Pascua de Resurrección: “un mundo demasiado nuevo para nosotros”

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.No acabamos de creer que estamos en el mundo de la resurrección. La triste realidad en la que se encuentra la humanidad (corrupción en no pocos de los líderes de la política, de la economía, de la justicia, de la religión con sus consecuencias) no nos permite ser optimistas al menos a corto plazo. Cuando se toma el pulso de la humanidad da la impresión de que el pecado sobreabunda y no la gracia.

El tiempo de Pascua de Resurrección, sin embargo, transmite otro mensaje que parece contradecir el realismo de nuestras observaciones. La Pascua innova. Nos dice un buen pensador  francés -Jean-Luc Marion- que la Pascua  nos lanza a un mundo “demasiado nuevo para nosotros”, tan nuevo y poco familiar que, penetrando en él, hemos de aprenderlo todo. Ninguna de las categorías anteriores funciona. Y son esas las categorías que empleamos para observar la realidad y tratar de transformarla. ¡Inútil intento!

Ya en el año 1916 el poeta W.B. Yeats, escribió un preciosísimo poema, titulado “Easter”, es decir “Pascua” y allí decía:

 “All is changed,(todo ha cambiado)

changed utterly (totalmente cambiado)

a terrible beauty is born.”(una terrible belleza ha nacido).

En la Pascua, es decir, en la resurrección de Jesús Dios ha hablado y ha dictaminado el futuro del futuro del mundo: lo que tiene futuro, lo que no tiene futuro. En la Pascua se anticipa un mundo de bendición, aunque esa bendición se experimente bajo forma de ausencia. En la Pascua descubrimos, no que Dios y su Hijo Jesucristo están presentes en todo el mundo por el Espíritu, sino que el mundo está presente en la Trinidad; no que Jesucristo está presente en el trozo de pan o en el vino del cáliz, sino que ese pan partido y entregado y esa copa de vino entregada están presentes en el Resucitado y transparentan y median su Presencia.

Cristo Resucitado subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre. El cuerpo del Resucitado pertenece para siempre a Dios Padre. Y sólo por el mismo Dios a través del Espíritu puede ser donado, como don y presencia. El Padre y Jesús nos envían al Espíritu. Gracias al Espíritu descubrimos la presencia del Padre y del Hijo que están en los cielos, pero que tienen todo el poder en el cielo y en la tierra. En el cielo tenemos nuestro futuro, nuestro destino. La libertad, la liberación bajan del cielo como una nueva Jerusalén. El Apocalipsis nos enseña a esperar a pesar de la tribulación, con la convicción de que el partido se gana, aunque sea en la prórroga. Quienes oprimen, los corruptos, los poderosos que solo buscan dominar, los sistemas de injusticia, ¡no tienen futuro! ¡Serán destruidos como la Babilonia criminal!

Vivimos en la innovación de la Pascua, pero bajo la sombra de la ausencia. Por eso, vivimos la Pascua en la oscuridad de la fe y el resplandor lejano de la esperanza. El Resucitado “ascendió al cielo”. Y su ascensión aconteció  en un doble movimiento: bendición y desaparición. Lo mismo ocurrió en el acontecimiento de Emaús: Jesús Resucitado bendice y después desaparece. El cuerpo del Resucitado se hace presente haciéndose ausente. Rehúye nuestras medidas y localizaciones. Pero su presencia es siempre “bendición” y regalo. En el orden simbólico, presencia y ausencia no son dos realidades contradictorias; acontecen al mismo tiempo. La presencia eucarística se hace bendición en nuestros cuerpos, aunque nunca puede ser adscrita a un lugar. La presencia eucarística no está circunscrita en el espacio del pan o de la copa: es una presencia en la acción de partir el pan, repartido, comerlo, de escanciar el vino en la copa, repartirla y beber de ella. Lo importante no es el  “ser”, sino el “estar presente”.

A partir de la Pascua nuestro mundo es un espacio “crístico”, “trinitario”. Está instalado en la Presencia de Dios. Lo expresa muy bien el teólogo americano John H. McKenna cuando escribe: “Lleno del Espíritu de Dios, Jesús resucitado ha recibido una nueva libertad. Esta libertad no es libertad del cuerpo, sino más bien libertad en el cuerpo, en el cuerpo espiritualizado, del que Pablo habla en 1 Cor 14,44. El cuerpo de Jesús ha sido transformado a través del Espíritu en vehículo perfecto de su autoexpresión y comunicación. No se le imponen los límites que en otros tiempo tuvo. Es libre para darse en absoluta libertad. Los relatos de la resurrección testifican esta faceta de esa nueva vida”.

La esperanza activa de los cristianos solo se mantiene y se vuelve auténticamente eficaz si entramos en ese mundo “demasiado nuevo”, el mundo de la nueva conciencia pascual, el mundo de la innovación que viene como un sunami de gracia y que nada ni nadie podrá frenar.

 


Extraído del blog "Ecología del Espíritu".