansar lo imprescindible, a refrescar la utopía del evangelio con color de comunidad concreta. Una parada que invita a denunciar lo que nos va cansando y envejeciendo, acomodando, desgastando. Una parada que invita a descubrir la primera radicalidad, sin adornos ni componendas. Una parada que invita a recoger de nuevo el testigo de la vida hecha parábola del Reino, signo de contradicción e interpelación a la luz del Espíritu de Jesús de Nazaret. Una parada que profetiza la esperanza medio perdida. Es la parada que preparan los hombres y mujeres de la avanzadilla.
Pero con una parada no basta. La comunidad en marcha necesita también la parada celebrativa. Durante el camino comunitario hay momentos que merecen ser celebrados, festejados, homenajeados. Es necesario que la comunidad en marcha pare para darse un homenaje. Esta es una parada y fonda, sin duda. Parar para celebrar es parar para descansar y reparar fuerzas. El anuncio de la esperanza que llega más lejos tiene que refrescarse. Ahí está el arte de captar y lanzar al festejo los momentos relevantes. Ahí están los hombres y mujeres con el don de cantar a la vida, con el don de ver en hechos que podrían pasar desapercibidos, historias apasionantes. Ahí están, en esa parada y fonda de la celebración las personas que ayudan a recuperar el gozo de vivir en la fascinación por el Padre y la causa del Reino. Pero la celebración sin más tampoco lo cura todo.
En la comunidad podemos encontrar enfermos y apaleados. Solemos encontrar enfermos y apaleados. Algunos lo son y otros sólo lo están. Unos se han hecho dolor y ya son dolor y otros pasan por el dolor de vez en cuando. Por eso, en todo caso, es necesario otra parada de atención, ésta con fonda también. Es la «Posada del Buen Samaritano». Al que es o está enfermo no le curan ni los hombres y mujeres de avanzadilla, ni los animadores de la celebración. El que es o está enfermo necesita de esos otros hombres y mujeres que saben acercarse con tacto, intuir dónde están las heridas y vendarlas con cuidado, haciendo nacer la confianza en el apaleado con el vino del consuelo y el aceite de la esperanza. Estos hombres y mujeres son buenos samaritanos comunitarios que comprenden al que es o está enfermo, al que es o se siente apaleado y le pagan la posada para que se reponga de las heridas que también ellos mismos han vendado.
Entre una marcha y otra de la comunidad van apareciendo los hombres y mujeres serviciales. Los que, calladamente, preparan la parada del servicio doméstico. Esta no tiene fonda, aunque la lleva a cuestas. A veces la comunidad tiene que detenerse en ella para darse cuenta de que existen estas personas y recuperar su actitud servicial para todos. Es la parada de la mesa bien puesta, del fregadero o del cenicero siempre limpios, del coche a punto, de las puertas cerradas a su tiempo, de las revistas colocadas, del botiquín con aspirinas, de las malas hierbas arrancadas, de la disponibilidad para cualquier emergencia. Es la parada de la marcha silenciosa, detallista y atenta, de los hombres y mujeres con presencia de espíritu.
Avanzar, celebrar, curar, servir… Hace falta coordinar tanto esfuerzo. La riqueza y la abundancia exigen hombres y mujeres que sean buenos administradores de tantos dones y que animen unos y otros para que crezcan. Es la parada, sin fonda, pero con fondo del director de orquesta. Hombres y mujeres con capacidad de organización y coordinación, de mirada amplia y paso firme y seguro. Hombres y mujeres que busquen en actitud de discernimiento la voluntad de Dios en la historia de la comunidad en marcha. Que sepan cuándo hay que parar y cuándo hay que continuar. Que coordinen los ritmos de la marcha comunitaria. Avanzar, celebrar, curar, servir, coordinar y algún que otro verbo más de parada de una comunidad en marcha, sin que los de la avanzadilla tiren los trastos al director de orquesta o el que alegremente festeja al que se ha parado para vendar una heridilla recién abierta o el director de orquesta al que coloca los platos con parsimonia sobre la mesa. La clave está en la parada con fonda del reconocimiento ajeno, sin menospreciar o dejar menospreciar el propio. La clave está en buscar y ejercitar la mirada amable sobre una comunidad en marcha que necesita paradas para ir descubriendo al Dios de Jesucristo que se manifiesta en el otro como se ha manifestado en lo más íntimo de mí mismo, de mí misma, de mil formas, colores y maneras. Todos, eso sí, apasionados por el Reino.